Pedro Mena propone un itinerario del hombre que ha sido el poeta que escribió -a lo largo de los años- Un sol entre carbón y Cenizas 2014-2025, selección de obra, recién editada este verano. Aparece bajo el sello de El canto del ahuehuete, una editorial de Guanajuato.

Mena es un escritor de León. Para llegar a este último libro ha transitado la poesía -como venero principal de expresión- y una secuencia, diría yo que paralela, en el territorio del ensayo literario con títulos como La corbata y otros ensayos editado por Los otros libros, Los colores del diablo, que apareció en la editorial de Juan José de Giovannini, E1, o Vicios anotados y Mármol, publicados por Cinosargo y Marginalia, editoriales chilenas -e itinerantes- que se interesan por literatura latinoamericana y sus territorios más plurales.

Cristopher Domínguez Michael apunta que Pedro Mena encuentra en el ensayo las herramientas para el autoconocimiento, pero, también, en lo dicho, deja en la mesa temas, ideas y ejemplos que “ponen a pensar a sus colegas, lo cual no es una virtud menor”. El ensayo de Mena es una combinación de introspección y desdén por el mundo. En términos lacónicos, la escritura de “ex vendedor de periódicos” es la de un cínico y la expresión de esta actitud es, otra vez cito al crítico literario, “el aforismo nutrido de una bibliografía vasta”. Mena escribe desde el Bajío y esto destaca porque esos libros aparecen en Bolivia y Chile, a la par que en Guanajuato. Se salta la Ciudad de México en su trayecto. 

En el caso de la poesía, desde 2011 aparece Unheimlich, publicado por Ediciones la Rana en Formato Portátil, una colección a tomar en cuenta, pues reúne muestras de la poesía escrita desde Guanajuato oportunamente seleccionada a través de los años. Podemos decir que Formato Portátil de Ediciones la Rana ha sido, desde ya más de una década, un escaparate para autores y autoras y, para algunas y algunos, una prueba inicial bien sorteada.

Heráclito y Tizne fueron publicados en 2017. El primero cuenta con una edición chilena, en Cinosargo. El segundo, Tizne, aparece en el sello del Instituto Cultural de León y lo prologa Enrique Rangel, que deja el epíteto de “Quevedo cyberpunk” para describir a Mena en este poemario cuya miscelánea reunida ya permitía ver las obsesiones centradas en el autoconocimiento sino que autoescarnio, la cercanía con Ciorán y el carácter cínico que no se irán de la poesía de Mena. 

Demócrito aparece en 2020 en Ediciones la Rana, en la colección Autores de Guanajuato que destaca por ser ese edificio en donde  -por lo menos para el archivo- se incluye una serie de nombres para el mapa de la literatura escrita desde Guanajuato. 

Pienso que en Demócrito -una retrospectiva de poemas que van de 2015 a 2006- uno puede distinguir a Pedro Mena como un poeta actual o contemporáneo. Es decir, ese carácter crítico frente a su tradición -sea cual sea a la que se inscriba, la mexicana o la latinoamericana o la rumana-, como se puede leer en “Es tan lindo ser maldito”:  

Su risa delataba cierta farmacodependencia

en efecto

incluso su perfil como poeta

ah

entonces es bueno

sí

es bueno

entonces hagamos un club para citarlo

y desdeñar a quien no lo ha leído

estoy de acuerdo

bien

bien

ahora está en facebook

y eso sólo es el inicio / hay que empezar por algo

dice el vulgo

seguro una editorial sin presupuesto

pero caritativa

lo publicará

con la honra de un papel higiénico

cabalmente reciclado

En la crítica no solo me refiero a la actitud -ya dijimos, cínica o desdeñosa del mundo, interesada en el autoescarnio o en el autoconocimiento-, también veo una variedad de ejercicios con la forma lírica que plantean con centralidad y práctica sistemática la curiosidad para presentar al poema: coloquialismo, monólogo dramático en forma de parodia, aforismo y falso aforismo, seguidillas y silvas, sinestesias, juegos de palabras, presencia del pop, el collage y la banalidad de lo cotidiano como tema poético.

