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12/14/2025
Cuando casi me muero y Aeroméxico era mi presunto asesino

Cuando casi me muero y Aeroméxico era mi presunto asesino

Estoy nerviosa. Hoy fue comenzar un lunes negro, entre ellos confundirme el horario de salida para Guadalajara, levantarme tarde y pensar que estaría a las 11 de la mañana, cuando en realidad tendría que haber estado a las 6.

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    Trato de recordar lo que me pasó el viernes 30 y el sábado 31 de agosto merced a maniobras impensadas, difíciles de tolerar y que puso mi vida en riesgo por parte de Aeroméxico.

    Teníamos el vuelo desde Zacatecas, la hermosa ciudad donde se llevaba a cabo la prestigiosa Feria del Libro y donde participé. Primero en una mesa redonda con mi colega Sylvia Georgina Estrada y el autor tan prolífico como talentoso Vicente Alfonso.

    Luego presenté el libro Los mexicanos ejemplares (UANL), acompañada de Yol Alonso, una joven autora de Junturas de María Luisa Puga, una estudiosa y admiradora de la escritora.

    Siempre la paso bien en Zacatecas. Tengo amigos queridos como Alejandro Ortega Neri, como Maritza Buendía, como Adolfo Luévano, Carmen Fernández, Arazú Tinajero, Xóchitl Marentes, como la propia Yol. Obvio que es para mí la ciudad de los quesos y antes de volverme en un viaje de una hora (por avión), pensaba que alguna vez vendré en autobús y me llevaré muchos quesos para tener por varios días en el DF.

    Zacatecas es para mí la ciudad de los sueños, una estatua de Ramón López Velarde en la plaza principal siempre me hace recordar a Juan Villoro y a Fernando Fernández, dos escritores que saben mucho y tienen unos textos maravillosos sobre él. Para mí siempre pienso cómicamente, si me confundiera a Ramón López Velarde con Amado Nervo (cuando conocí Nayarit, gracias a Lorena Hernández, también bebí la existencia de este poeta que vivió poco, pero que dejó la poesía eterna), no sólo demostraría mi ignorancia, sino que estaría definiendo a dos creadores tan diferentes entre sí. Uno, el amor a la patria, el otro, el amor amor. A partir de ahí se consustanciarían un montón de teorías desmintiendo lo que creo y la literatura se convertiría, como es, un infinito etcétera.

    Estoy nerviosa. Hoy fue comenzar un lunes negro, entre ellos confundirme el horario de salida para Guadalajara, levantarme tarde y pensar que estaría a las 11 de la mañana, cuando en realidad tendría que haber estado a las 6. Vestida como para boda, me di cuenta de que había sacado los pases de abordar primero el de la tarde y luego el de la mañana. Nunca me equivoco con eso, pero ¿alguien sabe cómo ponerme a tiro, después de haber vivido lo que pasó en Zacatecas?

    La Feria del Libro me puso con máxima puntualidad a las 1940 en el aeropuerto local. A partir de ahí comenzó mi pesadilla.

    La salida era a las 2044, pero cuando íbamos a subir, en un estado de lluvia incesante, nos dijeron que teníamos que volver a la sala de abordar. Que ya nos dirían cuando saldría el viaje demorado.

    Entre la cola estaba Nelly Plascencia, de Conexión, acompañando a la actriz y poeta Diana Bracho, que había ido a presentar su libro *Pronóstico reservado*. Cuidándola en todo momento, la lluvia, la demora, propiciaban un momento de nerviosismo. Diana tiene 80 años y a pesar de su enorme solidez, el estado del aeropuerto comenzaba a pintarse de pesadillas. Por suerte, ya no las vi y dejé de preocuparme por ellas.

    Nuestro avión estaba mal. Tenía un problema –ellos decían- de mantenimiento. Que pronto lo arreglarían y ya podíamos viajar. Llegó la hora. A las 2330, después de habernos tenido cuatro horas en espera (media hora arriba del avión), partimos.

    A los 20 minutos, nos dijeron que nos sacáramos los zapatos, los anteojos, que no podíamos ir al baño, que el piloto trataría de hacer un aterrizaje de emergencia.

    Afuera la tormenta gritaba. Nosotros, en un silencio sepulcral. ¿Cómo hizo el piloto? Bueno, no lo sabemos, lo que sí es cierto es que después de largas maniobras aterrizamos en la ciudad de Zacatecas. ¿A qué le teníamos miedo? ¿A caer, a que el avión explotara, a que nosotros, los 94 pasajeros, saltáramos al vacío? No lo sé, porque los empleados de Aeroméxico nunca explican lo que pasó. Ni siquiera después de haber aterrizado.

    Ya unas cuantas horas más tarde, una chica de la aerolínea me dice que Aeroméxico siempre privilegia la seguridad. Después vi al piloto (un chico fuerte, guapo como Don Johnson, jovencísimo) y le agradecí. Él me dijo: Disculpas por no poder hacer el vuelo, se fue en un uber y me quedé perdida en el aeropuerto de Zacatecas.

    No podía llamar a la Feria. Eran la 1 de la mañana. Aeroméxico no tiene pensado qué hacer cuando pasan estas emergencias. Es una línea privada. Todo va hacia el dinero.

    Un hombre muy bien puesto, en las protestas, dice: Yo soy un cliente.

    ¿Qué valores tiene un cliente para estas empresas neoliberales? Cero. ¿A quién hay que reclamarle? Al gobierno.

    ¿Cómo el gobierno va a responder cuando las empresas privadas cometen un error? No somos seres humanos y no tienen que resguardar nuestras vidas, ese es el pensamiento de Aeroméxico. Una chica me dice que los empleados no ayudan a los pasajeros cuando uno protesta mucho o pide explicaciones. El cliente debe ser obediente y bajar la cabeza.

    No puedo pedir compensación porque no era mi boleto, sino de la Feria del Libro.

    Salimos el sábado a las 11 de la mañana. El cliente, roto como yo, con la ropa mal, la cara constreñida, sin saber lo que le había pasado, me ve con una mochila en la espalda y sacando su última fuerza dice varias veces: permiso, permiso…ah, el valor del cliente.

    10 de septiembre de 2024, 04:59

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