POPLab Logo
12/14/2025
 Luis Felipe Pérez

Examen a la prosa en Guanajuato: Cuando pase el temblor o el viaje evanescente

El pudor del narrador y el aire de perplejidad del personaje que ve al horizonte y se queda -quieto y tenso- con la vida que le toca...

Cargando interacciones...

    El pudor del narrador y el aire de perplejidad del personaje que ve al horizonte y se queda -quieto y tenso- con la vida que le toca patente en la novela de Ricardo García Muñoz, Mateo, es una diferencia frente a la idea que queda en Cuando pase el temblor, de Ringo Yáñez

    La fotografía final que propone es distinta: los personajes se transforman mientras se muestran y, al salir a flote entre la trama, se pierden: una vez que se parte al viaje el muelle se pierde de vista: Yáñez narra la evanescencia en medio de un soundtrack que encabeza el Hurbanistorias de Rockdrigo González. 

     Cuando pase el temblor, publicada en 2024 por Ediciones La Rana -cuando era Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato y cuando publicaba libros-, se inscribe en un índice de novelas de formación o de crecimiento aparecidas en Guanajuato entre los que incluyo los nombres de María Luisa Mendoza, Alejandro García, Ricardo García Muñoz y Ringo Yáñez, del que hablo. 

    Es parte de la colección que recoge de Los Seminarios para las Letras de Guanajuato, iniciativa que buscaba la formación de escritores a partir de tutorías en el periodo en el que Juan José de Giovaninni fue director y que se ha mantenido hasta ahora. El Fondo para las letras Guanajuatenses se convirtió en libros editados por la Rana luego de algunos intentos y trompicones por promover la salida de trabajos escritos por guanajuatenses a editoriales de prestigio, con pírrico éxito. 

    Pero ese es otro tema. 

    Lo que importa decir en todo caso es que luego de algunos ajustes promovidos por Mauricio Vázquez, cuando estuvo a cargo de esta dirección, comenzó a aparecer un índice de libros de los que podemos entresacar Cuando pase el temblor. En las notas que escribe Eduardo Antonio Parra destaca que esta novela está fundada en el viaje como el espacio de la encrucijada. El dilema como detonador del aprendizaje es el que la rige. Los personajes descubren, para nosotros quienes lo leemos, su destino incluso sin saberlo, un tópico clásico como eficaz. Son maltratados, sus angustias no encuentran solución, sus pusilanimidades son el magma de la novela y resulta tanto dramático como hilarante a partes iguales. Le atrae mostrar el caos y, al verlo, no lo rehuye, no hay instauración del orden sino es el parón seco ante el terror o el patetismo o la circunstancia y lo lleva a cabo a partir de una prosa que patina sobre hielo con solvencia. 

    Los lances impúdicos en el uso del lenguaje tanto como en el narrador casi cruel sin ponerse regañón, el sin rumbo que toma cada personaje, las reflexiones contradictorias que aparecen para dar densidad al rato del viaje  resultan un atractivo. Yáñez ha hecho una novela a partir de unos muchachos enfermos de tedio que se meten a una fiesta de quince años sin permiso y la desmadran. 

    La aventura sucede fuera de Guanajuato, en Colima. 

    El asunto de esta bildungsroman es el viaje. Nadie vuelve indemne cuando ha salido, aunque a la postre quiera volver -aunque no pueda, como Ulises frente a Calipso-. Los protagonistas son jóvenes con una sed desértica por la aventura, sea lo que esto signifique. Vemos a los duetos de amigos conversando hasta que se juntan todos, un poco como ese secreto bien guardado en los capítulos de la venta cervantina: una sola historia de varios y, a la vez, un infinito de tramas. 

    Con oficio narrativo junta a los protagonistas con intereses plurales, distinta clase social, diferentes problemas y muestra, también, una imagen de Guanajuato. Con esta tramoya de la que desaparece el aire virreinal de Guanajuato da cuenta del turismo cutre, del ambiente efervescente estudiantil y erótico de la noche, de la ciudad que tiene más bares que cualquier otra cosa. 

