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Iván Cherem no soporta ni el ruido de una aspiradora
Interesante leer una narración que no se ocupe de las víctimas ni haga acento en todo eso que se ve mal, porque una mirada así, panorámica y a la moda, esconde el mal mayor, ese que socava nuestra existencia y que muchas veces no podemos juzgar ni identificar
He venido a presentar a un joven escritor, a Iván Cherem, sin duda uno de los más notables de la nueva generación.
Es importante ver y leer a los clásicos, a los que nos precedieron, pero también es lícito mirar a quienes nos van a suplantar.
En el caso de Iván, escribe en presente y se hace cargo de su clase social y de su condición de judío. Tanto así que elige su propio nombre para dar vida a ese personaje caótico, sumamente inteligente, pero rodeado de la furia, que va en ascenso.
Interesante leer una narración que no se ocupe de las víctimas ni haga acento en todo eso que se ve mal, porque una mirada así, panorámica y a la moda, esconde el mal mayor, ese que socava nuestra existencia y que muchas veces no podemos juzgar ni identificar.
Todas las historias de los últimos tiempos han dado cabida a las víctimas. Por supuesto que tienen un derecho más que ganado, pero precisamente la corrección política y el conmovernos frente a quienes han sufrido los sometimientos, han creado una moda literaria de la que es difícil escapar.
“Creo que la ética del escritor o del cineasta es hacer la película o el libro que tiene que hacer. Me arriesgué y creo que salió bien porque hay un interés por leer eso también. Está lleno de libros que cuentan el feminicidio desde una víctima y por ahí son excelentes, pero este lo cuenta desde el victimario”, dice Ariana Harwicz a propósito de su libro El degenerado.
En el caso de Cherem, estuvo trabajando durante bastante tiempo en una novela para las editoriales, que no quisieron. Entonces, se decidió a escribir la novela intuitiva, la que era propia y nació Siento la furia bostezar (Reservoir Books), que es sin duda una de las mejores narrativas salidas en México en el último año.
Hay que decir la verdad: No fue premiada todavía y a veces por las instituciones oficiales ser tomada en cuenta por la edad del autor: Iván tiene apenas 32 años y aunque no es un adolescente todavía tiene que firmar algunos sellos para ese “organismo” literario que lo todo lo comprueba.
No importa. Están los lectores que se sumarán de boca en boca para descubrir a una novela que piensa con descarnada lucidez en torno a los salvajes privilegios de las clases altas, a la malvada banalidad de las redes sociales, a veces disfrazada de justicia social y a las posibilidades de nuestro libre albedrío.
Una de las cosas me llamó mucho la atención y esa es sin duda la banalidad del mal que presenta Iván en Siento la furia bostezar. La filósofa política Hannah Arendt (1906–1975) acuñó la expresión “la banalidad del mal” en su libro Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal (1963), basado en su cobertura del juicio a Adolf Eichmann, uno de los principales organizadores del Holocausto. Este concepto revolucionó la forma de entender la maldad en contextos de sistemas totalitarios y burocracias criminales.
Uno puede hacer el mal incluso sin darse cuenta. Uno puede herir o matar al otro porque nos molesta el ruido de la aspiradora. Tanto así que el querido y extrañado Martin Amis amplió el concepto. En Zona de interés, el autor ambienta su historia en un campo de concentración nazi, explora la banalidad del mal (en diálogo con Hannah Arendt) a través de las relaciones entre oficiales y prisioneros.
El comandante de Auschwitz Rudolf Höss y su esposa Hedwig se esfuerzan en construir una vida de ensueño para su familia en una casa con jardín cerca del campo, donde él gestiona con eficiencia burocrática el exterminio.
Dice Cherem: “Le grité al techo, pero no sirvió de nada. Después de mucho buscar, encontré la lata de tíner debajo del fregadero de la cocina. Ahí mismo estaban los cerillos. En lo que subía las escaleras, crecían la furia y el ruido de la aspiradora. Frente a la puerta de la vecina ambas rugían como una sierra eléctrica. Abrí la tapa del tíner haciendo palanca con la llave. Vertí el bote entero junto a la puerta y con la pantufla pateé el charco bajo la rendija… Cuando regresé a mi departamento, ya se había callado la aspiradora”.
El Facebook, la conciencia viral, Israel, la comida de los faláfels en la fuga: todo es como la realidad misma. Como esa niña youtuber que casi asesina a la novia de su ex pareja, como ese chico que esconde su bebé recién nacido debajo de un auto: Todo es tan verdadero.
Este texto se publicó originalmente en el sitio Maremoto, en este enlace.
11 de marzo de 2025, 05:00
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