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7/12/2025
Monica-Maristain

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Mónica Maristain

Busco mi propio lenguaje para narrar el mundo: Lucía Calderasz

Hacía tiempo que un libro de ensayos, un libro podríamos decir “híbrido”, que son, como decíamos con el escritor Gastón García Marinozzi

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    Nuestra gloria los escombros es un inclasificable dispositivo literario donde Lucía Calderas nos comparte, a través de la historia de la bisabuela Lucía y su linaje familiar, la búsqueda de su herencia mazahua, explorando los mitos, historias y usos del lenguaje de esta comunidad.

    Hacía tiempo que un libro de ensayos, un libro podríamos decir “híbrido”, que son, como decíamos con el escritor Gastón García Marinozzi, los que explican el mundo actual, que no me sorprendía tanto.

    Distinguir los trabajos creativos en un sistema generacional se queda chico y uno no alcanza a comprender de acuerdo a esa visión los fundamentos de cada proyecto. Me he sentido muy cerca de Lucía, destinada a subvertir las utopías y a ver exactamente de donde salen los problemas neoliberales (del neoliberalismo, claro), reconectarnos con el significado de las palabras precariedad, periferia, las franjas que rodean a la ciudad y sobre todo el tema del hambre, “el hambre ancestral” según dice ella.

    En Nuestra gloria los escombros (Sexto Piso) Lucía nos ofrece un inigualable testimonio del desarraigo al que el proyecto globalizador y su obsesión con el progreso ha impuesto a los pueblos originarios del Estado de México. Ello porque, como afirma contundentemente la autora: “El proyecto de globalización comienza en los deseos, esto hay que tenerlo claro antes de comenzar. Convierta a la persona seleccionada ya sus características en problemas: el analfabetismo, un problema, el color de piel, otro problema, mucho más grave que el anterior”.

    Lucía Calderas (Estado de México, 1999) es poeta y ensayista. Ha publicado en las antologías Monstrua (UNAM, 2022) y Tsunami 3 (Sexto Piso, 2024).

    –Una de las cosas que me sorprendió muchísimo en tu libro es el tema del hambre. Tú dices: el hambre no se va, el hambre viene de lo ancestral, de lo que es realmente enfrentarse a este neoliberalismo. ¿Cómo se te ocurrió, cómo fue que empezaste a escribir este libro?

    –Este libro empieza con el dolor, con las ausencias, los espacios vacíos en las historias. Muchas veces he escuchado a personas decir: ah, sí, mi mamá hablaba este idioma, pero ya no me lo enseñó. Y me pregunto qué pasó ahí, como en toda esa pérdida de un lenguaje, en mi familia y qué implicaciones tiene en mi propia identidad. También era la necesidad de que esa historia terminara en algo más que no fuera ese dolor, no sé si lo logré, pero ese libro es como mi intento de contar mi historia desde otro lugar que no sea esa tristeza o esa ausencia.

    –Uno, por ejemplo, a veces escucha, los indígenas van a ir mejorando conforme nazcan, ¿cómo puede uno pensar determinadas cosas? Y en ese sentido creo que el liberalismo nos da un montón de argumentos que no tienen valor y me parece que empiezas a desmontar esos argumentos.

    Sí, trataba de apropiarme de mi historia y también de describirla muchas veces, porque al principio veía los propios juicios, los propios sesgos que tenía frente a ciertas cosas, como las primeras palabras que se me venían a la mente para describir ciertas cosas no fueron las palabras que usé. Me fui cuestionando ese lenguaje que tenía para esa historia y fui construyendo uno diferente. No es el lenguaje final que vamos a usar para narrar ese tipo de historias, pero sí es una aportación a que la gente se cuestione qué palabras está usando para nombrar qué cosas. Entonces es también como una búsqueda de mi propio lenguaje para narrar el mundo. ¿Qué palabras son más accesibles? ¿Qué palabras me cuestan más trabajo usar?

    –Hablas también el tema del hambre, cuando hablas del nopal y dices que en la periferia hay una gran ausencia de verde. La gloria se me fue, vinieron los escombros y no hay nada de verde y uno empieza a cuestionarse precisamente qué es lo que está comiendo.

    –Es una historia real. Me acuerdo que cuando era muy chiquita mi bisabuela todavía podía caminar, me echaba en el carrito del mandado; ella vendía nopales, los preparaba con tomates y cilantro y cebolla y los vendía en bolsas en el mercado. Recuerdo que me llevaba así jalando en el carrito del mercado para cortar los nopales que usábamos para preparar esa guarnición. Eran horas de estar cortando y pelando los nopales, le ayudaba, pero me daba hambre. Me comía los nopales crudos. Me encantan los nopales. Normalmente se comen cocidos, pero ella me los daba crudos. Se fue deshaciendo ese ritual que teníamos, ese sustento que nos daba el nopal, de vender ese trabajo que nos significaba. Cuando llegaron ciertas construcciones, fuimos dejando de hacerlo la enfermedad de mi bisabuela impedía que caminara. Fueron como muchas cosas que se conectaban y que tuve que fijarme que no eran casualidad.

    –¿Cuándo descubriste la palabra precariedad?

    –Los precios suben y comienzan a tomar relevancia en la vida y en la conciencia de un niño.

    –Describes también físicamente la periferia y dices que no es un lugar al que uno pueda aspirar

    –La periferia también es un espacio identitario. Al que se relegan como a cierto tipo de personas o sentimientos o ideas narrativas. Entonces, la cuestión de ser periférica no solamente es geográfica, es un territorio que lo define la grandeza, la enormidad de otra cosa que es la ciudad.

    –Frente a la ciudad somos todos esclavos

    –Sí y me parece muy fuerte, porque las ciudades viven del trabajo de la periferia. Debería ser al revés, que las ciudades sean posibles gracias a esa periferia. Y creo que la gente no lo reconoce, como de verdad millones de personas, entre las cuales están personas de mi familia, viajan y no digo se desplazan, digo viajan porque son dos horas o más a veces todos los días para trabajar en esa ciudad, para sostenerla, para mantenerla funcionando.

    –Tu realidad es muy diferente a una persona que vive en la Condesa, que vive en la Roma, donde la literatura a veces se estanca. ¿Cómo fue esta escritura para ti?

    –Pues siento que todavía voy agarrando mi lugar. Me cuestiono mucho la idea de publicar, de para quién escribo, de la ética de mi escritura, pero también sé que no estoy sola, que hay otras ancestras, hay otras historias y ahora somos como una ola de mujeres y de identidades. Somos otro tipo de personas periféricas, que estamos intentando cambiar y sacar de ese centro la literatura y hacer que se pregunte y produzca otras cosas. Eso me parece valioso.

    –Me encantó mucho tu libro porque es híbrido, no plantea un cuento, no plantea una novela y al mismo tiempo plantea un montón de otras cosas. ¿Quiénes son tus modelos, Lucía?

    –Va a sonar un poco obvio y torpe que lo diga, pero es el Internet. Pensaba en el libro como un wiki, un libro que se comunica entre sí mismo, algorítmico, que se alimenta también de sí mismo. Hay otras literaturas que tratan con formatos distintos, pero vaya que el Internet no necesariamente tiene que ser negativo a su influencia en la literatura, pues ya es algo que tenemos que integrar.





    2 de julio de 2025, 13:18

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