
Autores:

¿Realmente queremos vivir para siempre?
Sin duda, el objetivo más cuestionable del transhumanismo en este sentido es la consecución de la vida eterna; una obsesión arraigada en el imaginario colectivo desde los poemas de Gilgamesh, pasando por leyendas como la fuente de la juventud
“Todo tiene remedio, menos la muerte” es un trillado refrán que usamos para consolar a alguien cuando atraviesa una dificultad que parece grave, pero palidece frente a la muerte, único hecho verdaderamente insoluble en esta vida. Buscamos así que la persona ponga en perspectiva lo que está viviendo y se de cuenta de que, a pesar de todo, aún hay esperanza. Hoy, esta verdad de Perogrullo está siendo seriamente cuestionada por primera vez en la historia.
Desde hace décadas, el llamado movimiento transhumanista ha venido propugnando por una revolución radical del ser humano tal y como lo conocemos, mediante el uso de la ciencia y la tecnología, a fin de potenciar todas nuestras capacidades físicas y mentales. Estamos hablando de aumentar nuestra fuerza y velocidad, agudizar sentidos como la vista o el oído, pero también la memoria e inteligencia, por ejemplo, mediante la implantación de chips cerebrales. Más aún, recientemente se ha puesto sobre la mesa el proyecto de aumentar la esperanza de vida progresivamente hasta, incluso, alcanzar la vida eterna(!).
Ahora bien, las ventajas de la utilización de los avances tecno-científicos en nuestra vida son groseramente obvias y sería una necedad cuestionar su valor. En efecto, nadie quiere estar enfermo y todos quisiéramos que no hubiera ninguna enfermedad incurable. Del mismo modo, celebramos que las personas discapacitadas puedan valerse de miembros artificiales o implantes para recuperar su movilidad o capacidades perdidas. Pero otra cosa es buscar consciente y programáticamente la superación de todas las limitaciones humanas que nos definen como especie -de ahí la idea de transhumano- al punto de convertirnos en algo distinto (¿cyborgs?, ¿semi-dioses?). Sin duda, el objetivo más cuestionable del transhumanismo en este sentido es la consecución de la vida eterna; una obsesión arraigada en el imaginario colectivo desde los poemas de Gilgamesh, pasando por leyendas como la fuente de la juventud.
Hace algunos ayeres, discutía con mi madre, quien es Testigo de Jehová, sobre la vida eterna, ya que ellos creen que al final de los tiempos los muertos resucitarán literalmente, es decir, volverán a tener una existencia física y material para siempre. Ella me lo presentaba como una meta ideal para todos los seres humanos y como una recompensa final por cumplir los mandamientos de Dios. Yo le repliqué que eso sería el infierno. La vida eterna es de suyo inconcebible para seres finitos como nosotros, no obstante, podemos adivinar fácilmente la catástrofe que supondría en términos de felicidad. Imaginemos por un momento este paraíso terrenal. Incluso gozando de juventud, salud y bienestar perennes, el gozo y la dicha sin fin terminarían, tarde o temprano, por hartarnos. El platillo más sabroso, el sexo más placentero, el viaje más divertido, la conversación más agradable, el libro más interesante… todo disfrute pierde sentido si jamás termina. La comida nos deja saciados, el sexo culmina en orgasmo, las vacaciones, pláticas, libros y películas -por fantásticas que sean- siempre acaban. Y eso no es un error ni una imperfección, sino que forma parte constitutiva de la experiencia misma. En ello radica justamente su valor y sentido. Una vida que nunca termina sería una condena al hastío. La muerte es lo que le da significado a la vida.
Recientemente vi una película alemana de ciencia ficción que lleva por título “Paradise”. La historia transcurre en un futuro distópico en el cual la gente puede vender y comprar años de vida para transferirlos a otros con el correspondiente envejecimiento/rejuvenecimiento que ello conlleva. Sobra decir que, como era de esperarse, son las clases altas las únicas que pueden pagar por semejante servicio, mientras los desposeídos se ven orillados a vender lo único que les queda: su propia vida. Dejando de lado que la trama puede interpretarse como una alegoría del tráfico de órganos, es muy llamativa la desesperación de la gente rica -aquella que ya lo tuvo todo- por prolongar su existencia terrenal, aun a costa de los demás. Se trata de un mal que aqueja a las élites mundiales, las cuales, embriagadas de poder, caen en la megalomanía, sintiéndose especiales, superiores, por encima del hombre promedio. Es precisamente la enfermedad, la vejez y, finalmente, la muerte, las que se encargan de devolverles a su realidad de simples mortales. No importa qué tan exitoso seas ni cuánto dinero tengas, en el fondo, eres como cualquier otra persona, tan frágil y vulnerable como el resto de los seres vivos, insignificante en el concierto infinito del universo. Esto es algo que hiere profundamente el orgullo de los ricos y poderosos del mundo, narcisistas por excelencia, quienes simple y sencillamente no aceptan su humanidad. De ahí su rebeldía contra la muerte, que en el fondo es una rebeldía contra la vida.
Me sorprendí mucho la primera vez que escuché a José Luis Cordeiro, uno de los voceros del transhumanismo mundial, afirmar que la vejez y la muerte son una enfermedad que puede curarse. “La muerte de la muerte” prometía el profeta ante su exaltada audiencia. Y mientras tanto, la extensión de la vida. Una de las obras transhumanistas en habla hispana lleva justamente por título “Morir joven a los 140”. En la misma conferencia se habló del caso de Liz Parrish, una mujer que supuestamente rejuveneció 30 años gracias a una innovadora terapia génica. No es de sorprender que quienes escuchan semejantes historias alberguen expectativas de algún día poder alcanzar ellos mismos ese paraíso terrenal y estén dispuestos a financiar las investigaciones de los gurús de la vida eterna, sobre todo cuando al final de la charla, el conferencista exclama convencido: “¡Yo no pienso morir!”. No dejo de pensar que detrás de ese intento desesperado por aferrarse a la vida se esconde un profundo miedo, no a la muerte, sino a la vida misma, finita, imperfecta… humana. Y es que la muerte no es lo contrario de la vida, sino su culminación.
21 de agosto de 2023, 20:48
Explora más contenido de este autor
Descubre más artículos y perspectivas únicas

