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7/12/2025
Alejandro-Calvillo

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Alejandro Calvillo

La violencia del alcohol en casa

¿Qué pasa si no hay control a la venta de este estupefaciente? Suena raro referirse al alcohol como estupefaciente, pero sería bueno usar este término de vez en cuando para desnormalizarlo

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    La violencia del alcohol en casa, un fenómeno bastante común en México. Con cerca de 60 años y con un cáncer bastante agresivo a cuestas, continuaba realizando su trabajo cotidiano de limpieza en casas. Vivía con su esposo, y muchas noches era común que llegara alcoholizado a violentarla y, en medio del escándalo que hacía, pusiera el radio a todo volumen sin dejarla descansar, noche tras noche. Sus últimos meses los vivió en un cuarto que le habilitaron quienes la empleaban. Era muy querida por ellas y ellos, que se ocuparon de que tuviera medicamentos para el dolor en esos últimos meses de su vida.

    Esta historia nos acercó a las instituciones que brindan asistencia a las familias y personas víctimas de la violencia en nuestro país. Y ahí confirmamos lo que ya sabíamos: que en una gran parte de la violencia que se sufre en pareja y al interior de las familias, el agresor ha consumido alcohol. De ahí surgió la idea de realizar un estudio a partir de los testimonios de quienes laboran en las instituciones que ofrecen servicios a las personas y familias que sufren violencia.

    Hay una gran variedad de estupefacientes que generan muy diversas alteraciones, y el alcohol forma parte de ellos, aunque muchas personas tengan muy normalizado su consumo y no comprendan que es un estupefaciente, que es una droga. El alcohol es una droga depresora del Sistema Nervioso Central que inhibe progresivamente las funciones cerebrales. Afecta la capacidad de autocontrol, produciendo inicialmente euforia y desinhibición.

    Se explica que: “Cuando un sujeto consume alcohol, por su acción específica en el sistema nervioso central, ocasiona desinhibición de la conducta y elimina cualquier control sobre los instintos e impulsos, lo que implica mayor dificultad para controlarlos y, a su vez, favorece que puedan aflorar comportamientos agresivos. El sujeto va a tener la percepción de ser provocado y, ante ello, reacciona con violencia”.

    ¿Qué pasa si no hay control a la venta de este estupefaciente? Suena raro referirse al alcohol como estupefaciente, pero sería bueno usar este término de vez en cuando para desnormalizarlo. ¿Qué pasa si no se regula la venta de este producto que afecta la capacidad de control? ¿Si pululan los lugares donde se vende? ¿Si se vende a toda hora? ¿Si su publicidad es invasiva? ¿Si se asocia al deporte y a los eventos musicales que reúnen a los jóvenes? ¿Qué pasa si cuesta menos, incluso, que la leche?

    A lo que lleva esta situación es a lo que podemos observar en las instituciones que ofrecen servicios de apoyo a las familias y personas víctimas de la violencia. ¿Por qué no se habla y se visibiliza la dimensión del problema? ¿A alguien le puede molestar? ¿Hay alguien que no quiere que esto ocurra? Sin duda, las grandes corporaciones del alcohol —que no quieren regulaciones y que saben bien que una gran parte de sus ganancias las logran porque hay personas que lo beben en grandes cantidades— no quieren que salga a la luz este problema.

    La Red de Acción sobre Alcohol (RASA) acaba de presentar un estudio realizado a partir de entrevistas con quienes atienden en estas instituciones, quienes reciben a las víctimas de violencia. Los testimonios dan luz sobre la dimensión del problema:

    Una trabajadora social explicó: “Las mujeres llegan porque, en primera instancia, solicitan atención psicológica. Ellas, en ocasiones, no alcanzan a identificar que son víctimas de esa violencia; simplemente [llegan diciendo]: ‘Pues es que tengo problemas con mi esposo, con el novio’, etc.”

    Se requiere el apoyo mutuo para enfrentar estas situaciones y desnormalizarlas: tanto la violencia, como el alcohol y la relación alcohol-violencia, como lo expresó la psicóloga de uno de estos centros:

    “Hay un círculo que te sostiene; generar redes de apoyo con otras personas te ayuda, y entonces puedes ir conociendo cosas distintas [a la violencia]”.

    Muchas personas que crecieron en un entorno de violencia llegan a tener problemas para identificarla; asumen que la otra persona —normalmente su pareja o esposo (suele venir la violencia de los hombres)— actúa de esa manera porque ellas están fallando en algún aspecto de su vida. Y se reconoce que el consumo de alcohol exacerba la violencia: la vuelve más recurrente y más grave.

    Del otro lado, tenemos a las corporaciones invadiendo el entorno con sus productos, publicidad, promociones, etcétera. En un entorno social y político, no encuentran barreras a sus prácticas. En México, el mayor consumo de alcohol —por mucho— se da a través de la cerveza. Las regulaciones no consideran a la cerveza como a las demás bebidas alcohólicas: se vende en cualquier tienda y, en la mayor parte del país, se consume directamente en la calle. Se consume masivamente en los estadios, en los conciertos, en las ferias, y se vende indiscriminadamente por cualquier persona que quiera hacerlo al pie de las carreteras, en los pueblos, los mercados, los fines de semana.

    Una parte de las niñas y los niños en nuestro país han crecido viendo, principalmente, a su padre emborracharse, así como también a algunos de sus tíos, a sus hermanos y, en algunos casos, a mujeres de la familia. Han sido testigos, desde sus primeros años, de los efectos de este estupefaciente: viendo a sus familiares cercanos, amigos de la familia y vecinos perder el control sobre sus instintos e impulsos —una especie de demencia—, la pérdida de control sobre su motricidad, así como reacciones fuera de toda proporción, en varias ocasiones violentas. Y todo ello adquiere condición de cierta normalidad, aunque no siempre.

    Recuerdo la situación traumática de una compañera de mi hijo en la primaria: durante una fiesta en la que su padre se emborrachó, ella sufría, lloraba, se quería ocultar, no sabía qué hacer. Los daños se marcan desde temprana edad. En la práctica, se trata de una droga y sus efectos.

    En el reporte de la Red de Acción Sobre Alcohol, que puede usted consultar en www.accionsobrealcohol.org, se menciona el perfil más común de los agresores que se encontró a través de las entrevistas: 

    Ser hombre (en los casos de violencia de pareja).

    Edad de 23 a 40 años. 

    Baja escolaridad y, 

    Consumo de alcohol u otras drogas.

    Recientemente se publicó un desplegado en periódicos nacionales, firmado por más de un centenar de investigadores, de académicos y de decenas de organizaciones de la sociedad civil pidiendo al Gobierno acciones para bajar el consumo de este producto, no para prohibirlo, solamente para bajar el consumo por los daños que provoca en la sociedad cuando no es eficientemente regulado, cuando su publicidad es invasiva, su venta en todo lugar y a toda hora, sus precios de los más bajos. Es decir, establecer las políticas que en otros países han demostrado un gran éxito en la protección de la salud y el bienestar social. Políticas que necesariamente se tienen que enfrentar a fuertes intereses corporativos.

    Eso es lo que estamos pidiendo.


    28 de junio de 2025, 10:00

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