
Autores:

¿Qué tienen en común Hernán Cortés y Maquiavelo?
¿Cómo es posible considerar a Cortés como un hombre del Renacimiento similar a Lutero y a Maquiavelo? Estos brotaban del agónico fin del Medioevo.
Aquí tenemos un adelanto de Cortés nuestro primer Maquiavelo (Debate), que imagina un encuentro entre estos dos pensadores y guerreros, uno con armas y el otro con el pensamiento, en que el autor Ilan Vit Suzan encuentra grandes acuerdos.
Se trata otra vez de rescatar al creador de la colonia, al que todos odiamos por haber exterminado el poderío de la raza indígena, por ese gran invasor que hoy nos sigue causando curiosidad y estudios de historias sobre su persona.
El Renacimiento transformó cada aspecto de Europa: la pintura y la literatura, por supuesto, pero también los modos de hacer la guerra y la política. El hombre que mejor entendió esto fue Maquiavelo y quien mejor lo llevó a la práctica fue Cortés. Así dice la promoción de la editorial Debate, en un contexto donde “ninguno conoció las hazañas del otro, pero sus pensamientos y acciones parecen estar unidos por un misterioso lazo”.
Ilan Vit Suzan nos devela un modo completamente nuevo de entender a ese par de “villanos” y nos ofrece un modo revolucionario de aproximarse a la Europa del siglo XVI, luminosa pero brutal y a aquella América en ebullición, campo de batalla y laboratorio de ideas.
“Sin duda es un atrevimiento tratar de comprender a un personaje controversial, apoyándose en otro todavía más controversial. Es una versión posmoderna de nuestra época. Hay una parte de mi como historiador que es revisar nuestro pasado, para afrontar nuestro presente y lo que podríamos hacer para construir un mejor futuro”, dice en entrevista Ilan Vit Suzan.
“Al desentrañar alguna de las fuerzas con las que uno reacciona, te propones tener un mejor futuro”, insiste.
Hernán Cortés no está pintado aquí como un guerrero, sino como un verdadero cerebro para la lucha. “La parte que me resultó atractiva de cotejar ambos personajes, íntimamente contemporáneos, me di cuenta de que hay algo de lo que Cortés logró hacer, sin que yo lo celebre, parte de los libros de Maquiavelo”, afirma este arquitecto, cuyo interés por el legado cultural de México lo ha llevado a desarrollar diversas acciones, desde la conservación del patrimonio edificado, especialmente del legado arqueológico en Teotihuacán, Monte Albán y Dzibilchaltún, entre otros sitios, hasta la formación de profesionales en el INAH y la UNAM. Tiene un doctorado por la Universidad de Texas en Austin y se dedica al estudio de la fenomenología, neurobiología y semiótica, áreas asociadas con la manera en que la mente humana confiere significado a las cosas, especialmente a edificaciones antiguas, a las que poéticamente llamamos ruinas y legalmente monumentos. Dedica también buena parte de su trabajo a entender cómo esta herencia material se relaciona con el legado intangible, con el que está íntimamente ligado. Es desde esa perspectiva que ahora se ha volcado sobre la herencia intelectual de ese periodo que ha marcado nuestra historia, la conquista del México prehispánico.
“Una de las primeras preguntas al principio del libro, por qué los colonizadores pudieron cruzar el Atlántico y venir a conquistar estas tierras y no que haya habido viajes para conquistar Sevilla. No hubo barcos de mexicas por el río Guadalquivir. Esta dinámica fue asimétrica, imposible”, dice el autor.
“Hernán Cortés fue el más contemporáneo de los individuos que están actuando, al entender el conflicto, entender la guerra, realizando acciones que reflejan esa misma forma de pensar. En esta profesionalización que los europeos han hecho de la guerra, hay una clase alta que se ha especializado con tanto éxito en esta disciplina militar”, agrega.
“Cortés lo hace desde el talento natural que ha heredado después de tantas generaciones que lo respaldan en esta obsesión de los cristianos españoles por echar a los musulmanes de la región. Lo político no es una cosa natural de la humanidad, es algo bestial, monstruoso, que se desarrolló con el tiempo y es algo suprahumano, dice Maquiavelo”, afirma Ilan Vit Suzan.
