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12/14/2025
 Luis Felipe Pérez

Examen a la prosa en Guanajuato

Isaura Contreras: la inocencia no tiene lugar

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    La última vez que vi a Isaura Contreras fue cuando se despedía porque dejaba la ciudad de México para irse a estudiar a California. Una fiesta de la que recuerdo pocas cosas, acaso la sensación efervescente de la noche en la ciudad.

    Isaura trabajaba en la corrección, preparación y selección de lo que se publicaría como los diarios de Alfonso Reyes. Colaboró con Adolfo Castañón, si no me equivoco, y terminaba su posgrado; o, a lo mejor, había defendido la tesis de maestría y lo de ser ayudante en esa edición era a parte. El asunto es que nos habíamos topado un par de veces, las dos en Coyoacán. Hablo de 2011, aunque debería corroborar en mis diarios de ese tiempo. 

    Para mí era la única escritora de Guanajuato que conocía. Del Varal, cerca de Abasolo para mayor precisión. Su primera novela, La casa al fin de los días, tiene un prólogo en el que Mónica Lavín cuenta su impresión de la autora y su sorpresa ante la novela. Veía Lavín a una escritora que contaba con una prosa hipnotizante que le hizo pensar en Carson McCullers. Hablaba de esa manera de narrar un mundo cerrado, sencillo, en donde se confunde la candidez con la tristeza y esa sensación desconcertante es un efecto literario mayor.

    Fruto de una beca de estímulos a la creación en el estado de Guanajuato, la novela de Contreras se publicó en la Coordinación Editorial de la Universidad de Guanajuato, en la colección Anaquel ¿Sería Anuar Jalife el que estaba a cargo de la selección de textos o era todavía Juan José de Giovaninni?

    Si uno revisa el índice de novelas escritas por mujeres para 2007, en Guanajuato, ésta destaca por ser de las pocas que hay. Una chica de 23 años publicó su primera novela en medio de un páramo de novelistas. Eso no me llamó la atención tanto como ahora, que revisito con los ojos de la memoria un estado de cosas. Lo que se apoderaba de mi interés es que una joven escritora, a la que yo conocí como estudiante aún, publicaba una novela.

    La leí en ese tiempo y reseñé yo mismo el libro para un periódico. De aquello que dije sobre La casa al final de los días recuerdo poco salvo la impresión de distinguir al narrador saltando a través del tiempo con cierto aire constelar, casi errático -como los recuerdos se presentan-, y que, a partir de ahí, recoge la historia de la construcción y degradación de una casa o la vida de una casa vista al final de la vida. El efecto de tersura a la hora de leer no se me escapa. Como decía Mónica Lavín: un vértigo hipnótico inundaba la prosa de Contreras. 

    La idea de que llevábamos hablando mucho tiempo Isaura y yo viene de un ideario bucólico. Me detengo a contar, solo por morbo, por revisitar la memoria y por acomodar -a mi antojo- esos momentos.

    Mis dieciocho años los cumplí trabajando en una pizzería. Duré poco tiempo ahí, no porque no me gustara -los domingos eran pesados, pero no iba mal-. Un conocido de la oficina donde trabajaba mi madre pedía un muchacho para los mandados. Era mejor el sueldo, era semanal, y no tenía que andar con uniforme todos los días. Me fui con los ingenieros y me transformé en bob el constructor: medía terrenos, visitaba oficinas y me lo pasaba medio día en bicicleta: buena vida para un muchacho que salió de la prepa y no pudo ni siquiera pensar si quería estudiar más. Algunos meses después, una vecina de la cuadra me dijo que era coordinadora de un Centro Causa Joven, un proyecto del tiempo de Medina Plascencia que consistía en rentar lugares y equiparlos con todo lo que necesitaba la adolescencia: aparatos de gimnasio, juegos de mesa, videoteca, algunas computadoras -una sola con internet- y, en el caso del que recuerdo, una biblioteca. Vino a la casa una tarde la vecina y me preguntó si me interesaría ser becario del Centro Causa Joven cuidando la biblioteca que estaban a punto de abrir. Me gustó la idea y, hambriento de aventuras, dije que sí. La mañana siguiente le informé al ingeniero Montiel que dejaba el autocad, los avaluos, catastro. Me dedicaría a acomodar libros, poner sellos y esperar a que llegara alguien a la biblioteca ubicada en la calle Jesús García, en el centro Causa joven de Irapuato.

    Ahí es donde conocí a Isaura Contreras. La vi acudir al lugar casi cada sábado de los meses que fui bibliotecario. Terminamos platicando. Me contó qué estudiaba. Me platicó de qué iba eso de las letras y me aconsejó alguna cosa que leer en mi propia Biblioteca, de la que era encargado. Yo quería estudiar filosofía en ese tiempo -aunque tampoco sabía de lo que se trataba eso- y me puso en la mesa el Mundo de Sofía, aunque esa es otra historia. Acá el centro de todo es que acabo de recordar que supe de la escuela de Filosofía y Letras, en Valenciana, donde estudié letras, porque, en una biblioteca más o menos solitaria, conocí a Isaura Contreras.

