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Roberto Bolaño: La literatura entre escribidores y escritores
A 22 años de la muerte temprana del gran escritor Roberto Bolaño, rescatamos este capítulo del Hijo de Mister Playa, donde hace una distinción entre escritor y escribidor
De la ironía mordaz y provocadora de Roberto Bolaño nació el término “escribidora”, dirigido fundamentalmente a su compatriota Isabel Allende, quien en una entrevista publicada en El País el de septiembre de 2003, contestó muy ofendida: “No me dolió mayormente porque él hablaba mal de todo el mundo. Es una persona que nunca dijo nada bueno de nadie. El hecho que está muerto no lo hace a mi juicio mejor persona. Era un señor bien desagradable”.
Bolaño instituyó el término en una entrevista telefónica realizada por el periodista chileno Andrés Gómez el 26 de mayo de 2002 para La Tercera. Al consultarlo sobre los candidatos ese año al Premio Nacional de Literatura en su país de origen y siendo Allende la candidata más sonada, Roberto respondió: “Me parece una mala escritora simple y llanamente y llamarla escritora es darle cancha. Ni siquiera creo que Isabel Allende sea escritora, es una escribidora”.
Por supuesto, el hecho de que la autora de La casa de los espíritus vendiera tantos ejemplares de sus libros, no era para Bolaño un argumento digno de tener en cuenta: “En ese caso vamos a darle el Pulitzer a John Grisham o a Ken Follet. Eso es confundir el hit parade con la literatura. No tiene nada que ver una cosa con la otra”, dijo.
A propósito de la categoría de “escribidora” adjudicada a Allende, la crítica argentina Mónica López Ocón escribió el 20 de octubre de 2009 en la revista Ñ, del diario Clarín: “Roberto Bolaño dijo de Isabel Allende que no es una escritora, sino una “escribidora”. Si se entiende este último término como la puesta en escena de una suerte de burocracia narrativa en la que se repite una fórmula, la escritura es plana y está puesta al servicio de un objetivo ideológico-marketinero como es convertir la condición femenina en estereotipo de heroísmo, Bolaño tenía razón”.
El propio Bolaño explicó la diferencia entre una escritora y una escribidora: “Una escritora es Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz que median entre una y otra”, dijo.
En declaraciones para este libro, el joven maestro chileno de la Universidad de Puebla Felipe Ríos Baeza aseguró que “Cualquier lector que conozca mínimamente la obra de Roberto Bolaño advierte un asunto fundamental en su poética: el gran sentido ético y estético del oficio de escribir. Ético, porque en varias oportunidades dejó dicho que cualquier cercanía con el poder político y económico convierte a un aprendiz de escritor en cortesano. Y estético, porque argumentó que la «legibilidad» –esos libros para llevarse a la playa, libros de inmediata comprensión y nula espesura crítica y artística– era un flagelo que da rentabilidad a las editoriales, pero poco sentido crítico a los lectores. Sobre ello ha escrito gente muy aguda, como Pierre Bourdieu (Las reglas del arte) y el mismo Enrique Vila-Matas (Aunque no entendamos nada), pero como entremés puede revisarse Los mitos de Chthulu o Derivas de la pesada.
En suma, la «legibilidad» y el cortesianismo produce «escribidores», meras cajas de resonancia de las técnicas y temáticas habituales con las que las editoriales atraen a las masas lectoras hacia el mesón de las novedades. Una «escribidora», por ende, es alguien que no asume riesgos estéticos, repite esquemas narrativos archisabidos (folletones donde la mujer aparece sometida al patriarcado o donde se recicla el folclorismo regional de nuestra América Latina devastada por la United Fruit) y, por lo general, sólo se preocupa por redactar una historia, sin entender que la literatura, como cualquier disciplina artística, debe tener distintos niveles de juego estético y epistemológico.”
En una entrevista otorgada a la revista Turia, realizada por el periodista argentino Eliseo Álvarez y publicada en junio del 2005, Bolaño volvió a referirse a Allende y a Serrano: “Si me hubiera formado con los gustos de mi madre ahora sería una especie de Marcelo Serrano o de Isabelo Allende, que por otro lado no estaría mal, porque no hubiera conocido los tormentos del escritor y sí hubiera conocido las mieles de los millones, lo que, visto en perspectiva, no es una mala salida”.
Con el tiempo, el término escribidora sirvió para designar una estética que no sólo embanderaba a Allende, sino también a gente como Ángeles Mastretta o, en su acepción masculina, a escritores como el chileno Antonio Skármeta o el español Arturo Pérez Reverte.
“Qué le produce el hecho de que Arturo Pérez Reverte sea actualmente el escritor más leído en lengua española?
–Pérez Reverte o Isabel Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más leído de su época.
¿Y el hecho de que Arturo Pérez Reverte haya ingresado a la Real Academia?
–La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías (N.d.R: Marías ingresó finalmente en 2008) no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña.”
