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12/14/2025
 Luis Felipe Pérez

Novelas de crecimiento escritas en Guanajuato. Mateo de Ricardo García Muñoz

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    Mateo es el nombre de la primera novela de Ricardo García Muñoz, aún no sabemos si será la última. Apareció en la Colección Autores de Guanajuato de Ediciones la Rana cuando estaba al frente Juan José de Giovaninni. 

    Publicada en 2014, significaba una suerte de reconocimiento y, al mismo tiempo, un reto para un autor que había destacado, solamente unos años atrás, por su incursión en el relato de fraseo efectista, tramas de misterio y combates a vida o muerte frente a un dilema vital de sus protagonistas. 

    García Muñoz mereció el Premio Nacional Efrén Hernández de Cuento en la edición XIX, que fue en 2010. En esa primera década del siglo XXI, hacerse con un premio que exigía un libro de cuentos rayaba en el anhelo para varios escritores de Guanajuato. Los Premios literarios, más allá de la promesa de una dotación de dinero en efectivo y la publicación de un libro en la Colección Premios Nacionales, eran parte del esquema de una política pública nacida apenas unas décadas atrás para difundir la literatura mexicana a través de sus instituciones y una forma adquirir prestigio para los escritores y las escritoras. 

    En el caso de García Muñoz, nacido en Guanajuato, era como probarse frente a sus pares -de todo México- en un concurso donde, a través del pseudónimo, se valoraba como un examen luego de que habían circulado los relatos de Horterada, aparecido en 2006, bajo el sello de la Universidad de Guanajuato como catálogo de la colección Anaquel. Y, aunque los funcionarios que organizaban el premio en 2010 consideraban que si el premio le conrrespondía a un libro de un escritor guanajuatense era en demérito del premio, personalmente veo que García Muñoz, gracias a Aleja de mi tu espada coronaba, de algún modo, ese inicio -de algunos años atrás- en el mundo de las becas y la búsqueda de pertenencia al ecosistema literario del que hacen mofa, también en ese tiempo, Álvaro Enrigue con La muerte de un instalador, del 96, o Tryno Maldonado con Temporada de caza para el león negro, novela paródica que obtuvo una Mención Honorífica en el Premio  Herralde en 2009. 

    Cobraba notoriedad el autor, que, recientemente, dejó constancia de su trabajo en Un adiós interminable, de 2022, en la editorial E1, del desaparecido Juan José de Giovaninni; de este compendio ha escrito Enrique Rangel: “En este libro, que compendia parte de su genialidad, están los escritos publicados en revistas y diarios a lo largo de poco más de dos décadas.”

    Anclado al blog, ese invento de escritura virtual que nos entusiasmó en los primeros dosmiles, Mateo se vale de esa herramienta metaficcional para emerger. Lo que tenemos en las manos son las aventuras de un muchacho (anónimo: guiño, guiño) que escribe en su espacio virtual, un blog, lo que le sucede junto a sus amigos en los días finales del semestre, en la preparatoria. Nos encontramos, también, a un escritor que se interesa por esos descalabros -escolares, familiares, sexuales, cotidianos- de Mateo cuyo centro es el cambio de edad, el doloroso tránsito de crecer y acercarse a la decepción de la edad adulta. 

    El escritor tiene un asalto de curiosidad por lo que ha escrito Mateo en la web y se dedica primero a leerlo con fervor y, luego, a difundir la historia de iniciación de este preparatoriano de la ciudad de Guanajuato que relata cómo se pasea con sus amigos por la plaza de la Paz, el centro de salud o algún callejón peligroso -(esto es literal y metafórico); Pastita, Embajadoras, El Baratillo. 

    La novela de crecimiento suele pivotar casi sin sutilezas entre el ansia por el viaje y la vivencia de la experiencia sexual, con el deseo y sus consecuencias. El caso de Mateo ofrece esas variantes: la fiebre por salir de la asfixiante ciudad de callejones y el sudor por experimentar sexualmente, que para sus protagonistas significa hacerse grande, ingresar al futuro. 

    García Muñoz, el autor, ofrece una corrección de esa escritura, como si se tratara de Cide Hamet Benengeli. El que vive y escribe tiene su traductor, su corrector de estilo, su espectador, que es el que firma la obra. La novela se titula Mateo, en honor al protagonista. Como afirma Benjamín Valdivia en una presentación de la novela, tiene ese aire romántico de las novelas que llevan el nombre del protagonista en el título como la del joven Werther en donde el mundo golpea el estado de ánimo del personaje con cierto aire de tragedia, naufragio y crepúsculo. Vive el golpe de timón que significa cambiar de edad justamente y, por la manera en que llega a nuestras manos, lo que leemos es el regusto de recordarse, en otra edad, cuando las consecuencias no importaban tanto como el deseo de hacer las cosas.  

    En ese sentido hay un juego que, visto ahora, en 2025, es una lección del paso del tiempo. En el inicio del dos mil era más bien extraño que la autoficción apareciera como tal. Nos encontrábamos -en la generalidad- con la novela como el recipiente en donde las vidas y derroteros sentimentales se contaron en clave ficcional negando la relación con cualquier referente, aunque eran la réplica y tenían su magma en la experiencia propia o en la vida de quien la escribe como, por ejemplo, en Elsinore de Elizondo. El asunto de García Muñoz con negar que se trate de una vida conocida y afirmar con tal vehemencia que es la vida que se ha encontrado en la web -de la que es un mirón solamente- y que corresponde a alguien más, deja ver cómo el pudor de otros años, en este tiempo se ha encaminado hacia el lado contrario:

    Antes que nada voy a aclarar el origen de estas palabras que, como leerán, no son mías totalmente; son también de Mateo. Un chico como tú, que hizo todo lo posible por plasmar en su blog la historia de su vida, los arrebatos de ira, las pasiones que un joven puede tener a su edad.

