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7/12/2025
 Luis Felipe Pérez

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Luis Felipe Pérez

Margarita Villaseñor y El extraño retorno de Diana Salazar

No recuerdo cuándo adquirí la costumbre de poner atención a los créditos de la película, de la serie o de la telenovela

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    No recuerdo cuándo adquirí la costumbre de poner atención a los créditos de la película, de la serie o de la telenovela. El asunto es que, en una de esas, viendo El extraño retorno de Diana Salazar, de 1988, una telenovela que mantuvo en vilo a medio México en horario estelar del canal dos, noté el nombre de Margarita Villaseñor en el lugar de la Idea original y en el crédito del guión, junto a Carlos Olmos. 

    Me emocioné. Busqué una foto de Margarita y encontré aquella en la que es fotografiada para la revista Vogue en un reportaje especial sobre México y su escena cultural. Yo sabía de la escritora por su labor como fundadora de la editorial de la Universidad de Guanajuato al final de la década de los sesenta, porque Batis la menciona cuando habla de Luis Mario Schneider.

    La telenovela, como se sabe, sustituyó al éxito de Rosa Salvaje, un vodevil protagonizado por Verónica Castro que ocupa un lugar importante en la educación sentimental de la teleaudiencia. La tenía difícil luego de que Guillermo Capetillo había sacado de la calle a su amada aun a costa de los empellones Laura Zapata en uno de los papeles que la consagró como la villana de telenovela. Y aún así, la idea original de Margarita Villaseñor fue un batazo. Sacó la pelota del campo con la historia de un retrato embrujado y una muchacha que sufre posesiones. 

    Y cómo no. Los asuntos narrativos de la novela son para notarse. Eran los ochenta. Los juegos a la hora de contar la historia -a la Elena Garro- le fueron útiles a Villaseñor y Olmos para armar el culebrón. El modo de adaptar la historia marco y la historia enmarcada -una afición de Pitol, también amigo de Villaseñor- a ese formato fue -y sigue siendo- un verdadero aporte de parte de Carlos Olmos -un genio- y, en ese caso, la escritora guanajuatense, Margarita Villaseñor: espionaje ruso, parapsicología, desarrollo tecnológico para dominar el mundo comercial y, en medio de eso, la muchacha universitaria que siente atracción inexplicable y mística por Mario Villareal, la reencarnación de un hombre respetado en la Zacatecas de 1640. 

    Da igual por qué llegué a El Extraño retorno de Diana Salazar. Pudo ser porque estaba girando algún meme sobre Lucía Méndez en el medio del espectáculo. Qué sé yo: la pelea con Dulce, la cantante, polémicas en las Divas -ese reality show que explotó antes del primer round- o aquella anécdota con Madonna que terminaba siempre con el Aiwanacolmailoyer dicho por Lucía Méndez mientras el auditorio se partía de risa. También, pudo ser que me acordara de Bonifaz Nuño y su “Pulsera para Lucía” Méndez, un poema dedicado a la actriz.  

    Al final del loop sobre la diva de León, que cumplió 70 años este enero, apareció la telenovela: la narración del instante ante la hoguera es el momento a partir del que se cuentan las historias, como si se tratara de “La autopista del sur”, de Cortázar o Farabeuf de Elizondo (amigo de Margarita Villaseñor). El acto central es una quema inquisitorial de unos amantes condenados a vagar por los tiempos hasta encontrarse en la ciudad de México, en los años ochenta, en donde Diana Salazar es la protagonista. 

    El resumen de la trama lo puede uno escuchar en los tres minutos y medio que dura la canción alusiva a la telenovela, “Un alma en pena”, incluida en el álbum Mis íntimas razones de 1988 -interpretado por la propia Lucía Méndez- de la autoría del divo de Juárez -como no podía ser de otra manera, pienso yo-. 

    Entre todo eso, decía: los créditos. 

    Al iniciar los capítulos, que me refiné con fervor casi adictivo, aparecían los nombre de Carlos Olmos y de Margarita Villaseñor. 

    Era la misma Margarita Villaseñor de la que habla Enrique Serna en el “Sudario del corazón”, un texto publicado por La Revista de la Universidad de México en febrero de 2017. Ese texto también es el prólogo a su Poesía Reunida, compilada por Carlos Ulises Mata para una coedición entre Ediciones la Rana y la Universidad de Guanajuato. 

    Pude corroborar que era la misma porque el propio Serna cuenta que Carlos Olmos, coguionista de la telenovela -y autor de otros éxitos televisivos entre los que destaca Cuna de lobos en la que el propio Serna participó- fue quien le presentó a Margarita Villaseñor para ese entonces dueña de una casa legendaria por sus tertulias y cenáculos y bohemias en la colonia Roma de la ciudad de México. Por esa casa ubicada en la calle Colima -calle por la que caminé a diario durante dos años- pasó todo el gremio cultural del México de los setenta y de los ochenta: actores, escritores, poetas, dramaturgos, músicos; actrices, directores, cantantes. 