Los lectores de Bolaño entendieron perfectamente el significado y el alcance del término escribidora, que definió tal vez sin querer una manera de leer clasificadamente, tal vez tan decisiva entre sus lectores como aquella que en sus tiempos dio Julio Cortázar al dividir al lector/hembra (pasivo) del lector/macho (activo).
“¿No cree que si se hubiera emborrachado con Isabel Allende y Ángeles Mastretta otro sería su parecer acerca de sus libros?
–No lo creo. Primero, porque esas señoras evitan beber con alguien como yo. Segundo, porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio.”
Con Mastretta, específicamente, hubo una pequeña disputa que comenzó en 1999, cuando Bolaño obtuvo el Premio Rómulo Gallegos por Los detectives salvajes. En el célebre discurso de Caracas dijo: “…y aprovecho este paréntesis para agradecerle una vez más al jurado esta distinción, especialmente a Ángeles Mastretta…”
La autora de Arráncame la vida fue el único miembro del jurado que votó en contra de Bolaño, poniendo su dictamen a favor de Caracol Beach, la novela del cubano Eliseo Alberto.
En una entrevista publicada en la revista dominical C, del desaparecido diario Crítica de la Argentina el 16 de noviembre de 2008, Ángeles Mastretta se refirió al tema: “no haber votado por Los detectives salvajes fue un error que pagaré toda mi vida. Qué suerte que ahora lo pueda decir, porque la verdad es que nunca me lo habían preguntado. Sí, yo voté en contra de Bolaño y me equivoqué drásticamente. Es cierto que me gustaba mucho más la novela de Eliseo Alberto, Caracol Beach, al menos lo entendía yo más, pero ahora que Bolaño es un autor de culto y que yo lo he ido poco a poco descifrando, puedo decir que lo respeto, aunque su literatura no sea de las del tipo que a me apasiona”.
“Nunca más vuelvo a votar en contra de todo un jurado, esa tarde perdí mi integridad. La verdad es que entre los fans de Bolaño yo no tengo muchos fans, no me voy a afligir por eso. Más me ha valido entender quién es Bolaño y volverme fan suya”, dijo.
Con Antonio Skármeta, el famoso autor, entre otras, de Ardiente paciencia y Soñé que la nieve ardía, Bolaño también parecía tener un asunto personal. En la ya citada entrevista de Andrés Gómez para La Tercera, dijo a propósito de la candidatura al Premio Nacional de Literatura de Chile en 2002 (que recayó finalmente en Volodia Teitelboim): “Skármeta es un personaje de la TV. Soy incapaz de leer un libro suyo, hojear su prosa me revuelve el estómago”.
“¿Antonio Skármeta lo invitó alguna vez a su programa?
–Una secretaria suya, tal vez su mucama, me llamó una vez por teléfono. Le dije que estaba demasiado ocupado.”
Tanto las críticas a Isabel Allende –quien finalmente obtuvo en 2010 el Premio Nacional de Literatura en Chile- como a Skármeta son el pálido reflejo de una relación profundamente ríspida que el autor de 2666 mantenía con la literatura chilena en general, un hecho que sin duda le ha restado reconocimiento entre sus compatriotas, muchos de los cuales, como el propio Skármeta no quieren ni escuchar hablar de él.
En una entrevista llevada a cabo en Zacatecas en 2010 y no publicada, en el marco del Hay Festival, Skármeta deslindó pronunciarse sobre Bolaño y, a la defensiva, afirmó convencido de que “hablar de estos temas es hablar de la polémica y no me gusta hablar de la polémica”.
En las diferentes entrevistas realizadas al autor de El baile de la reina, cuando se trata de justipreciar los nuevos valores de la literatura latinoamericana, Skármeta -al igual que su colega y amigo nicaragüense Sergio Ramírez- pone al dominicano Junot Díaz como ejemplo de “lo que hay que leer”.
“Si usted no entiende las alusiones”, le dijo Skármeta a una profesora de literatura argentina durante un congreso en Brasil, cuando ésta le insistió para que aclarara cuál era, según su punto de vista, la relación existente entre Junot Díaz y Bolaño.
Lo cierto es que el autor de La maravillosa vida breve de Oscar Wao se divierte con la comparación: “¿Que mis dos libritos son más importantes para leer que toda la obra de Roberto Bolaño?: esa es la cosa más ridícula que he escuchado este año y mira que en Nueva York escucho cosas ridículas todos los días”, dice el también autor del libro de cuentos Los boys.
“Esas cosas pasan porque en Latinoamérica hay demasiados escritores machos que no entienden que leer no es como tener amigos. Veo a la literatura como una estrategia y nadie puede negar o rechazar una estrategia. Además, es tan difícil escribir que no quiero rechazar ni a mis enemigos, nunca sabes cuándo un libro de otra persona va a venir a salvarte en tu propia escritura”, dijo Junot.
