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Pandilla de monos, turismo y COVID-19
Efecto rebote de la COVID-19: una población violenta de macacos se enfrenta a los habitantes de Lopburi en Tailandia; el turismo se hunde por la pandemia; Guanajuato obtiene el sello "Viaje Seguro" gracias a sus narcobloqueos
Nadie lo creía posible, pero sucedió: el coronavirus dejó tras de sí una invasión de monos que saquean comercios, roban alimento, muerden humanos, allanan moradas y se reproducen sembrando el terror; los simios en libertad y las personas dentro de jaulas. Una ciudad entera sitiada al otro lado del mundo es espejo de nuestra propia geografía. El 2020 se confirma distópico.
En 1968 se estrenó El planeta de los simios del director Franklin J. Schaffner. Después de una saga de cuatro películas (1970, 1971, 1972, 1973), dos series de televisión y cuatro refritos (el último en 2017), así como de otros muchos antojitos de la industria cultural producto de una franquicia todavía muy taquillera. La novela de Pierre Boulle se sumó a una variedad enorme de anitutopías hechas filme emanadas de los años donde el movimiento ecologista, entre muchos otros de gran calado, vieron la luz. No está por demás decir que Los límites del crecimiento (The Limits of Growth) del Club de Roma fue publicado igualmente en 1972 — un texto fundacional para el ecologismo.
—"¿Será que el hombre, esa maravilla del universo, esa gloriosa paradoja que me envió a las estrellas, todavía hace la guerra contra su hermano? ¿Mantendrá aún hambrientos a los hijos de su vecino?"
Con ese planteamiento inicia la película de Schaffner en voz del coronel Taylor (Charlton Heston). Enmarca una paradoja civilizatoria: tres astronautas gringos, a miles de años luz de la Tierra, llegan a un planeta dominado por simios que habitan una sociedad postfeudal en armonía con el entorno natural, donde existe el derecho y la ciencia, así como una buena experiencia colonial acumulada, donde los seres humanos son el peldaño inferior —esclavizados en jaulas, sujetos a experimentos e involutivamente animalizados.

Al final del filme, el coronel George Taylor, con toda su gringuidad y una vez habiendo derrotado al Dr. Zaius (orangután de la intelligentsia y el gobierno que lo mantenía prisionero), cabalga por la playa con su muda doncella (Nova [los humanos de El planeta no hablan, sólo los gringonautas extraterrestres]) hasta encontrar la Estatua de la Libertad enterrada al borde de un peñasco, monumento de una antigua sociedad miles de años atrás.
—"Oh, mi Dios, he vuelto. Estoy en casa. Todo este tiempo... ¡Por fin lo conseguí! ¡Maniáticos! ¡Lo han destruido todo! ¡Los maldigo!", dice Taylor mientras golpea la arena de una Tierra que sólo habita en su memoria.

Después de siete meses, la pandemia nos ha enseñado sólo algunas cosas nuevas (el reset de nuestra memoria es selectivo). Una de ellas es que El planeta de los simios es una posibilidad real y atemoriza hoy mismo a la ciudad turística de Lopburi en Tailandia.
Según la agencia Reuters, Tailandia espera generar $39.5 billones de dólares este año principalmente de visitantes locales, luego de que el turismo internacional se vino en picada por la pandemia del SARS-CoV-2 (en el último añito entraron al país 62 billones de USD). No obstante, en Lopburi, la disminución drástica de turistas provocó un efecto adverso: la población de macacos que en la vieja normalidad se alimentaba de las bananas de los visitantes mundiales hoy está enloquecida porque los locales han aplacado su hambre con comida y bebidas chatarra. Esto ha potenciado, entre otras cosas, su actividad sexual y su belicosidad.
—"Entre más comen, más energía tienen....entonces se reproducen más", dice Pramot Ketampai, administrador del templo Prang Sam Yod.
Una gresca darwiniana tiene lugar en Lopburi, que recibe millones de turistas anuales y que, de un momento a otro, dejó a los simios sin su bio-bufette. Los tailandeses de la ciudad turística están asediados por los monos, saqueados en sus negocios y obligados a enclaustrarse dentro de barricadas domésticas. Esperan pacientes que un programa de esterilizaciones masivas apacigue a la "pandilla de monos" (monkey gang) de 6 mil miembros que llena de excremento las calles y delimita zonas prohibidas para homo sapiens.

Un eterno regreso en el tiempo, un sixties revival. Doble "efecto colateral", como lo llamó la agencia alemana Deutsche Welle. Basta poco para romper el delicado equilibrio de la sociedad industrial para que esta se vuelque sobre sí misma. El turismo podría caer entre el 1,5% y el 4,2% del producto interior bruto mundial, según la ONU, y ver evaporarse entre 1,2 y 3,3 billones de dólares a causa de la pandemia de COVID-19.
Países "en desarrollo" como Tailandia podrían perder, optimistamente, hasta un 11 por ciento de su PIB. En el peor escenario, su crecimiento caería en un 32 por ciento, pauperizando aún más su economía. Sin embargo, nunca es ocioso echar ojo, el crecimiento europeo basado en el turismo podría declinar —por contraste, y en el peor de sus casos (Croacia)— un 16 por ciento.
La ecología es perfecta y el turismo un actividad muy turbia —el caso de Lopburi es un ejemplo—: hay lugares donde usualmente convive a la perfección con la violencia y sólo la pandemia pudo dinamitar de cuajo su bonanza.
Hell-o Guanajuato, estado mexicano cercado por su propia pandilla en el poder, donde ni la narcoguerra detuvo al turismo en años pasados, aun alcanzando cifras de horror. Hoy se anuncian 50 millones de pesos para su recuperación después una caída no vista en años. El turismo va, a pesar del nefasto pronóstico epidemiológico y las pugnas criminales —ese es el mensaje de las autoridades como parte de un juego de fachada internacionalista con sed de inversiones.
“Viaje Seguro” fue el sello otorgado el pasado 03 de julio por el Consejo Mundial de Viajes y Turismo a la entidad federativa autoproclamada "Grandeza de México". Quizá soy sólo yo, por ortodoxo, quien no se ha acostumbrado a transitar las carreteras entre automóviles en llamas.

23 de julio de 2020, 15:00
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