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12/14/2025
Días de bochorno primaveral y declarativo

Días de bochorno primaveral y declarativo

Mal actor de sus emociones, pero actor al fin, el alcalde de Guanajuato presenta sus cotidianas escenificaciones caracterizado según distintos personajes

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    Por Carlos Ulises Mata *

    En días como los recientes —abundantes en calor y en declaraciones rabiosas y embusteras del alcalde Alejandro Navarro— se extrañan sobre todo dos cosas en Guanajuato capital: la llegada de las lluvias, que solucionarían uno de los problemas; y la existencia de Carlos Monsiváis, que resolvería el otro, comprobando la necedad del primer edil mediante el sencillo procedimiento de señalar el absurdo, la ridiculez y la falsedad de sus palabras.

    No teniendo un ciudadano como yo la potestad de hacer llover, de resucitar a Monsiváis ni tampoco la de silenciar al alcalde (mi tolerancia a las opiniones distintas es ilimitada), me queda el pobre consuelo de comentar algunas de sus mentiras, respecto de las cuales la tolerancia no debe existir, mucho menos cuando proceden de un funcionario público que, debido a su debilidad por los micrófonos (los ama más que al gel de fijación ultradura) y a su generoso trato económico con algunos medios, diariamente atiborra periódicos y pantallas con sus barbaridades.

    Mal actor de sus emociones, pero actor al fin, el alcalde presenta sus cotidianas escenificaciones caracterizado según distintos personajes.

    Ilustración: Pinche Einnar
    Ilustración: Pinche Einnar

    El hombre serio

    En algunas de sus apariciones en su televisora favorita, Facebook o Tiktok, el alcalde ha montado burros y tractores, comido tacos y chalupas, bailado de forma descompuesta e invocado a la Virgen de San Juan. En ocasión reciente, actuó la escena consagratoria de besar la cruz como prueba de hablar con la verdad. Apenas horas después de violar con ese acto dos de los 10 mandamientos (el 2º y el 8º), vino a declarar esto, sobre el tema del nuevo Museo de las Momias, MUMO, (ojo a las negritas): “No estamos jugando. El Congreso es gente seria, el secretario de Finanzas es gente seria, nosotros con todo y todo también somos muy serios”. En ese justo momento, bajó del cielo una aclamación que dijo: “¡Ajá!”, y los reporteros —muy serios ellos también— se aguantaron la risa.

    El dicharachero

    Como una especie de Vicente Fox deslavazado, el alcalde con botas se ha distinguido por apelar sin ton ni son a las frases populares y a los dichos. Entre sus realizaciones más recientes en ese tenor, evaluó así la solicitud del INAH de reponer el proceso de evaluación del aún ignoto proyecto del MUMO: “Nos quieren chamaquear, nos quieren madrugar”. Otro día, para describir a su manera las exigencias planteadas por la delegada del INAH Olga Adriana Hernández, dijo que a la funcionaria “le gana la bilis, le gana el hígado, no le gana la razón”, mientras que él “le pone corazón” a todas las cosas que hace.

    Siguiendo en esa línea, también en días recientes soltó otra puntada: “Si usted me dice (le lanzó a una reportera azorada) que hay mala onda de la 4T o del Gobierno de Morena, pues yo no le podría decir si sí o si no. Pero si huele a pato, tiene plumas y hace ‘cuac cuac’ podría decir que sí”. La solución de la encrucijada verbal deja perplejo al más pintado. ¿Entonces dijo o no dijo Navarro lo que le urgía decir? ¿Significa su declaración: “lo que no afirma mi cobardía lo enuncia mi manejo del refranero”? Misterio.

    El intérprete heterodoxo de la ley

    Quizá porque no es abogado y porque no le alcanzan las horas para sentarse a leer, el alcalde acostumbra mostrar a los cuatro vientos su muy peculiar forma de interpretar las leyes que rigen en el país: si no me favorece este reglamento, busco otro que sí; si la ley no me lo impide, pongo un burdel afuera de la Basílica, contrariando el principio universal de legalidad que establece tajantemente que “la autoridad solo puede hacer lo que la ley le autorice, en tanto que los gobernados pueden hacer todo lo que la ley no les prohíba”.