Cortés, nuestro primer Maquiavelo
Prólogo
Lo que siguió al proceso de conquista de México-Tenochtitlán a cargo de Hernán Cortés fue una acción política diferente y espaciada en el tiempo. Primero, a partir del poder que el propio Cortés ejerció desde Coyoacán; después, tras su viaje a las Hibueras, del mandato de algunos funcionarios de la corona. A partir de 1535, por una sucesión de 62 virreyes que se extendió hasta las primeras décadas del siglo XIX, cuando irrumpió la Independencia.
La conquista, precisamente, fue de Tenochtitlán; la apropiación de Mesoamérica fue el resultado de la instalación colonial. ¿Cómo pasó el poder de manos de Cortés a las de Carlos I de España? Ello fue un proceso singular. Si el futuro marqués del Valle desobedeció a Diego Velázquez (gobernador de Cuba y representante de la corona), no consideró que su desobediencia fuera, a su vez, hacia el rey, a quien después le prodigó fidelidad y devoción. Su apego al rey era la certeza de que una actitud contraria sólo hubiera sido posible asumiendo la independencia, cuestión hasta entonces no concebible, aunque fuera posible y deseable. Su apego al rey era simultáneamente un efecto de su fidelidad cristiana. El rey, al mismo tiempo, en medio de rivalidades militares con otras naciones, fue aceptando a Cortés, sobre todo por los considerables envíos de oro, plata y otras riquezas que con frecuencia recibía. Para Hernán Cortés no era posible plantear una reforma legal, equivalente a la religiosa de su coetáneo Lutero, aunque mucho logró con sus estrategias, entre otras, asumiendo el primer posicionamiento de la reina Isabel: cristianizar en vez de esclavizar. Con mayor razón que la reina, Cortés vislumbró que el verdadero negocio era, por vía de la práctica del mestizaje, la apropiación del inmenso continente con sus milenarios reinos y tribus, a través de la simultánea cristianización. Ésta era una forma subliminal de apropiación del “nuevo mundo”, paralela a la administración y al expansionismo sostenido con la milicia.
El otro gran renacentista y contemporáneo de Hernán Cortés es Nicolás Maquiavelo, el fundador de la ciencia política moderna.
Aquí tenemos ya tres grandes figuras cuya acción intelectual y política marca el inicio y la singularidad de la etapa renacentista. Uno provoca un cisma en la iglesia y da pie a la reforma; otro inscribe un método para la mejor gobernanza del príncipe; el tercero conquista México, el reino más importante del continente americano.
Estos tres gigantes del fin del Medioevo actuaron por separado y sin relacionarse, pero es muy seguro que el proceso largo y tortuoso que les tocó vivir haya impreso en sus mentalidades ideas similares y un ánimo de cambio que revolucionaba su tiempo.
Entre Lutero y Cortés la cristiandad experimentó un cisma profundo y definitivo. Lutero comenzó protestando por el hábito de la iglesia católica definido como la indulgencia de los pecados a cambio de limosnas y diezmos. Su acción, que inicialmente fue sólo la causa de un ingenuo estudiante rebelde en el ámbito de la teología, se transformó en el cisma de la reforma protestante que conmovió al catolicismo vaticano. Por ello es necesario señalarlo como el precursor del Renacimiento en Alemania, de profunda influencia en el viraje de la mentalidad teutona, nada menos que a escala de sus profundas creencias religiosas prevalecientes en el ser europeo de la época, junto con Alberto Durero, quien aportó el estampado de dibujos tallados en madera e impresiones sobre papel. De esta manera, arte y religión se manifestaron como factores centrales del perfil cultural de las sociedades del siglo XVI.
Si el catolicismo alemán recibió el vuelco de la reforma luterana, el español recibió el de la conversión de todo un continente recién descubierto, cuyos seres terminaron por afiliarse al cristianismo a partir de sus propias creencias religiosas y culturales: de un modo catártico, la más de las veces a fuerza de plomo y hierro. Dicha conversión aportó al cristianismo un nuevo sincretismo, esta vez desde la fuente de una religiosidad teocrática y panteísta que se desarrolló durante 12 milenios apartada del resto del mundo.
