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12/14/2025
 Luis Felipe Pérez

Apague la luz y escuche: notas sobre poesía actual en México

Quiero hablar de poetas en México, pensar en poesía actual. Busco una relación que permita acercarse a obras: ver cómo han respondido a su tradición, cómo se ofrecen a la lectura y cómo podemos situarlas, lo que sea que esto signifique

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    Quiero hablar de poetas en México, pensar en poesía actual. Busco una relación que permita acercarse a obras: ver cómo han respondido a su tradición, cómo se ofrecen a la lectura y cómo podemos situarlas, lo que sea que esto signifique; quiero fijarme en cómo aparecen y el camino que siguen para prestigiarse -o no- como ejemplos y muestras de la “tradición lírica mexicana” algunos libros.

    Aunque Malva Flores o Heriberto Yépez se muestran pesimistas al respecto, mi sensación es distinta. Rescato, entre los mares de poemas que puede uno intentar leer, la constancia de que se trata de una tradición en movimiento y que merece la pena preguntarle a los poemas lo que piensan, aludo a Mario Montalbetti y a Badou. Tampoco me es ajena la idea de Pierre Bordieu sobre el “momento de producción”, escenario con memoria que revela información y condiciones valiosas para preguntarle a cualquier obra, también a un poema o a un poemario. Malva Flores dice que luego de la generación “Caníbal” ya no hay poesía sino solo queja -que equivale a decir que después de los Beatles ya no hay música-. En el caso de Yépez, afirma que a partir de la concesión de becas como el FONCA, SNC, o la Fundación para las letras mexicanas, más que tradición hay una continuidad subordinada a autores que se forjan intentando escribir lo que pidan sus mayores -su afirmación comprendería, por lo menos, los últimos 40 años de escritura en México-.

    La abuela de la poesía mexicana, como se autonombra Flores, finiquita cualquier posibilidad de tradición si no se dedica a patearle la puerta a sus antecesores -el parricidio necesario-, rescata la utilidad de la ruptura como elemento que forja ese mapa en el tiempo de poesía, y no solo porque lo haya propuesto Octavio Paz. Yépez, lo mismo: para él la continuidad es en detrimento; lo que debe manifestar la poesía emergente es ruptura, ejercicio, transformación. Estas reducciones que hago alevosamente dan para discutir. Con las consignas de la decana y del perenne crítico contra la oficialía uno puede sentarse en una mesa con otras personas dispuestas a carcajearse de los abuelos y a poner nombres, obras, formas, gestos, alcances de lo que ha venido después -después de que Flores dejó de leer poetas, por ejemplo-; o después de que Yépez le reclamaba a los poetas de su juventud que escribieran igual que Jaime Labastida o cuando las promociones que aparecen en el mapa le han dado la espalda, con algo de desinterés o sarcasmo, a lo de antes.

    Ahí es donde aparecen nombres y obras.

    He pensado en Anaclara Muro, de Querétaro. Durante un tiempo dirigí un proyecto de promoción, divulgación, lectura y crítica de escritoras y escritores jóvenes para la Universidad de Guanajuato. El trabajo de curaduría fue formativo. Me llevó a preguntar por la poesía actual (con la consciencia de lo efímero que supone “lo actual”, pregúntenle a Maples Arce). De alguna forma, los textos que propongo desde la lectura del poemario de Diana del Ángel, Lengua Hierba, y en adelante, tienen que ver con esto.

    Anaclara Muro escribe una lírica que acompaña mucho menos el anhelo del oropel como del pensamiento crítico. Para la reciente ganadora del Premio de Poesía Aguascalientes, el uso de metalenguajes -que para la poesía tradicional no entrarían en la semántica “poética” o poetizable-, se ha convertido en una herramienta literaria para ejercer -o escribir o pensar- la poesía. Se trata, con matices de por medio, de una lírica del pensamiento crítico y también fruto del revisionismo. El revisionismo al que somete el discurso frente al que ensaya es dialéctico: uno viene de esa poesía con nuevos conocimientos; mejor, con la conciencia de haber cuestionado al discurso ya conocido y haber entendido a partir de alegoría, metáfora y doble sentido el pensamiento del poema.

    Aludo a Muñecas para armar, publicado en Palíndroma en 2022, que, en este tenor, es una puesta en escena crítica como aquella de la que se vale Shakespeare en Hamlet para provocar la anagnórisis: un grupo de teatro que actúa frente a los culpables el crimen del que creen han salido impunes.

    Una idea que me es útil para ponderar poemas es que al leer poesía actual lo hacemos en poemarios o en antologías, pocas veces en hojas sueltas o en revistas, como en otros momentos en los que un poeta aparecía, de a poco, hasta completar un libro que reuniera las obsesiones entrevistas a lo largo de cierto tiempo. Con la aparición de los concursos literarios que exigieron obra inédita para participar, ese tiempo de poetas que sueltan poemas para revistas se modificó. La forma de leer poesía se asocia más a obras terminadas; o pensadas para un término: el libro que concurse, gane o no, es una concepción de la obra distinta, con la que podría decirse que estamos familiarizados. Sabemos, ahora, que para buscar el estipendio de una beca hay que proponer un proyecto y escribir en torno a esa abstracción. Por eso digo que, de un tiempo a la fecha, la poesía en México se escribe conceptualmente. Se escoge un tópico, se le imprime una actitud y se ejercita la posibilidad de romper -o no- las formas vistas por la poeta o el poeta que escribe con la fecha de caducidad que tiene el apoyo para la creación, sea concurso o mensualidad.