    La novela por sí misma carga con lo que he llamado paso del tiempo. Es un museo, se queda quieta en sus circunstancias y su valor de atrevimiento se convierte en un muestrario de costumbres y hábitos y léxicos de un tiempo. Exhibe, como lo podrá constatar el lector, los mismos sentimientos angustiosos y ambivalentes de un joven -o de varios jóvenes y alguna personaje no tan joven-, pero los coloca en un momento determinado, al ritmo de The Cure, Please dont go, Bon Jovi y Candy Girl como la fantasía de todos. Pienso que a García Muñoz - el autor- de veras le aterraba, en aquel momento, que lo leyera su tía o su madre y se dieran cuenta que su protagonista confesaba cómo se birlaba dinero de la tienda familiar para ir a buscar aventuras sexuales. Tan real era la literatura para el escritor que temía incluso por lo inventado o imaginado: 

    Yo nunca me hubiera atrevido a pedir un condón en la farmacia. Nomás imaginar enfrentarme a una dependienta gorda que me cuestionara mi sexualidad, o que conociera a algún familiar mío, se encontraba lejos, muy lejos de mi valor.

    Morales a parte, la novela recupera un itinerario juvenil, de iniciación sexual, de clandestinidad adolescente, de vivaces peripecias que escandalizarían a las tías de Guanajuato. Arma una novela de crecimiento que describe las formas sentimentales y emocionales de tópicos como la amistad y las coloca en Guanajuato: “Cuando salí del baño observé por el ventanal las casas apiñadas de la ciudad; unas de colores ocres y otras llenas de cascajo”.

      Es una evocación en toda regla: logra constituir una memoria sentimental de un momento de México, y de Guanajuato, cuyas costumbres se han transformado hasta parecernos irreconocibles; la novela es una prueba de cargo de que alguna vez fue de esa otra manera: 

    Calcé mis zapatos deportivos Kappa–Kaepa blancos. Los Levi’s 501 rotos. Una camisa con figuras depalmeras rosadas y encima los tirantes color rojo. Una gorra desgastada de los Yankees. El walkman Sony de última generación. Como punto final, engarcé a mis orejas unos Ray-Ban color ocre, y salí caminando como egipcio.

    El blog de Mateo es un retablo: vemos la ciudad pero también un narrador en primera persona pone de manifiesto las sensaciones de Mateo a cada momento: sueños, fantasías, miedos. Deja en esta trama una idea de la educación sentimental y el paisaje: La calle Miguel Alemán en León, El SIDA, los cigarros Raleigh, El tío Gamboín, Miguel Mateos, Cachirulo, la preocupación por entregar una boleta de calificaciones al final del semestre: la idea de que el éxito estaba en el estudio y era el futuro, y la falsa preocupación por ese lugar, un monstruo, diría José Emilio Pacheco. 

    García muñoz no lo sabía en 2014, pero quizá, ahora, en la relectura, distinga que ha dejado una novela costumbrista que actualizaba el lenguaje y las formas en las que los jóvenes sufrían esa cárcel de crecer y de entregarse a lo que la familia y la escuela y la decencia prohibió con ahínco; también ejerce una crítica a su genealogía, de nacido en Guanajuato: ve con rigor adolescente, contestatario y casi cruel los modos de vivir en Guanajuato. 

    Aunque es cierto que quien hace estas valoraciones y ponderaciones no es Mateo si no su narrador, que es donde se cuela la voz en off del corrector del blog (guiño, guiño) de quien reescribe una historia matizando, con reflexión y apuntes, con confesión y meas culpas: “Salí un tanto satisfecho, pero pensando que no había sido la gran cosa. Que eso de convertirse en hombre era cuestión de minutos y de mentiras.”

    Pienso en una tradición de la novela de crecimiento escrita desde Guanajuato. Si se incluye a Alejandro García con La noche del coecillo, de 1993, en la misma editorial; si se alude a María Luisa Mendoza con su notable De ausencia de 1974, publicada en Joaquín Mortiz y en la UNAM; deslizaría, también, el nombre de Ringo Yáñez y su novela Cuando pase el temblor, de 2024, para conformar un índice de novelas de crecimiento y educación sentimental escritas desde Guanajuato. Son historias que sitúan a sus jóvenes protagonistas en la edad de la punzada y han reparado en un escenario reconocible no solo por los callejones o la zona del bajío como referente,sino en esas costumbres que dejan huella indeleble en los personajes tanto como llevarlos a actuar y decidir como lo hacen. 

    En el caso de Mateo, la novela de García Muñoz, lo que en un inicio pudo ser un nostálgico pasaje en el que se evoca un amor prohibido -como el de Carlitos en Las Batallas en el desierto o en Fruta verde de Serna- en donde un joven y una mujer mayor que él son protagonistas y se les va la vida en ello, también ha llegado a ser, dado el paso del tiempo, un examen feroz de la experiencia del deseo de esos dos arquetipos asfixiados por las buenas conciencias, acechados por la pusilanimidad y la impotencia de quererlo todo y poder nada. Reflexiona, de lejos a lo mejor, frente a la situación de una mujer joven en un matrimonio que la ha condenado al tedio. Habita, con familiaridad, los cuantiosos mitos a los que se enfrenta el adolescente en periplo a la juventud, descubrimientos, decepciones, terrores. La conclusión es la de un personaje acudiendo a una despedida, sabiéndose condenado a crecer. Es, también, aquella pregunta que tanto late en el tramo de la novela con voz de Miguel Mateos: “—Nene, ¿qué vas a ser cuando seas grande?”


    23 de septiembre de 2025, 08:49

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