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12/14/2025
Ser mujer en Guanajuato, ser indígena en León: cómo aferrarse a las raíces

Autores:

Martha Silva
Martha Silva

Ser mujer en Guanajuato, ser indígena en León: cómo aferrarse a las raíces

Tres mujeres, de herencia otomí y mazahua, cuentan cómo llevan con orgullo su origen, lo que las enfrenta a una sociedad y un Estado racistas, clasistas y misóginas que siguen discriminando a esas comunidades

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    Fotos y producción: Juan José Plascencia

    Guille, Rebeca y Joss son tres mujeres de origen indígena que muy niñas fueron llevadas por sus padres a vivir lejos de sus orígenes para terminar establecidas en León, municipio con la mayor presencia de comunidades indígenas en el estado de Guanajuato. Es en esta ciudad donde ellas han decidido permanecer con sus familias y no solo buscar mejores oportunidades, sino generarlas, para ellas, sus hermanos y hermanas, sus hijos e hijas y las nuevas generaciones.

    A través de los años han ido revalorando y recuperando su herencia familiar y comunitaria, a través de su lengua materna, de su vestimenta tradicional y del sentimiento de unidad, no solo de su pueblo sino de sus pueblos, en plural, en el entorno urbano, luchando contra la discriminación y las agresiones de un Estado racista y clasista, que además las vulnera por ser mujeres.

    La señora Guille elabora una pulsera.
    La señora Guille elabora una pulsera.

    A pesar del discurso oficial, de un supuesto "orgullo indígena" ellas siguen recibiendo humillaciones, exclusión y marginación, cuando incipientes políticas públicas para el reconocimiento de las comunidades y pueblos indígenas han sido frenadas por la pandemia y el sistema socioeconómico se resiste a cumplir con lo que pregona: una verdadera interculturalidad en un contexto de globalización, que abre puertas a la inversión extranjera pero a su propia ciudadanía no ofrece espacios dignos de exhibición ni invierte realmente en ella.

    Hay que tomar en cuenta que el estado de Guanajuato 14 mil 048 personas mayores de 3 años de edad reconocen que hablan alguna lengua indígena, siendo el otomí y el náhuatl las más practicadas. Y León es el municipio donde habita la mayor cantidad de personas de habla indígena, 3 mil 579 (INEGI, 2020).

    Mantener la transmisión de la lengua materna tradicionalmente ha caído en las mujeres: ellas tres lo intentan, cada quien desde su trinchera, para evitar que se rompa ese primer y poderoso vínculo con sus raíces.

    Guille se aferra a la vida

    "A partir de los ochenta la migración interna de indígenas aumentó, empezó a dirigirse a ciudades medias", cita un estudio de la Universidad de Guanajuato. "Según la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas el 43% de las 803 comunidades indígenas" registraba en 2010 "un éxodo masivo", sufriendo las y los migrantes "racismo, discriminación y marginación en su nuevo refugio".

    Guillermina Cipriano Doroteo, nacida en Amealco, Querétaro, ha sido protagonista de ese cambio y ha sufrido también, las consecuencias.

    De origen otomí, durante los primeros años de su vida -hoy tiene 48-, migró por varias ciudades. El alcoholismo de su papá obligó a su madre a hacerse cargo de la familia y ésta consideró que lo mejor era buscar el sustento por fuera de su comunidad.

    Como su madre, Guille siempre ha sido comerciante en vía pública, siempre en conflicto con las autoridades. "Hoy estoy aquí, quizá un año, dos años, seis meses, una semana, ¿por qué? Porque si ya no me dejaron vender, me tengo que emigrar a otra parte".

    Una "lele" o muñeca otomí de trapo, caracterizada como "Mamá Coco", de la película de Disney.
    Una "lele" o muñeca otomí de trapo, caracterizada como "Mamá Coco", de la película de Disney.

    Hoy tiene ocho años viviendo en Lomas de Medina, al noreste de León, pero recuerda su paso por otros lugares, como Guadalajara, de donde guarda los peores recuerdos: “ninguna institución para pedir apoyo, un trabajo y eso, siempre somos los más ignorados, llámese otomí, llámese purépecha, que puro indígena, no había derechos".

    Aunque ella dice que en León sí ha encontrado apoyos en los gobiernos, reconoce que su primer contacto positivo cuando recién llegó fue con el Centro de Desarrollo Indígena Loyola.