Maquiavelo y Cortés tuvieron en común la necesidad de estructurar, de la manera más contundente y eficaz, las reglas para que el príncipe dominara definitivamente a sus súbditos.
Estas dos grandes figuras históricas no se conocieron. La obra de Maquiavelo aún no se había impreso, aunque sus ideas se habían diseminado de boca en boca. Pero el propósito de ambos los obligó a reflexionar acerca de los métodos más apropiados para lograr sus fines. Y ello los hace, en la práctica, dos seres con estrategias muy parecidas.
Mas ¿cómo es posible considerar a Cortés como un hombre del Renacimiento similar a Lutero y a Maquiavelo? Estos brotaban del agónico fin del Medioevo. Lutero revolucionó la gazmoñería de la iglesia católica que exoneraba los pecados mediante limosnas y diezmos, y propuso situar al creyente directamente frente al libro sagrado, con lo que lo tornó en sacerdote en sí mismo. Maquiavelo había descubierto la ciencia política que enseñaba al príncipe la eficacia canónica en el ejercicio del poder. ¿Y Cortés?
Abandonó su incompleto aprendizaje universitario en Valladolid para embarcarse, a los 19 años, hacia “el nuevo mundo”, nueva esperanza europea de trascendencia del agotamiento económico y moral del Medioevo. En efecto, su contacto con el ser americano lo transformó en un hombre nuevo: emergió la oportunidad de superar los mandatos de una moral entumecida y de una legislación autoritaria y decadente. Brilló ante sus ojos la posibilidad de la independencia, aunque no llegara a realizarla más allá de sus intereses personales, que no eran poca cosa, en el sentido de que experimentó un ascenso económico y social súbito, desde el seno de una familia marginal y empobrecida, para situarse finalmente entre los hombres más ricos de la época y en los estratos de la nobleza. A la par, se generó una intensidad comercial y el engrosamiento de las filas cristianas, lo que se tradujo en un nuevo modo de producción.
El lector tiene en sus manos este ensayo de Ilan Vit Suzan, que se propuso poner de relieve las asombrosas coincidencias entre las figuras de Cortés y Maquiavelo, tema nunca antes asumido por nadie y que se habría de inscribir definitivamente en la historiografía. Punto por punto, Vit señala todas las semejanzas que existieron en el proceder de cada uno de ellos, con tal exactitud que nos obliga a imaginar que ambos dilucidaron juntos sus propósitos, aunque la historia muestre que nunca estuvieron uno frente al otro y que Cortés no tuvo la oportunidad de leer El príncipe.
Ilan Vit asumió con este libro una tarea de especial sutileza: encontrar todos los puntos coincidentes entre los hallazgos intelectuales del toscano y la estrategia de conquista del novohispano. Para ello fue necesario relatar, una vez más, todas las peripecias del arribo español a México, de la conquista de Tenochtitlán y de la expansión del colonialismo; para mostrar el quid pro quo de la mancuerna “cortesiana-maquiaveliana”, fue necesario recapitular la gesta completa. Un inteligente propósito que se ve obligado a constatar y a imaginar las similitudes existentes entre ambas figuras. Por ello los lectores habrán de enfrentar una nueva respuesta a la historia tradicional, desde la imaginación y desde el rigor de toda una nueva investigación.
Advertencia al lector
El 2021 marcó 500 años de la caída de México-Tenochtitlán. La llegada de tal fecha ha instado a la reflexión sobre sus efectos en el devenir histórico de la nación, el estado y el pueblo de México. Su principal agente, quien detonó con potencia tal hecho, fue Hernán Cortés. Si revisamos las acciones que llevó a cabo, emerge un modelo de conducta que —consciente o instintivamente— han emulado muchos de los gobernantes que le han seguido. Prueba de ello es la extracción de recursos para financiar un proyecto personal o una ambición irracional que acumula poder en vez de procurar el bien común, esto es, sin tener en cuenta la construcción de un proyecto de nación. El oficio de estadista que se aboca al bien común parece una idea anacrónica, ingenua, por no decir idealista, y es absurdo exigírsela a un invasor. El legado de Cortés ha creado así un tipo de gobernante latinoamericano que dista de la definición clásica del estadista que se alza como líder de la comunidad. Los efectos del legado que ha perpetuado tal modus operandi deben evaluarse críticamente si queremos evitar su prolongación.
