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12/5/2025
Monica-Maristain

Eduardo Mendoza: el humor como espejo de la condición humana

Su Barcelona literaria, con detectives anónimos, pícaros modernos y aristócratas desdichados, es también una metáfora del oficio de escribir...

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    Eduardo Mendoza subió al escenario del Teatro Campoamor con la serenidad de quien ha vivido mucho y aún conserva el brillo de la curiosidad. El escritor barcelonés, autor de La verdad sobre el caso Savolta y Sin noticias de Gurb, recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras con una mezcla de humor y humildad, como si el reconocimiento fuera, más que un homenaje, una broma cómplice del destino.

    “Todavía me considero una joven promesa de la narrativa española”, dijo entre risas. “Lo último que se pierde no es la esperanza, sino la vanidad.” La frase provocó carcajadas y miradas cómplices. La princesa Leonor confesó haber tenido que consultar el diccionario para comprender sus novelas: “Sé que no me han premiado a mí, que no merezco gran cosa, sino a mi obra”.

    Con la naturalidad de quien se mira al  espejo y se descubre niño, evocó su formación entre  libros y voces familiares. “Tuve la suerte de nacer y criarme rodeado de libros… En el colegio me inculcaron las virtudes del trabajo, el ahorro y el decoro, gracias a lo cual salí vago, malgastador y un poco golfo, tres cosas malas en sí, pero buenas para escribir novelas.” Esa confesión, tan suya, arrancó aplausos: era la voz del escritor que ha hecho del disparate una filosofía de vida.

    Mendoza recordó también el papel de sus amigos, maestros y afectos: “Si alguna felicidad he dado a mis lectores, ellos me la han devuelto con creces con su lealtad y su cariño”. Luego, en uno de los momentos más celebrados, añadió: “Lo demás es mérito mío. Ya está bien de modestia.”

    Barcelona y la literatura como territorio común

    Su ciudad natal, Barcelona, fue el escenario natural de su discurso. Habló de ella con la ternura del cronista y la ironía del novelista que la conoce de día y de noche: “Crecí en una ciudad cálida y soleada, tranquila y conservadora, pero también portuaria, viciosa y canalla.” Entre la memoria y la invención, Mendoza recordó que en sus bibliotecas y hemerotecas encontró el pasado turbulento del que se alimentan sus novelas. “Las ciudades, como las novelas, son de todos y no son de nadie.”

    Su Barcelona literaria, con detectives anónimos, pícaros modernos y aristócratas desdichados, es también una metáfora del oficio de escribir: un espacio en constante transformación, abierto a la parodia y a la melancolía.

    “No soy optimista ni pesimista, porque no sirvo para prever el futuro, pero no me gusta el mundo tal como lo veo.” Sin dramatismo, lamentó la pérdida de estabilidad y bienestar de tiempos pasados. “A mi edad, preferiría disfrutar de lo que hay y no andar quejándome de lo que falta, pero me temo que no podrá ser.”

     “Los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto. Si algo me han enseñado es que todo es relativo. O quizá no.”

    En Oviedo, el escritor que devolvió el humor a la literatura española mostró que la ironía puede ser también un acto de ternura. Cuando dijo que el Premio Princesa de Asturias era tan lindo que le gustaría recibirlo todos los años, la sala entera comprendió que no era una boutade, sino la más sincera expresión de un hombre que ha hecho de la risa una forma de sabiduría.




    26 de octubre de 2025, 09:00

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