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Crónicas de la espera: pacientes con otras afecciones son relegados por la pandemia
A enfermos de epilepsia, insuficiencia renal, diabetes, fibromialgia y otros les ha tomado semanas recibir atención médica en hospitales de Guanajuato durante la contingencia sanitaria de la COVID-19
Además de muertes y contagios por el virus SARS-CoV-2, la pandemia ha dejado afecciones de salud sin atenderse. Las instituciones médicas de Guanajuato han experimentado una reducción masiva de áreas clave como urgencias, cirugía general y medicina interna, así como pisos en hospitales y personal sanitario enteramente destinados a mitigar la COVID-19. Pacientes y familiares no covid hablan de su experiencia en la insufrible búsqueda de fármacos y tratamientos.
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— ¡Juan Antonio Saldívar! ¡Alma Karina Martínez Camarena! ¡Juan Manuel Moreno Calvillo! ¡Lucía Hernández Lara! —grita un guardia afuera del área de Urgencias del Hospital General de León. Los familiares y pacientes responden en coro cada que se vocean los nombres de sus parientes: —¡aquí, aquí! —contestan trasnochados y malcomidos.
Las ambulancias ya no derrapan en la entrada como hace un par de meses, durante las semanas más difíciles de la pandemia. Sin embargo, la reconversión del hospital dejó estragos: los no-covid, los no atendidos, muchos aún a la espera de tratamiento, medicinas, cirugías; algunos solo en busca de información.

Si hace dos meses la policía patrullaba el hospital como si se tratara de una guerra, hoy los agentes reposan plácidamente el almuerzo afuera de la caseta móvil, platicando, riendo. Algunos se dan el tiempo de servir cambiando una goma a la puerta de un automóvil propiedad de un hombre común y corriente. Otros sin cubrebocas. Al minuto, una patrulla llega, registra visita y se va.
Son las 12:50 del día y familiares y pacientes se acumulan en el único acceso de urgencias del hospital. Un cuello de botella, que filtra a quienes pueden recibir atención médica y a quienes no. Salen y entran personas, pero otros llevan horas esperando, apenas comiendo, dormitando entre los voceos de la seguridad privada.
— ¡Rafael Martínez! ¡Juana María Paz! ¡Lourdes Estrada! ¡Eugenia Bernal Cortés! —de nuevo el guardia usa su boca como megáfono para llamar a familiares que esperan informes médicos, algunos con hasta una semana o diez días sin noticias de sus familiares.
Hileras de automóviles con gente acostada en las cajuela abiertas, cultivando paciencia para recibir los resultados, el parte médico, la buena nueva. La pandemia dejó claro que no había nada listo para recibir olas de enfermos y seguir atendiendo a los de siempre.
Eugenia tiene casi dos semanas esperando que a su marido con diabetes le amputen las piernas. Al día de hoy nadie le ha dado información de su estado de salud, y tampoco lo han sometido a cirugía como les dijeron los médicos. Cada que sale o se pone el sol, espera noticias que nunca llegan.
—«No quiero esperanzas, quiero la verdad».

Como ella, toda la gente está inquieta. Como pueden se hacen lugar en una sala de espera improvisada al aire libre, dispuesta ahí para evitar contagios de coronavirus por falta de ventilación. Como es costumbre para quienes no pueden pagarse atención privada, la gente está lista para pernoctar: cartones, cobijas, comida rápida y botellas de agua dispersas en el suelo. Charlan para aligerar las prórrogas de los médicos, lloran, se quejan y se consuelan entre ellos; se paran y se sientan una y otra vez. Ansiosos al tope.
Lucía y Rosy, lo mismo que Eugenia, hace ocho días que trajeron a Roberto (tío y hermano, respectivamente). Llegó con una falla renal y les dijeron que lo iban a hemodializar. Al poco tiempo de haber ingresado les llamaron para decirles que Roberto había firmado una autorización de intubación. A Lucía solo le quedó hacer lo mismo: autorizarla, pero sin saber por qué. Los médicos les dijeron que estuvo consciente cuando firmó. Hoy se preguntan por qué si llegó para hemodialisis, necesitó ser intubado por COVID-19.
Hay algo nuevo, sin embargo, en esta sala de espera a la intemperie: sólo se nos ve la mitad del rostro. Suena a cliché, pero a siete meses de haber empezado la contingencia, las personas seguimos sin acostumbrarnos. Cuando hablamos, hay quienes se bajan un poco el cubrebocas para ser vistos. Los ojos hablan por encima de la tela quirúrgica, pero a veces no dicen lo suficiente. La fatiga es el gesto general.
Apelmazados bajo dos por veinte metros de sombra, los familiares cuentan que a los pacientes que presentan neumonia los atienden rápido por ser un síntoma de la COVID-19. Las pacientes de ginecología salen rápido —dicen. El resto aguarda.
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L.V.:
Tengo epilepsia desde que tenía como deciocho años. Recuerdo bien porque estaba empezando la prepa. Antes de entrar tuve mi primer cita con el neurólogo y me dijo que como las medicinas iban a ser caras tenía que inscribirme al Seguro Popular. Estoy ahí desde que el hospital estaba en el centro, el Hospital General antiguo. Después ya seguí mis citas en el hospital de ahí de la salida a Silao.
Cuando empezó todo esto cerraron hospitales por la pandemia. Mi cita de junio me la recorrieron a julio. Llamé de nuevo para confirmarla y la habían pasado para agosto. Lo intenté de nuevo en agosto porque quería asegurarme del horario. De nuevo, me dijeron que hasta octubre. Entonces estamos esperando a volver a llamar para ver si otra vez nos la cancelan. Ya no sé.

