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12/5/2025
Quiso, pero no pudo

Quiso, pero no pudo

Una de las mil caras de la COVID-19: poder y desigualdad

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    —¿Tiene usted un cubrebocas que me regale?— me dijo un adulto mayor mientras esperaba el camión y yo hacía lo que hacen usualmente los reporteros: preguntar por ahí, tirar fotos, incomodar gente sacándola de su pista cotidiana.

    El hombre me confundió: pensó que yo era trabajador del sistema público de transporte o promotor de salud; alguien, pues, que le diera los cubrebocas que se han prometido. Para su desgracia, no hay mascarillas gratis para todos, ni personal preventivo suficiente —imperium dixit (dijo el gobierno).

    Por supuesto, en su pregunta se desnudaba una carencia mucho mayor a la necesidad de portar un tapabocas: el señor sabía que debía usarlo, pero no tenía dinero para comprarlo o no había nadie quién se lo diera. No sólo necesitaba un cubrebocas, necesitaba el dinero, la información y el auxilio. Pero ahí no encontró ninguna de las cuatro. Así, sin protección y con por lo menos 75 años encima, entró al segundo foco de mayor contagio de coronavirus después de los hospitales —scientia dixit (dijo la ciencia).

    Un dato dio la vuelta por las redes en los últimos días y vale la pena no olvidarlo: en México el 71 por ciento de los muertos por COVID-19 tienen una escolaridad de primaria o inferior (primaria incompleta, preescolar o sin escolaridad), según un estudio de Héctor Hiram Hernández Bringas, investigador definitivo de tiempo completo del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) adscrito al programa Estudios de Población.

    El estudio ofrece información complementaria y reveladora: cerca del 84 por ciento de los muertos por COVID-19 son amas de casa, jubilados y pensionados, empleados de sector público, conductores de vehículos, profesionales no ocupados. Sumamente vulnerables al coronavirus son los desempleados, no remunerados, pensionados, sumando 46 por ciento de las muertes.

    Una de las mil caras de la COVID-19 es de quien quiere, pero no puede. Quien quiere quedarse en casa, pero debe salir: a trabajar, a estudiar, a cuidar de alguien, a ser cuidado, a adquirir bienes básicos de consumo, a trasladar un enfermo. Quien quiere usar cubrebocas, pero no lo tiene o no lo sabe usar, porque nadie le ha dicho cómo, porque no ha visto un "tutorial" en YouTube, porque no le llega la propaganda oficial. Quien quiere cuidarse, pero ni el gobierno hace lo suficiente para consolidar una estrategia coherente, ni la gente a su alrededor pone de su parte, ni las empresas quieren ceder ganancias en tiempos extraordinarios (claro que no: todos son tiempos ordinarios de circulación de capital).

    Foto: Pinche Einnar
    Foto: Pinche Einnar

    Una parte de esa cara, invisible, ninguneada, no es la que recibe apoyos económicos de gobierno. Al menos no en nuestro país, que subsidia emprendedores, empresarios (pequeños o grandes) y personas con un mínimo suelo donde instalar un negocio, con seguridad social previa, así como con conocimientos de administración, know how y esas cosas insignificantes como la capacidad de crédito, una cuenta de banco o alfabetización digital.

    Los que no tienen ni eso último, obtienen algunos apoyos si corren con suerte, pero nunca suficientes, generalizados o constantes: trabajadoras del hogar si se les afilió al seguro social, niñas y niños discapacitados con registro previo, adultos mayores, algunos; todo en calidad de unos cuantos miles (cientos de miles si va bien), pero nunca de los millones que alberga nuestro país.

    Esa otra cara de la pandemia en México (para no ser presuntuosos y decir América Latina)— pese mucho o no, o poco— es la cara obrera, de abajo, campesina, indígena, sin nombre y, por supuesto, sin el apellido o el CV para abrirse camino en el largo pasillo de los privilegios. Cruzando el muro, el río y el desierto mueren de tres a cinco veces más personas negras y latinas que blancas, según The Guardian y The New York Times con sustento en otros estudios.

    La cifra de fallecimientos por COVID-19 la alimentan personas pobres, sin escolaridad, sin empleo o con empleos precarios, la prole que sólo tiene su cuerpo y su descendencia para ofrecerlas al mercado —ya es hora de aceptarlo—, habitando generación tras generación en los peldaños más bajos de nuestra sociedad colonial. ¿De verdad es posible negar los privilegios diferenciados? ¿Las autorizaciones selectivas de un sistema modernizado de castas?

    Al viejo no le quedó más que subir a su ruta pasando de largo y sin miramientos un letrero del autobús: "No se permite el ingreso sin cubrebocas". Quiso —me consta—, pero no pudo. Así muchos. Hablamos de un "poder" más allá de la voluntad individual simplona que se ofrece con frecuencia como argumento inteligente. Hablamos del poder como una estructura de relaciones desiguales históricas frente a algo que se valora: hoy la salud (que está de moda).

    Según el color de piel, el sexo, el género, la clase, el nivel de escolaridad, la "raza", la nacionalidad, se está arriba, abajo, más abajo o más arriba. No se obtiene con esfuerzo o por ósmosis. Derecho de cuna, no ganitas. La COVID-19 no podía ser distinta.

    13 de julio de 2020, 12:34

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