    La última vez que tuve contacto con ella fue porque le había enviado un par de libros a San Antonio, Texas, a donde reculó después de terminar el doctorado en la UCLA. Me escribió un agradecimiento.

    Esa vez yo iba en un tren. Había llegado apenas a la hora luego de perderme en una estación intermedia en Bruselas, me parece. Me restaban tres o cuatro horas de camino y le presumí que estaba por ver el final de Triste tigre, el libro que mereció el Premio Femina del 2023. Le contaba las sensaciones que me estaba dejando ese ensayo sobre la escritura personal a partir de momentos traumáticos de la autobiografía. Neige Sinno deja un texto sobre el incesto y sus consecuencias en la vida de quien sobrevive a una violación sistemática por parte de alguien cercano. Alta tensión. El texto hace gala de la conciencia de escritura más allá del testimonio: revisa el sistema familiar de los años ochenta en Francia; el sistema judicial cuando ella, ya adulta, intenta que, a través del derecho, se le haga justicia y queda insatisfecha, revictimizada y con preguntas sin resolver. 

    A vuelta de correo Isaura me respondió: -Neige es una estupenda escritora. Tuve muy de cerca ese libro que mencionas, cuando era un mecanuscrito, -remató.

    Pienso en que luego hay obras que le pasan desapercibidas a uno y vuelven como hallazgos, como si se encontrara uno algo que siempre ha estado ahí y que esperaba a que la mirada se afine.

    Volví a Cosecha de verano, la segunda novela de Isaura Contreras apenas hace unas semanas. La protagonista es un personaje que cuenta las cosas con una falsa ingenuidad que redunda en contundencia. Es decir, al ir contando, enlista una serie de conflictos existenciales, morales, económicos, de división del trabajo; cada una de ellas una insospechada tragedia irreversible -en quien la habita o la protagoniza- y que hacen patente esa tristeza en sordina contada como que no quiere la cosa, como sin saber, como lo hace Alice Munro en sus relatos.

    Supe de una nueva edición, en 2024, de Cosecha de verano en Summer Harvest, una editorial norteamericana que elige con tino la novela que, yo digo, tiene una actualidad asombrosa a pesar de haber aparecido por primera vez en la editorial estatal del CONECULTA del gobierno de Chiapas en la colección Hechos en Palabras.

    El artificio es exacto. La aparente ingenuidad es lo que tensa la trama y la hace tan tajante: hace pensar en El tambor de hojalata, en Ana Frank. Esa inocencia con la que se enciman poco a poco los asuntos familiares en un ambiente cerril es rotunda. Pienso que el lugar desde donde se narra es lo que debió admirar el jurado que le otorgó, en 2010, el Premio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos a Isaura Contreras.

    Explora con sinceridad lo vulnerable de las infancias en cualquier entorno y lo inseguro de los lugares para mujeres y niños sobre todo; aunque también, a veces, para la serie de hombres -abuelos seniles, hijos frustrados, hermanos a la Caín y Abel- que se dan de topes contra el veredicto del destino y lo atropellan todo a su paso. Esa misma franqueza se extiende al tratamiento de las relaciones familiares y el choque de expectativas entre parejas, hermanas, padres e hijas, hijas y madres.

    Cosecha de verano se detiene en la observación del daño que causan las expectativas rotas y en lo irreversible, en las maldiciones que carga alguien de la familia y cómo ese rumor convierte a un fantasma en un personaje enigmático, como la Saura de Cosecha de verano. Cuenta sin detenerse a explorar razones o a buscar causas. Ese recurso la coloca en el empeño por narrar. Causa curiosidad su artificio, sus recursos para sostener esa conciencia que es capaz de, al contar “indiferentemente”, sobrecoger a los lectores, hipnotizar.

    Pienso en este trazo en el que Isaura Contreras se incluye, desde 2007, como una de no tantas novelistas de Guanajuato que proponen un modo de enfrentar la vulnerabilidad infantil, el cruce de ser niñas en espacios que, ahora mismo, en 2025, están siendo revisitados, cuestionados y puestos a discusión.

    Cosecha de verano alerta con menos eufemismos - a diferencia de su primera novela que merodea el asunto pero apenas lo esboza- la idea de que los adultos pueden mellar perversamente el futuro de niñas; cuando suceden las cosas, las niñas o los niños no podían comprender que, además de estar indefensas, eran vulneradas por quien, se suponía, debía cuidarlas.

    Veo el cruce geopolítico que tnt me interesa en las novelas del siglo XXI y distingo que al ubicar las novelas en espacios comunitarios, de rancho, hay una asimilación del paisaje como elemento para mostrar el detrimento de las realidades mexicanas a partir de los años del tratado de libre comercio y la industrialización de la producción agrícola. Se trata de un costumbrismo irónico, para nada estéril. Para Contreras, este elemento es útil para distinguir los cambios de paradigmas entre padres e hijos -la vulnerabilidad, la impotencia y la incomprensión de sus protagonistas ante las indicaciones de la realidad-. Los ve desde la mirada aparentemente ingenua de una niña o adolescente que, por otro lado, desde esa franqueza naif -como la de Nellie Campobello- lo que deja es un testimonio crítico, casi cruel, que no deja indemne al lector.

    17 de julio de 2025, 10:36

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