Sí, les comenté. Les dije que no puedo estar sin mi medicina. Cada caja cuesta mil 100 pesos y me dura un mes. A lo mejor no he necesitado consulta, pero sí receta. La receta la necesito para canjear mis medicamentos. EPIVAL ER, se llama. «E-P-I-V-A-L, espacio, E-R». Es valproato semisódico, medicamento para la epilepsia.
Ese es uno de los problemas, porque hablas al hospital y primero te dirigen a un teléfono. Ahí te dicen que no, que no es en esa línea. Luego te pasan a otra. Así nos fueron recorriendo la cita.
Al final, no hay buena comunicación en el sistema. Las mismas que te toman la llamada no saben adónde mandarte para darte información. Entonces, fue muy tardado que nos avisaran que no iba a tener la cita de julio. También lo fue para que nos dijeran cuándo tendrían la medicina. Al día de hoy tengo unas cuantas reservas. Me dan solo para dos meses, y ya no llego a octubre.
No solo hospitales estatales, también federales y privados
Hace poco más de un año Daniela se enteró que tenía fibromialgia. Siempre padeció de dolores en el cuerpo. Antes de la pandemia acudió a todas las instituciones de salud pública "al General, al IMSS, a todas las que se pudo", dice. Su diagnóstico se lo dieron en un hospital privado y fue cuando conoció su enfermedad. Pero dado que no podía pagar la atención particular acudió a la Unidad Médica de Alta Especialidad (UMAE) T1 del IMSS en León.
Cuando empezó la pandemia el suministro de medicamento se suspendió y, pese a que se acercó con su receta, en la farmacia le decían que no había en existencia. Llamó muchas veces a los números del hospital, pero nunca le contestaron. Su primo y su tío que padecen hemofilia tampoco encontraron durante cinco meses el factor de coagulación en la T1.

Daniela desistió de encontrar el medicamento por el riesgo que representaba el contagio intrahospitalario. El factor de coagulación, explica, no se agotó en otras ciudades como Irapuato y Guadalajara, pero en León sí.
Alejandra, que vive en San Miguel de Allende, tuvo tres padecimientos: agorafobia, tinnitus —zumbido crónico en los oídos— y un dolor de hombro. De ninguno de los tres recibió atención en establecimientos públicos o privados a causa de la pandemia.
La pandemia del SARS-CoV-2 ha dejado cerca de 28 millones de personas infectadas y 1 millón de muertes en el mundo. En México estas cifras están por arriba del medio millón de casos confirmados y rozando las 70 mil muertes. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 90% de los países sufrieron interrupciones en los servicios de salud esenciales, donde los países de ingresos medios y bajos, como el nuestro, han sido los más afectados.
La encuesta que levantó la OMS a 105 países fue publicada recientemente, el 31 de agosto. Esta se construyó con datos de altos funcionarios en ministerios de salud que fungieron como informantes clave. Los datos indican una suspensión masiva de los servicios de salud ordinarios para dar prioridad a la mitigación de la COVID-19.
Entre el 50 y el 70 por ciento de servicios como inmunización y atención rutinaria, diagnóstico y tratamiento de enfermedades no transmisibles como cáncer, diabetes e hipertensión, así como servicios de emergencias y cirugías, fueron suspendidos en una gran cantidad de países. El 22 por ciento suspendió servicios de urgencias de 24 horas.
Los efectos de este enfrenón en la salud global —dice la OMS— tendrán consecuencias negativas en la población mundial durante el corto, mediano y largo plazo.
Días, semanas o meses; dentro de los efectos de la pandemia se incluyen las largas esperas para recibir servicios esenciales que antes tampoco funcionaban a la perfección.
10 de septiembre de 2020, 14:01
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