
Autores:

Las caricaturas me hacen llorar: notas sobre un poemario de Yolanda Segura
Yolanda Segura publica serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana de clase...
Yolanda Segura publica serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana de clase trabajadora en 2021. Deja una obra que me viene a la mente cuando quiero hablar de poesía actual, en México; desde Querétaro.
Luego de este libro hay otros que amplifican el interés por el tema que adelanta serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana de clase trabajadora. Heredad ha dado salida a Las trabajadoras, de Mónica Nepote, en 2024. Apenas un año antes, circuló el estupendo poemario de Eva Castañeda Ensayos para una historia de economía doméstica de Elefanta Editorial. Marcan el derrotero por el que se ha ido la meditación de una poeta frente al estado de cosas cuando se piensa en mujer, trabajo y conciencia de clase, y se decanta por el poema para pensar esos polos de los que se extrae reflexión, imagen, conmoción y conciencia. Junto con Aspiraciones de la clase media, de Brenda Ríos publicado en 2018 por Liliputienses, de España, conforman una constelación, un aire de familia en la poesía mexicana escrita por mujeres de los últimos años.
Las poetas disponen del artefacto del poema para pensar conceptos como mujer, trabajo y conciencia de clase. Son libros que acechan un tema con minucia, dialéctica y novedad denunciante en donde, entre otros estilos de poetizar dentro del panorama mexicano de la lírica, han marcado una línea cerebral, revisionista.
serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana da cuenta de la noción de clase media -”trabajadora, proletaria, ni pobre ni rica”-, y somete a examen lo asumido a partir de Eloísa, una mujer nacida en el antiguo DF en 1942.
Me llama la atención la ironía que marca el tono con el que hacen añicos los valores a partir de datos concretos, imágenes materiales y situaciones sugeridas -o asumidas-; nunca una opinión o una denuncia o consigna, acaso sarcasmo o un doble sentido al dejar sobre la mesa materiales que la mirada encuentra, ordena y reflexiona. Lo hace a través de una estructura que da la apariencia de distancia, resignación: alguien que ve la tele a la hora de la telenovela, que ve el gran teatro de una vida con la conciencia de tragedia que la protagonista no tuvo nunca, ni cuando:
“el certificado de defunción asienta:
colapso general” (p.64)
Da la impresión de hacer, en esta prosopopeya a partir de un álbum fotográfico, una restitución. Se vale de la clave del poema para pensar frente a la imagen de:
eloísa muere el 27 de septiembre
183 años después de que se declarara
la independencia de méxico
32 años luego de que echeverría decretara la ley del
instituto del fondo nacional de la vivienda
para los trabajadores
9 años después de que ernesto zedillo
iniciara el proceso de privatización
de los ferrocarriles
44 años luego de la nacionalización de la industria eléctrica y la creación del organismo descentralizado
denominado luz y fuerza del centro
9 años antes de la más reciente reforma laboral (p.65)
La poética desquicia los rasgos de lo poetizable según la tradición lírica mexicana hasta antes de la entrada del siglo XXI. Por una parte, parodia el cuadro de costumbres, evoca el melodrama televisivo o el de las películas como educadoras de lo sentimental y, por otro, elige el metalenguaje de la teoría económica, el uso de los índices de inflación -en tiempos de Echeverría, López Portillo y hasta Zedillo -tan en boca de todos estos días- y las consideraciones sobre la división del trabajo y la división -ficticia- de las clase sociales. Se vale también de la semántica de la oficina, la taquimecanografía, elaboración de oficios y el vestido de secretaria; utiliza también la semántica del modelo de familia entre los que se incluyen robotina y los supersónicos y los Picapiedra, incluida Pebbles. En resumen, el discurso de la televisión, de bulbos en este caso, y lo que en las expectativas sugiere cuando se piensa en una mujer nacida en 1942 que trabaja la mayor parte de su vida. Porque eso es la clase social, una aspiración.
También es un poemario cuyos materiales y sus formas hacen pensar en un dispositivo. Es decir, Yolanda Segura busca -lo obtiene- un efecto: su premisa es la imagen en blanco y negro de Eloísa; el espectro que elabora en el poemario es la situación, ese complejo asunto de una vida, en este caso, la de Eloísa.
serie de circunstancias posibles en torno a una mujer mexicana trabajadora podría pasar como una épica de la heroína sin gloria que es la mujer trabajadora en México entre los años cuarenta y el dos mil: hija, hermana, madre y abuela; trabajadora, educadora, esposa de alguien ausente en esta trama -y en la vida de Eloísa-.
¿Poetizar la clase media de México? Lo conducente habría sido la precariedad -que la hay aquí-, la tragedia de ir del campo a la ciudad, como “Jacinto Cenobio”, o la miseria de perderse como “el mil usos” de Héctor Suárez y Ricardo Garibay; la tragedia del divorcio y sus consecuencias para la mujer, como las revela La vida conyugal de Sergio Pitol o Fruta verde, de Enrique Serna. Pero a Yolanda Segura le interesa esa media de mujeres que un día vistieron minifalda, plataformas y fueron y vinieron del horario de oficina: una aspiración. Y luego, la vida pasó. El tono ingrávido nos deja ver el melodrama de la mujer mexicana en las décadas de la promesa urbana, en el tiempo de los “licenciados”, entre cifras del INEGI, marcos teóricos del liberalismo/marxismo y la decepción ante el deterioro, el derrumbe de la clase trabajadora de 1985, de la mujer trabajadora que ya no recuerda cuándo fue la última vez que se encontró con su marido:
el color de las casas de su clase trabajadora llamada clase media ya es deslucido. las telas son ásperas. las cortinas se compran en un almacén barato. las tiendas caras tienen aparadores para que ella vea todo lo que no alcanzó a ser. toda la ropa que le habría quedado perfecta. (p.53)
Compuesto por versos sin medida uniforme, con tino en los acentos, el poemario es a veces haiku sabio. Otras, mediante el artificio, consigue la ilusión de estar deslizando fotografías -y con esto, el paso del tiempo, el cambio, el movimiento: el desencanto, la textura del poemario-, un recurso socorrido por lo que Monsiváis ha llamado la tradición de la imagen que incorpora más que tropos y retórica, figuras de pensamiento.
El yo lírico no se deja ver. Se trata del hallazgo en este libro: la historia se muestra, se enfoca en alguien y su escenario:
si supiera cómo, ella hablaría de un poema que
fuera todo como una voz en off muy larga para una
secuencia en negro
que al final abre un punto
de luz y luego se apaga
como una televisión
de bulbos. (p.37)
Es Eloísa reconstruida a partir de una serie de imágenes que delinean el paso del tiempo y el destino.
Una de las cualidades de la poesía que me interesa -como la de Diana del Ángel, como la de Anaclara Muro, como la de Yolanda Segura- es que hay experiencia de lectura fisiológica. Uno se repone poco a poco, a ratos, de esa acrecencia dramática; mientras espera a cruzar la calle, y piensa; a la hora de dar clase -y la información del poemario se le cruza a uno con lectura de Simone Weil y su Echar Raíces-; mientras friega los trastes de la comida del viernes -y, como a Eloísa, la protagonista de este poemario- “las caricaturas le hacen llorar”. (Aquí suena la voz de Queta Garay contándonos aquella triste historia que todos sabemos.)
3 de mayo de 2025, 00:00
Explora más contenido de este autor
Descubre más artículos y perspectivas únicas