    Ejemplos sobran. Una vez que Navarro supo que no bastaban los papeles que presentó para hacer el MUMO, se puso bravo y dijo: “Vamos a hacer las cosas que marquen leyes y reglamentos; si hay otra cosa que nos pidan, no lo vamos a hacer”, como si fuera facultad suya decidir qué requisitos cumple y cuáles no. Ya encarrerado, agitó el petate del muerto: “Y si después de todo esto no encontramos el cómo sí, pues ya veremos si, de acuerdo al 115 constitucional del municipio libre y autónomo, usamos nuestro derecho, o definitivamente guardamos eso en el cajón”, probando que entiende la autonomía municipal como el derecho a seguir la intuición de sus botas vaqueras.

    Igual de alucinante es su idea sobre el perímetro de la zona protegida por el nombramiento de Guanajuato como Patrimonio de la Humanidad, sobre la cual no se cansa de repetir que “termina donde está el angelito de Tepetapa”, concluyendo el muy vivo que fuera de ese límite el resto de la ciudad es el Far west de las películas, la tierra sin ley donde sólo sus chicharrones truenan.

    Proyecto MUMO. Foto: especial
    Proyecto MUMO. Foto: especial

    El repetidor de frases que no entiende

    Como es fácil percibirlo durante las entrevistas en las que se prodiga, el alcalde de Guanajuato tiene la funesta costumbre de repetir frases cuyo significado no llega a entender. La situación es tan recurrente que sin problema imagino esta escena: un grupo de diez asesores políticos y de comunicación pidiéndole que repita diez veces las frases “el INAH no da permisos, da factibilidad”, “el MUMO va porque va”, la primera propia de un embustero (sin factibilidad, una obra no puede iniciarse y es ilegal) y la segunda de un niño berrinchudo.

    Siendo decenas las frases aprendidas sin reflexionar, entre la sarta más reciente hay una que despunta y me encanta tanto que pagaría una comida con refresco doble en Gavira por saber quién se la enseñó: “La arquitectura es subjetiva”. Su explicación es deslumbrante: “La arquitectura es muy subjetiva, es igual que la belleza. A mí quizá me gusta una cosa y a usted quizá le gusta una señorita, que a mí no me gusta, entonces así es la arquitectura”. Ante esa perla, renuncio a explorar la cabeza de un hombre que iguala cosas como edificios, con señoritas.

    Una es mi conclusión. Son varios los disfraces que al alcalde le gusta usar; el problema es que, pese a su empeño actoral, sus actos lo traicionan. Concluyo con cuatro ejemplos que dan prueba de eso.

    Dijo un día: “Me debo a mis votantes y tengo que cumplirles”, pero sus votantes no votaron por hacer el MUMO. Luego, otra tarde: “Yo quiero a mi ciudad” y sin embargo su preocupación en la vida es que los turistas no se asoleen, padezcan apretujones y se lleven una mala impresión, pues son “nuestros mejores embajadores”. Más tarde, en otra perorata de banqueta, soltó: “Estoy dispuesto a hablar con quien sea” y en cuanto pudo mandó un oficio al IEEG solicitando anular la consulta y nunca se dignó escuchar los argumentos de quienes lo critican.

    Y, al fin, dijo hace días, poniendo gesto de indignación: “Esta ciudad no puede estar a expensas de 5, 10, 15, 20, 500 gentes que estén en contra del avance ordenado de la ciudad”, ante lo cual me apena corregir su manejo del ábaco: no fueron “15 o 20”, sino más de 7 mil personas (más otras tantas que se quedaron sin firmar) quienes manifestaron su rechazo a la aberración con nombre de desodorante que pretende hacer pasar como museo.

    * Carlos Ulises Mata. Universitario, egresado de Letras Españolas e interesado en la literatura, el cine, la ciudad de Guanajuato, el arte popular y la conversación.

    2 de mayo de 2022, 08:07

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