Sin duda, esta aseveración, que para muchos parecerá sesgada o controversial, surge de una lectura de los hechos —sui generis— inspirada por la obra de Maquiavelo.1 Pero ¿por qué examinar la figura controversial del conquistador extremeño desde una perspectiva todavía más controversial como la del secretario florentino? Aunque la respuesta podría requerir mucha tinta y papel, procuraremos atenderla brevemente en el ensayo introductorio de este libro. Lo que puede decirse aquí, en síntesis, es que estos personajes son las caras opuestas de una misma moneda. La praxis de Cortés y la teoría de Maquiavelo —íntimamente contemporáneas— brotan de la misma fuente. La controversia que los envuelve tiene el mismo origen: la dominación europea del planeta, iniciada justo cuando estos muchachos se hicieron hombres, uno con la espada, otro con la pluma, con las que se alzaron como señores del mundo.
Es importante señalar que el maquiavelismo de Cortés en la conquista de México no fue gestado por una lectura consciente de la obra del florentino. Es una expresión concomitante, instintiva, entre la forma de actuar del extremeño —política y militarmente— y la forma de pensar del florentino, sobre todo en el texto conocido como El príncipe (De principatibus). El periodo en que tuvo lugar la conquista impide que las acciones de Cortés hayan sido inspiradas por los escritos de Maquiavelo. Cuando el florentino escribió el breve tratado —cuya influencia aumenta con el paso de los siglos—, el extremeño apenas comenzaba a acumular una riqueza considerable en Santiago de Baracoa (Cuba), donde había sido alcalde. En 1513, Nicolás, de 44 años, ya había terminado su carrera política: acababa de pasar el trago amargo del encarcelamiento y la tortura, acusado de conspirar contra los Medici, que habían recuperado el control de Florencia. En cambio, Hernán, con 28 años, tenía toda su carrera por delante; la conquista de la legendaria capital indígena todavía no era ni siquiera un sueño, un delirio de grandeza que lo motivara a poner en riesgo lo que hasta ese momento era una vida cómoda y apacible en Cuba. Tres años después, en 1516, es posible que Maquiavelo haya presentado su pequeño volumen al duque de Urbino, Lorenzo di Piero de’ Medici, sin lograr el efecto deseado: esto es, cambiar la opinión desfavorable de la familia más poderosa de Italia contra él, procurando que la persecución política y la miseria económica en que se encontraba terminara. Al mismo tiempo, Cortés superaba un altercado con el gobernador de la isla; se convirtió en su escribano y secretario, aumentó su riqueza como empresario agrícola y juntó algo de oro que su encomienda de indios recuperaba al pie de los ríos caribeños. Todavía faltaba un año entero para que las primeras expediciones a tierra firme trajeran noticias de grandes imperios, sólo equiparables a lo que las odas caballerescas y las gestas heroicas cantaban desde Homero.