El mismo Bolaño parece estar familiarizado con el concepto de escritor macho aplicado al corpus literario latinoamericano. En su elogio al peruano Jaime Bayly dice: “Qué alivio la literatura de Bayly después de la cola interminable de machitos latinoamericanos sin nada de talento, de pitucos de prosa encorsetada, de tonantes héroes burocráticos del proletariado.”
Sergio Ramírez, en una entrevista realizada por la periodista Silvina Friera para el periódico argentino Página 12 y publicada el 30 de octubre de 2010, se refiere específicamente a Bolaño: “Para las nuevas generaciones el primer gran escritor es Borges –esto quiere decir que no es García Márquez– y su representante en la tierra es Bolaño. Esta generación no ha sido capaz de hallar una propuesta de expresión literaria propia. Se puede decir que Bolaño es el gran contestatario, pero todavía no es suficiente para señalar caminos. Y no lo digo como crítica, sino como algo natural porque es muy temprano para decir qué va a pasar con esta nueva generación, cómo se va a escribir la nueva literatura latinoamericana”, afirma el autor nicaragüense.
¿Esto quiere decir, entonces, que tenía razón Bolaño cuando decía ser el escritor con más pasado y menos futuro que ninguno?
“-¿Qué siente cuando hay críticos como Darío Osses que considera que usted es el escritor latinoamericano con más futuro?
-Debe ser una broma. Yo soy el escritor latinoamericano con menos futuro. Eso sí, soy de los que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.”
Más allá de las apreciaciones y gustos personales, resulta un tanto escueto por no decir mezquino, negar la resonancia de una obra profusa de un autor ya desaparecido como Bolaño. La literatura no es, o no debería ser, en todo caso, aquello que está por venir, sino aquello que se escribe, lo que concretamente puede leerse. En las aproximaciones negadoras, quizás pueda percibirse entre líneas la animosidad que un provocador como Bolaño generó en los autores postboom a los que poco valor les daba el autor chileno.
Dice Harold Bloom que es “la extrañeza” lo que hace canónico a un autor y su obra, es decir, “una forma de originalidad que o bien no puede ser asimilada o bien nos asimila, de tal modo que dejamos de verla como extraña”.
En el prólogo al libro Roberto Bolaño: Ruptura y violencia en la literatura finisecular, un volumen de 21 ensayos críticos reunidos por la Universidad de Puebla, dice el maestro Felipe Ríos Baeza: “Al lado de figuras como Enrique Vila-Matas y Martin Amis, Michel Houellebecq o J.M.Coetzee, era poco lo que formal y sustancialmente el postboom podía aportar. Hasta que a finales del siglo XX, un escritor latinoamericano tuvo una idea arrebatadora: sumergirse en el canon occidental, saquearlo en sus formas y estilos y escribir una novela que a la vez fuera un diccionario y un catastro biográfico. Muy en sintonía con La sinagoga de los iconoclastas, de Rodolfo Wilcock, Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges e incluso Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, en 1996 la editorial Seix Barral (la misma que antiguamente promocionara los nombres del boom) edita La literatura nazi en América del hasta entonces desconocido Roberto Bolaño).”
En Mentiras contagiosas, donde Jorge Volpi da por terminada la literatura latinoamericana, el autor mexicano de En busca de Klingsor apunta cuestiones generacionales que explicarían la reticencia del stablishment literario continental a darle a Bolaño el sitio que en el canon ocuparía –según Volpi- al lado de Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar: “…busquen a un escritor menor de 40 (los encontrarán sin falta en el bar de la esquina) y pregúntenle por Bolaño: más del ochenta por ciento, no exagero, dirá que es bien padre o guay o chévere o maravilloso o genial o divino. Y luego pregúntenle a un escritor mayor de 40 (los encontrarán en el bar de enfrente o en un ministerio o en una casa de retiro) y verán que en el ochenta por ciento de los casos tiene algún reparo que hacerle o varios, o todos.”
Ahora bien, ¿era Bolaño un provocador irredento, irresistible? Y si es así, ¿por qué, de dónde?. Según el poeta Rubén Medina (México, 1955), uno de los fundadores del movimiento infrarrealista, del que Bolaño fue líder en los inicios,
Y luego está la literatura nacional, ese corpus con el que Bolaño tenía pasiones encontradas y frente a la que eligió colocarse como un crítico sin piedad.
“-¿Qué es la literatura chilena?
-Probablemente las pesadillas del poeta más resentido y gris y acaso el más cobarde de los poetas chilenos: Carlos Pezoa Véliz, muerto a principios del siglo XX, y autor de sólo dos poemas memorables, pero, eso sí, verdaderamente memorables, y que nos sigue soñando y sufriendo. Es posible que Pezoa Véliz aún no haya muerto y esté agonizando y que su último minuto sea un minuto bastante largo, ¿no?, y todos estemos dentro de él. O al menos que todos los chilenos estemos dentro de él.”
Fuente: El hijo de Mister Playa, de Mónica Maristain.
Este texto se publicó originalmente en el sitio Maremoto, en este enlace.
22 de julio de 2025, 12:53
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