    A partir de una escenografía que incluye casas en el centro, entre callejones, conocemos la historia de los personajes: a veces hablando de música -casi todo el tiempo de rock- y charlando sobre el futuro -o cuestionando si lo hay-, de los ideales o el desamor; otras veces en cuadros ruidosos, en la entrada a bares con cadenero en Guanajuato buscando encontrar sexo o amor (da lo mismo) o discutiendo a propósito de conflictos entre ellos mismos que dan el volumen a la historia de amistad perdida que centra la novela. 

    En todos los cuadros que construye Ringo Yáñez lo que hay es una sustancia vital o, mejor dicho, una pulsión. Es un trabajo en el que logra hacer mímesis de las relaciones entre muchachos de preparatoria tan conmovedoras como evanescentes. Solo tienen una cosa en su poder: la amistad, esa ruleta rusa, y una combi a su disposición, si es que se atreven a robarla. 

    Así, la novela de formación que explora la educación sentimental entre canciones de Rockdrigo González adquiere tintes de novela de camino. La vorágine que sugiere emular a Kerouac o a José Agustín, a Bolaño o a Kiko Amat, acelera la trama y la desbarranca hacia una playa en Colima.

    Quien firma como Ringo Yáñez -escritor desde que estaba en preparatoria-, que también se presenta como poeta que recomienda canciones para levantar pesas en el gimnasio, inicia la novela con una meditación sobre la amistad, y, a semejanza de la historia en Mateo, de Ricardo García Muñoz, el escenario es la preparatoria después de un examen, en el caso de Ringo Yáñez, de filosofía. 

    Pongo en relación estas novelas porque veo en la escritura de novela en Guanajuato una tendencia a escribir sobre primeras veces, subrayando lo trágico que es crecer y lo temeraria que es la juventud. En ambas coinciden el asfixiante tedio de la ciudad, los grupos de amigos que sonsacan y las aventuras iniciáticas que se traducen en momentos decisivos que donde sale a flote el carácter de los protagonistas; carácter, ese tópico tan romántico, tan de novela de formación.  

    Luis, Tonatiuh, El Rober y Franco -entre otra serie de personajes tipo que corroboran el viaje de estos alegres muchachos- experimentan la necesidad del viaje, la expectativa del viaje, la angustia del viaje y la transformación en medio. 

    Yáñez elige un grupo plural, voluble, de afinidades extrañas que los unen entre sí una sola: las ganas de hacer algo en el límite de la noche. Es un grupo nada homogéneo que le es útil al novelista para repartir el protagonismo en la novela y darle volumen. Tenemos ante nosotros un choque de polos en el que cada roce, desencuentro, testereo entre personajes produce un derrotero inusitado de la trama. 

    Uno de los valores técnicos de Cuando pase el temblor es la beligerancia con la que abre conflictos el narrador. Goza de una libertad que lo lleva a dejar una novela a manera de constelación en la que hay una línea imaginaria que une las tramas y que, cuando esto sucede, produce desastres. No depende de un protagonista para funcionar sino del choque entre estos: acción, mucha acción, como un narrador poseído por John Kenedy Toole. Para Yáñez la novela es un juguete que le sirve como ejercicio. Estira la liga en cada historia que ha propuesto llevándolas a la disolución. 

    Al final, aunque opta por el recurso “no se sabe qué pasó” o de “Nadie los vio salir”, la sensación que le queda a uno es de que está ante una novela que ha explorado. Logra ubicar las emociones, las muestra con prosa cuidada y diálogos de agudeza dramatúrgica; propicia conflictos: pone ideas en movimiento y llena la novela de pasajes en los que cada uno de los personajes se deja ver. 

    Cuando pase el temblor da una eficaz idea de educación sentimental. La fotografía final, decía, es un desastre en movimiento. Luces de torreta de patrulla, mariguana, ron, una persecución y una debacle dejada en el camino que recuerda a aquel Daniel Espartaco de Autos usados que emocionó a mi generación buscadora de novelas mexicanas que no olieran a polilla.  

    Resulta un audaz y risueño ensayo/ stand up de escritor que suelta el micrófono cuando lo decide. Ya ha contado el chiste que quería contar. No se queda para escuchar las risas, grabadas o no. 



    11 de octubre de 2025, 21:00

    Explora más contenido de este autor

    Descubre más artículos y perspectivas únicas

    Cargando interacciones...