El manuscrito, que Maquiavelo describe como uno piccolo volume, conocido ahora como El príncipe, a modo de memorándum preparado para los Medici, fue publicado hasta 1532 por Antonio Blado en Roma y Bernardo da Giunta en Florencia. Para ese momento, el secretario florentino llevaba cinco años de haber muerto; mientras que el conquistador extremeño, a sus 36, llevaba 11 de haber destruido la ciudad más grande e importante de Mesoamérica, quizá del nuevo mundo. Nada de lo que hizo para lograrlo se inspiró en las ideas del florentino, aunque la resonancia entre sus acciones y los principios del arte de gobernar, inmortalizados en la obra maquiaveliana, es singular. Podría decirse que en ningún otro momento hubo mayor contemporaneidad entre lo que hizo uno y pensó el otro. Para el activista y crítico de drama polaco, Jan Kott, Shakespeare es “como el mundo, como la vida misma”. “Cada periodo histórico halla en él lo que busca y lo que quiere ver. Un lector o espectador de mediados del siglo xx interpreta Ricardo III desde su propia experiencia. Y por ello no se aterroriza —o, más bien, no se asombra— con la crueldad de Shakespeare”.2 Kott bien podría haber hablado de Maquiavelo, ya que ningún periodo ha sido tan cercano a su visión del mundo como el terrorífico siglo xx. Una revisión cuidadosa de la recepción de su obra, siglo tras siglo, país por país, revela que el texto se ha vuelto polivalente, multivocal y complejo cada vez que una nueva generación trata de comprender el fenómeno político a través de ella. En resumen, el pensamiento de Maquiavelo renueva su contemporaneidad. Con el paso del tiempo se hace cada vez más relevante y actual, como si su autor hubiera vislumbrado —o quizá construido— el futuro.
Vale decir que, a lo largo de su eterna renovación, Cortés es ejemplo coetáneo de la figura imaginada por Maquiavelo: el joven ambicioso, imprudente y atrevido que la Fortuna consiente para permitirle conquistar un principado y adquirir poder por sus propios medios, sin mayor asistencia que la oportunidad para ejercer su talento, su virtù. Esto es, en apariencia, lo que el perverso florentino quiso transmitir a futuras generaciones como el objetivo de su obra. O por lo menos así lo han creído varios lectores. Sin embargo, mentes más sutiles y complejas —como Spinoza, Strauss o Lefort— han hecho lecturas alternativas, matizadas por intereses más profundos, distintos del expuesto abiertamente por el autor.
En este libro seguiremos su pista para comprender las acciones de Cortés desde una perspectiva maquiaveliana. Atenderemos la sugerencia de Strauss, poniendo atención al silencio que el autor ofrece en vez de a las aseveraciones tradicionales con las que concluían los silogismos clásicos de Aristóteles, Plutarco, Tácito, Cicerón o Séneca. “El silencio de un hombre sabio siempre es más significativo”.3 También seremos cautos de la conclusión categórica a la que llega Lefort, anunciando la imposibilidad de tratar el tema sin caer preso de la sombra impuesta por lo que se conoce como maquiavélico, eso que en varios idiomas encarna la máxima crueldad humana como manifestación de acciones diabólicas. No por nada, al antimaquiavelismo inglés, caricaturizado en personajes de Kit Marlowe o el Cisne de Avon, lo llamaron Machevil, haciendo eco a un sobrenombre de Lucifer, “Old Nick”.4
Como ya se mencionó, el libro incluye un ensayo introductorio que, hasta cierto punto, puede fungir como texto independiente: puede leerse antes, como preámbulo, o después, como conclusión. El resto del libro recorre cronológicamente la historia de la conquista desde los preparativos en Cuba, en el verano de 1518, hasta la caída de la capital tenochca, el 13 de agosto de 1521. Dicho ensayo presenta una base teórica para establecer los criterios de análisis y revisar ese periodo en los siguientes cinco capítulos. Una sección importante del ensayo explica cómo se aplicará una de las enseñanzas más innovadoras del pensamiento maquiaveliano. Es un planteamiento perturbador: recomienda al gobernante desarrollar una forma de actuar que trasciende la naturaleza humana. Esto es, el príncipe debe ser bestial —una criatura oscilante, entre inhumana y superhumana— de tal suerte que emule la ferocidad del león y la sagacidad de la zorra para sobrevivir tanto en el ámbito militar como en el jurídico. El estilo pragmático y seductor del florentino explica por qué deben mezclarse las cualidades de dichos animales: perché il lione non si difende da’ lacci, la golpe non si difende da’ lupi (“porque el león no se defiende de las trampas, la zorra no se defiende de los lobos”).5 Para reforzar esta inquietante enseñanza, Maquiavelo evalúa el proceder de algunos emperadores romanos, y considera a cinco de ellos crudelissimi e rapacissimi (“en extremo crueles y rapaces”), aunque sólo Septimio Severo fue ferocissimo lione et una astutissima golpe (“muy feroz león y muy astuta zorra”).