Por supuesto, el registro de humor negro está presente y esa ironía que alcanza con el tono punzante le da la actualidad de la que hablo. Pinta su cruz en el mapa luego de la lírica crepuscular tan mexicana, pero un tanto anacrónica para la práctica de la poesía actual. Lo hace también con la práctica del poema como artefacto o dispositivo. Se ubica, a veces, en ese stand up tan propio de la poesía en la que el poeta sabe que está frente a un micrófono aunque le hable al vacío, aunque también dialoga con los poetas del silogismo, el soneto y el escarnio como Francisco de Quevedo. 

El artefacto o el dispositivo le son útiles a Mena para hacer del poema un discurso de pensamiento y creería que esta veta es la que más me interesa la mayor parte del tiempo. Hay para Pedro Mena una utilidad de la poesía, para él, que es un formado en filosofía. 

Este verano de 2025 el canto del ahuehuete ha publicado Un sol entre carbón y Cenizas 2014-2025. Muestra ya un plan de poeta con paisaje. Los libros son también un mapa vital de la poesía de Mena y esta última entrega deja una fotografía consumada de uno de los escritores -desde Guanajuato- cuya obra es cada vez más consistente, versátil y que llega a lugares distintos del recorrido habitual de los escritores y las escritoras de Guanajuato. Recientemente pude ver el interés de las lectoras y lectores en Leuven, en Brujas o en Amberes por la poesía de Mena. También, sabemos de su presencia -como escritor- en las conversaciones sobre literatura latinoamericanas en Perú, Bolivia y Chile -el Chile de Antofagasta, la Bolivia de La Paz o el Perú desértico.    

En este último libro, Un sol entre carbón y Cenizas 2014-2025, el yo que asume la confesión experimenta, con rigor y estoicismo, la angustia negra que invade al hombre frente al futuro y, también, es capaz de mirar -casi sin pestañear, con riesgo de quedar ciego en ese empeño- al ardor paralizante ante lo ya vivido. 

Lo relevante es que instrumenta la experiencia con la tensión y ritmo de un golpe fisiológico. Acude a la lírica para meditar frente a la soledad, la postración y lo humillante. Acecha los diferentes momentos de “la edad de hombre”. 

Frente a la paternidad, por ejemplo, en una esgrima conmovedora, queda con la cara cerca de la tierra, muerde el polvo, se queda quieto, y confiesa: “Tu padre sigue abrazando una almohada”. 

En ese tránsito, -más cartografía que mapa- logra articular en discurso -con metáfora, oxímoron y anáfora- los materiales del mundo o, mejor dicho, de la tierra: carbón, tizne, polvo, desierto, pantano, lodo. El poeta puebla con esplendor cada palabra -cuidada y elegida- con impudicia y valentía para hacer prosopopeya de su propia existencia. 

No son calificativos gratuitos. Ilustran aquella idea de la existencia genuina, una conciencia de finitud -meridiana, azoradora, mística-. Desde ahí, la palabra es la soga -espinosa, seca y agreste- por la que escala el hombre, morosamente, como haciendo escaramuzas para salir de un pozo lúgubre, una condena. No hablo de derroteros que podríamos relacionar con la tribu decadentista, que veía en la mortificación una virtud donde el artista se transformaba en un modelo, en un alter Christus. Es algo más. 

Leer a Pedro Mena en este ejercicio espiritual hace pensar en la poesía como un oráculo temible en el que solo la tensión de las palabras y la confesión que se les arranca pueden ser continente para la ardorosa, quemante y asfixiante angustia de habitar el sol negro de la melancolía. 

Un sol entre carbón y Cenizas, casi veinte años de escribir el mismo libro, dan cuenta de la cualidad de poeta de Pedro Mena inscrito ya desde hace tiempo en la nómina de la literatura mexicana como un pensador que esculpe una obra a partir de las secuelas de una implosión de hombre tenso y a quien la poesía le da una vía de conocimiento.