    Era la misma Margarita Villaseñor que dio origen, que inspiró  la creación de la protagonista de Estas ruinas que ves, de Jorge Ibargüengoitia. Se trata de ella, o de una parodia de ella, joven guanajuatense, hija de un personaje ilustre de la ciudad, que ideó Jorge Ibargüengoitia y que le es útil para burlarse de los intelectuales de provincia de los años cincuenta en Guanajuato; Cuévano para mejores señas. 

    Lo que cuenta Villaseñor es que Ibargüengoitia llegó a Guanajuato a dar cursos de verano para extranjeros y se hospedó en la casa, en la Presa, una casa que serviría de escenografía para la versión cinematográfica dirigida por Julián Pastor. Lo demás es historia: Estas ruinas que ves y Gloria Revirado que tiene un corazón que le ha de explotar a la hora del primer orgasmo. 

    La curiosidad que me hizo pensar que Margarita Villaseñor y Carlos Olmos se divertían haciendo la telenovela es la siguiente: Diana Salazar tiene una hermana. La hermana es distinta a la ingenua protagonista. Aunque es discreta y muy sensata, también es independiente. Trabaja en el departamento de extensión cultural de la UNAM y tiene contacto con el mundo de escritores, actores, pintores. Podemos adivinar que la hermana de Diana Salazar, Malena, encarnada por Rosa María Bianchi, es un trasunto de Margarita Villaseñor. 

    En ese personaje esconde el gesto autobiográfico de la escritora. De hecho, recibe el premio Xavier Villaurrutia por unos cuentos dentro de la trama, como una historia paralela o secundaria. Pasó desapercibido el dato para el gran público, pero yo me puedo imaginar imaginar a Carlos Olmos y a Margarita Villaseñor riendo en secreto -muy divertidos- por la travesura que hacían incluyendo a una intelectual en la telenovela. 

    No era, me parece, ni fortuito ni inocente la inclusión de Malena Salazar. Representaba un estereotipo de mujer poco común sino que ignoto en la tele porque significaba la diferencia, un reto a las costumbres: mujer independiente, con trabajo propio, con inquietudes que no eran las de casarse. Varias veces se niega al matrimonio deliberadamente. Proponía un modelo de mujer frente al conocido protagonismo de la joven ingenua que no tiene más opciones que encontrar al amor de su vida. 

    Esta idea me dejó perplejo. Era la propia Margarita Villaseñor. Había utilizado el mecanismo de Ibargüengoitia y se había convertido ella misma en personaje. Me pareció una declaración de principios en televisión nacional. Jugaba frente a una serie de valores en donde la escritora cuestionaba las buenas conciencias y la decencia, y los distintos preceptos que todavía suelen imponerse -a través de las telenovelas- en México. 

    Mi hallazgo no era una especulación que topara ahí. Lo que dice Serna de la poesía escrita por Margarita Villaseñor lo constata. Siendo el espectro de su obra que carga con lo más íntimo de la escritora - es una poesía de la experiencia- me atrevo a conjeturar que en esos poemas, escritos como itinerario vital desde antes de los veinte años y hasta los últimos seis meses de vida, son una materia ardiendo que revela qué pensó y sintió Margarita Villaseñor. El poema es un espacio de libertad en. Se revela contradictoria. A partir de cierto existencialismo o patetismo dialoga con los pensamientos. Su inteligencia avasallante ha quedado inscrita en poemas como de “Muerte natural”, un tratado que merece la pena observar con calma: 

    Qué estamos haciendo 

    sino encimar asesinatos y suicidios 

    para no advertir -frente a frente- 

    inevitable el decaer solícito de todo: 

    la belleza, el sueño de la vida, 

    la sombra del amor que perseguimos 

    y muere de muerte natural. 

    El libro por el que recibió el premio Xavier Villaurrutia Margarita Villaseñor es El rito cotidiano. Un poemario que puede considerarse, según Carlos Ulises Mata, el primer libro formal de la guanajuatense y en donde se observa su estilo trágico de tono contenido y sus intereses, el amor, la soledad, la pérdida y la memoria. Pienso que el aporte notorio en este libro de inicio de los ochenta es el cuestionamiento a la noción de amor y matrimonio y ejercicio de la sexualidad, las nuevas palabras y los renovados símbolos para hablar del amor, el matrimonio, la sexualidad. 

    En el caso del estilo se puede ver en Margarita Villaseñor a una poeta de temple escéptico sino que desencantado, trágico. Podemos ver en Margarita Villaseñor apropiaciones de otra poeta a la que ella admiró, como lo fue Rosario Castellanos. La propia autora de Mujer que sabe latín le dedicó unas palabras a Villaseñor en 1956.  

    Lectora de la generación del 27 -Pedro Garfias, que vivía en Guanajuato, fue su mentor-, también muestra un apego a formas clásicas aprendidas de su faceta teatral con su participación en los entremeses cervantinos; faceta la de actriz y dramaturga que exploró, como ya he dicho, en las adaptaciones de teatro, en las telenovelas como El extraño retorno de Diana Salazar en donde se distinguen los gestos -siempre geniales- de Margarita Villaseñor atribuidos a Malena Salazar. 

    A esto llegué luego de notar en los créditos de una telenovela el nombre de Margarita Villaseñor, un personaje cardinal, según yo, La Lucha Reyes de la poesía Mexicana, según Carlos Monsiváis.  



    5 de julio de 2025, 23:48

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