    A partir del año dos mil ocho, donde fijaría los primeros premios a obra inédita, tenemos mecanuscritos terminados como los esqueletos de obras. El factor me resulta relevante: exclusivizar la producción para concurso fue un cambio que movió incluso la escritura en blogs de los iniciales dosmil o la presencia en RRSS, cuando apareció Metroflog o Myspace o Facebook. Eso podría explicar mi afirmación de que en México la lista de autores y autoras líricos se puede rebuscar bajo la idea de poesía que conceptualiza en un libro una serie de ideas ensayadas a partir del discurso lírico, del lenguaje poético y de una intencionada renovación; que ese ensayo de ideas y de gestos estéticos se abandona cuando se considera que se tiene un libro o algo equivalente. Por eso digo que poemarios como Lengua Hierba de Diana del Ángel o Princesas para amar de Anaclara Muro son fruto de una poesía que he de llamar poesía del pensamiento crítico y que, de alguna manera, ese ejercer el ideario en bloques -temporales, de extensión en cuartillas- tiene circunstancias como las destaco, propias del siglo XXI.

    En esta lírica del siglo XXI, en México, tengo la sensación de estar ante una poesía del pensamiento crítico, ya lo he dicho en otra parte. Me refiero a que veo el tratamiento de un tema a partir del discurso poético en donde el tema es acechado desde distintos frentes hasta agotarlo o atomizarlo o proponerlo como un postulado fruto de pensar las causas últimas. Y ese factor es central para leer preguntándole a un poemario, ¿qué piensa?

    Por su parte, Princesas para armar, acude, de inicio, a las formas del cuento de hadas, que parodia:

    Hubo una vez

    hace muchos

    pero muchísimos años

    tres hermosas princesas

    La primera se llamaba Clara

    La segunda se llamaba Clara

    La tercera se llamaba Clara

    Con la alevosía de ejercer el pensamiento crítico lo que deja Anaclara Muro es el proceso de demolición -sin nostalgia y más bien con acidez, como en una cámara lúcida- irónica. Me refiero a una distancia que tensa y da tono al poemario ante un discurso aprendido en la indefensión ya anunciada en su No ser el power ranger rosa que salió en Montea: “¿Acaso no has entendido?/Ya no soy aquella niña incrédula/de la que abusabas/he crecido y me hecho más fuerte/y eso te ha molestado/porque ya no puedes hacer lo que te han enseñado”. Lo que vemos es el cuestionamiento de un yo lírico que acusa el paso del tiempo y la toma de conciencia que, por una parte, se muestra en las preguntas que el poema le hace al discurso -con sorpresa, rabia, perplejidad- y, por otra, formalmente se vale de la caricatura -ese género crítico ante lo hegemónico, dice Azúa- para mostrar, para llegar al momento de anagnórisis.

    El caso Princesas para armar es el de un poemario de ideas en cuanto a que se acude a la puesta en escena -teatral y materialmente- de un juego donde la ironía es la herramienta para extraer del poema el pensamiento.

    Uno entiende que el engole es ficticio y es burla, que lo dicho está colmado de doble sentido; que lo dicho en el poema es lo contrario a lo que escribe Anaclara Muro. El procedimiento es de una sistemática alegoría, metonimia y paradoja, y es eficaz como el efecto de un golpe fisiológico. Queiro decir aquí que Anaclara Muro hace la tirada de dados como lo hace una rapera que, al final, se pone los lentes negros cuando ha acabado con el adversario:

    Una princesa tiene que ser hermosa

    caminar erguida

    complacer

    Cuando una princesa

    está demasiado fea para ser vista

    los pretendientes entran uno a uno

    con los ojos tapados

    para romper la nuez

    romper el hechizo

    tuvo que haber sido una bruja malvada

    una rata envidiosa la que

    le hiciera algo así

    a la princesa

    pero

    qué es la belleza

    El poema es un collage-montage: hay materiales y hay simultaneidad, una práctica que tiene muestras distintas de una convención literaria en poemarios actuales: voces aprendidas, diálogos, pensamientos, monólogos, instrucciones, archivos. Los distintos materiales son propuestos como parte del yo lírico que ve ese monólogo pasar frente a sí y que dan el efecto de estar ante distintos escenarios, en un montaje que, sin embargo, está lleno de sentido: la idea de que el discurso ha sido impuesto hace evidente la ironía ante la infantilización de la muñeca Clara, trasunto de la idea que vertebra el poemario contra los roles, contra lo dicho, contra lo impuesto. El lector, y el yo lírico también, testifican el surgimiento del pensamiento propio, revuelto, tenso, apenas inteligible, apenas conjuntándose para ser dicho.

    Es un libro que se vale del lenguaje para poner en vilo la noción de “princesa”, un tópico que extrae de la cotidianidad para machacarle el sentido, ejerciendo la potestad de la poesía de nombrar y renombrar e inventar el sentido de esos significantes cargados de historia y moral y cultura. Anaclara Muro, de un escepticismo contundente, desmantela y entra por un camino cuyo sentido es el contrario y deja una poesía de la inteligencia.

    Acudir a ese despliegue desarma incluso a quien, reaccionario, hubiese querido decir “que su generación solo se queja”. Distingue que la imaginación, puesta como herramienta de la poesía, se convierte en palabra que pesa, arma arrojadiza, “un apague la luz y escuche”:“Quién dijo/la imaginación es de mentiritas”.

    26 de abril de 2025, 00:00

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