Dado este contexto, cada uno de los cinco capítulos que examinan las acciones de Cortés en la conquista de México se asociará con la cualidad dominante, sagacidad de zorra o ferocidad de león, que posibilitó semejante empresa. El primer capítulo, “La salida de Cuba”, enfatizará su capacidad conspiratoria y organizativa para ganarle la partida a Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y salir, casi amotinado, en busca de ese destino que lo trajo al nuevo mundo. El segundo capítulo, “La batalla de Centla”, mostrará su vocación militar y el gradual ascenso de su liderazgo, casi absolutista, sobre un puñado de individuos que empezaron a creer en él como vehículo de riqueza y fama. Para el tercer capítulo, “La fundación de Veracruz”, volveremos a ver su sagacidad de zorra en el uso del ingenio y experiencia para manipular la ley medieval que estructuraba la relación entre el rey y la nobleza para regularizar su alzamiento y salir ileso, esgrimiendo el derecho a poblar de la hidalguía española. El cuarto capítulo, “La matanza de Cholula”, mostrará cómo el devenir de los hechos lo condujo a su máxima ferocidad de león, dominada por una escuadra de conquistadores que se habían vuelto adictos al riesgo constante, casi suicida, jugándose el todo por el todo. Cortés mismo los dejó sin salida; sólo la ferocidad desenfrenada del león los mantendría vivos. Pero el reto que descubrieron, al llegar a la imponente ciudad de Tenochtitlán, donde hallaron un sofisticado nivel de civilización, exigió el desenfreno de toda su bestialidad, sagaz como zorra y feroz como león. Así termina el recorrido en el quinto capítulo, “La caída de Tenochtitlán”.
El ensayo introductorio es más ambicioso dado su nivel de reflexión filosófica. Es el andamiaje académico que sustenta el análisis crítico del resto del libro. Se trata de un texto que puede abordarse a otro ritmo de lectura: se le puede hojear brevemente, deteniéndose en secciones que puedan ser de mayor interés o donde se busqué mayor profundidad. Está organizado en cinco partes también: las primeras dos abordan la singularidad del pensamiento maquiaveliano y la forma en que será empleado para interpretar las acciones de Cortés (retomando de nuevo su sorprendente sincronía), ya que cuando Maquiavelo terminó su obra magna, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, en 1518, Cortés apenas preparaba la salida en busca del éxito y se alzaba —sin saberlo— como “príncipe nuevo”, esa modalidad del fenómeno político que apasionó al florentino. También se revisarán las condiciones que los hicieron radicalmente distintos. Sigue una reflexión concerniente a la filosofía de la historia, evaluando hasta qué punto se puede brindar un sustento científico capaz de demostrar lo “real” o “verdaderamente” sucedido en el pasado, sobre todo al analizar la fuente histórica escrita por Bernal Díaz del Castillo. La reflexión irá después a un nivel más profundo, dando paso al escepticismo que envuelve el complejo “mito de Quetzalcóatl”. La quinta parte del ensayo termina con una visión menos idealista, presentando un análisis materialista de los medios para adquirir el poder, mediante lo que solía ser el arte de la guerra, por un lado el indígena y por otro el español.
Al final del libro hay una conclusión que también debe advertirse. Se basa en una lectura singular de la obra maquiaveliana, que, como la conquista, también cumple medio milenio de existencia. Durante ese lapso, uno de sus componentes esenciales, el brevísimo tratado sobre “principados”, ha mostrado gran versatilidad, tanto como frescura y claridad para explicar una miríada de tiempos presentes que lo han empleado para comprender, confrontar, resistir o revertir el fenómeno político de cada momento. Ejemplo de ello es que se necesitó la revuelta de los ingleses ante la corona o el hartazgo del pueblo francés ante el abuso monárquico para que Maquiavelo se volviera defensor de la república. Siglos atrás, su versatilidad ya les había permitido tanto a los jesuitas, promotores de la contrarreforma, como a protestantes luteranos y calvinistas, acusarse mutuamente de maquiavelismo, al mismo tiempo que promovían su obra para resistir la dominación impuesta por el bando opositor. Para ambos, el apologista de la tiranía era autor de todas sus desgracias.
No fue hasta mediados del siglo xx que Isaiah Berlin se preguntó cómo un texto tan breve —sólo 26 capítulos, algunos incluso de dos párrafos— ha sido capaz de generar tantas posibles lecturas entre algunas de las mentes más brillantes de la historia, y que tras siglos de comentarios se siga discutiendo de qué se trata realmente, qué pretendió su autor con semejante texto.6 Berlin se sorprende todavía más ante la claridad de su estilo, ya que no se trata de un lenguaje rebuscado o técnico, imposible de descifrar, sino más bien de una secuencia de razonamientos lógicos que urden gradualmente una trama rica de interpretación.
Para algunos es un libro técnico que enseña al príncipe cómo trascender nimiedades éticas o morales que pongan en riesgo su seguridad. Es una lectura franca del texto que no va más allá del objetivo con el que se motiva al príncipe a adquirir poder. Así como un martillo o un desarmador pueden usarse para construir o destruir, la culpa no es de la herramienta, sino de cómo se usa. Para otros, el texto como herramienta no fue concebido para instruir a los gobernantes, ya que ellos ejercen el poder sin mayor asesoría, sino para los ciudadanos que necesitan conocer mejor a sus gobernantes. En ese sentido, el texto es liberador, no opresor. Otros incluso han llegado a creer que no fue escrito con seriedad, que es más bien una sátira del poder. Maquiavelo la necesitó para burlarse del poder en sus narices, por eso la dedica a los Medici. Algunos ven el punto medio: más que comedia cínica, ven una crítica mordaz. Entre ellos, unos cuantos reconocen un llamado apasionado a trasformar la realidad, transmitido genuinamente tras una larga exposición de razonamientos que presentan la factibilidad del objetivo anhelado. Se trata de un llamado patriótico a líderes capaces de sacrificar sus intereses personales para ofrecer su talento y habilidades, en aras de mejorar las condiciones de vida reales y concretas de la sociedad a la que pertenecen. Éste es el Maquiavelo soñador, apasionado, el intelectual que cree en un mejor futuro, siempre y cuando los miembros más capaces de la sociedad vean más allá de sus propios intereses. Ése es el Maquiavelo que guía nuestra lectura de los hechos que marcaron la conquista de México. Es una lectura que se nutre del cliché que identifica al proceder maquiavélico, “el fin justifica los medios”.
Si creemos que el razonamiento pausado de El príncipe fue concebido para presentar un plan de liberación de Italia, en el que las atrocidades necesarias para alcanzar tan noble fin debieran tolerarse, ya que el ejercicio real del poder impide actuar con recato, entonces podremos entender por qué el esfuerzo de Cortés para conquistar Tenochtitlán quedó desperdiciado al final de la historia. Toda esa crueldad y dolor fueron vanos, gratuitos, ya que no trajeron ningún cambio sustancial para la mayoría involucrada. Por supuesto que sería absurdo y anacrónico exigir de Cortés un proyecto político coherente, que hiciera tolerable el sufrimiento con tal de llegar a un estadio que brindara mayor beneficio al mayor número de personas. Las acciones de Cortés no podrían haber tenido la claridad de las ideas de Maquiavelo. Nunca tuvo cerca ninguno de sus libros, y menos la sabiduría que han encontrado en ellos lectores como Spinoza, Strauss o Lefort. Más absurdo habría sido solicitarle al invasor que tuviera un proyecto para el pueblo conquistado. Su plan —si es que alguna vez hubo tal cosa— era mejorar las condiciones del invasor, no del invadido. A ese Cortés no se le pudo exigir tal lucidez, pero a todos los emuladores de Cortés que le han seguido, los que sí representan al pueblo que gobiernan, a ellos debemos demandarles un proyecto que mejore las condiciones existentes.
Conforme vayamos avanzando por las páginas de este libro, descubriremos cómo esta línea de interpretación y argumentación cobra sentido y profundidad.
12 de agosto de 2024, 15:38
Explora más contenido de este autor
Descubre más artículos y perspectivas únicas