    Porque Guille ha tenido que enfrentar enormes pruebas de vida: además de la adicción de su padre, su primera hija, Victoria, nació con parálisis cerebral por la falta de oxígeno durante el parto. Luego otro de sus hijos, en la adolescencia, comenzó a padecer una enfermedad mental, esquizofrenia; fue en una de las crisis del muchacho cuando entró en contacto con el Centro Loyola.

    Van a cumplirse cuatro años su esposo falleció. Tras ir superando la pandemia, hace apenas un mes, volvió a recibir otro duro golpe, con la muerte de Victoria, a causa del cáncer.

    Dice que a lo largo de los años enfrentó conflictos por el cuidado de sus hijos, sobre todo en el aspecto de no mandar a los niños y niñas a vender cosas y apoyar en la casa, bajo el argumento de "lo estás explotando", pero las autoridades "no ven mi necesidad, no ven como vivo", también parecen ignorar que el trabajo les da disciplina y les evita convertirse "en parásitos".

    Artesanías hechas con primor

    Como otomí, practica su lengua materna y sigue la tradición de elaborar y vender las muñecas de trapo con vistosos listones conocidas como "leles", además de servilletas y pulseras.

    Guille se dice orgullosa de su herencia, pero también de ella misma como persona, al ser su propia jefa y por la dedicación y detalle que pone en sus artesanías, algo que le enseñó su mamá: "tú vas a rellenar las manitas, a ti te tocan las patitas, te toca el cuerpo...", esto, para tener la oportunidad de llevarse un taco a la boca.

    "Más que nada, se necesita concentrarse, ¿cómo las vas a rellenar? Porque sí, todo tiene su chiste". Rellenar, escoger las telas para el vestido, planchar los trozos, pegarlos, combinarlos, ponerle sus moños, todo con mucho cuidado.

    ESCUCHA a Guille: su artesanía

    Aunque dedica la mayor parte de su tiempo a confeccionar sus muñecas y sus diademas, a Guille le gusta cocinar y leer la Biblia, pero confiesa que hacer sus artesanías, además de ser su fuente de sustento, le ayuda a despejar la cabeza y a procesar el duelo por la muerte de su hija.

    Guillermina no pudo estudiar, en su casa siempre hubo mucha necesidad. "Mis hijos fueron mis maestros, porque cuando yo empecé a mandarlos a la escuela, los maestros me decían «pues ayúdele a sus hijos a hacer la tarea», ¿Cómo les voy a ayudar si yo misma no sé escribir, no sé leer?, «ah, pues con ellos vas a empezar a aprender»", le contestaban.

    Mencionó que conoce y ha participado en el Consejo Consultivo Indígena, donde se tratan temas como vivienda, salud, becas y sobre todo, los abusos contra los y las comerciantes indígenas. "No nos cumplen todo pero por lo menos exponemos ese grave problema".

    Se refiere a los malos funcionarios que aunque piden a los comerciantes ambulantes respeten los reglamentos, cometen excesos y abusos al decomisar la mercancía, "llegan muy déspotas, te tiran tu mercancía, no te dan el folio, vas y reclamas y nada, la mercancía, ¿dónde se quedó?, pues quien sabe".

    Es una situación constante, "ya para nosotros es normal", "por el hecho de ser indígenas somos peor que un delincuente", porque incluso a un delincuente, en cuestión de horas lo sueltan sin más problema. A la comunidad indígena nos tratan peor que animales, acusa, “incluso nos dicen que no somos humanos, somos animales”.

    Ella misma ha tenido conflictos con personal de Comercio y Consumo, donde al intentar reclamar por los abusos, ha recibido muchas veces insultos racistas, desde que acompañaba a su madre: "A partir de ahí, yo empecé a agarrar coraje, a agarrar valor, me dije yo cuando sea grande, yo no me voy a dejar que te pisoteen así... se los he dicho a mis hijos".

    Incluso, "Si voy a pasando en la calle y veo a una de mis compañeras, aunque no sea mi misma cultura y veo que la están maltratando, sí me acerco a ayudarla y a apoyarla, porque yo lo he vivido, porque lo pasó mi mamá, porque ella no sabía defenderse... es por eso que hay tanta crueldad".

    ESCUCHA a Guille: la fortaleza de las mujeres indígenas

    Aunque el discurso en todas partes es «Aquí apoyamos lo indígena» "la cruda realidad es que jamás nos dan la oportunidad de trabajar” (...) "porque ya nos están ganando otros países, nos está ganando mucho lo chino, está entrando mucha mercancía internacional, ¿y nosotros, que somos el orgullo del pueblo, de los mexicanos? Fíjate nada más dónde a nos tienen aventados (...) como diciendo 'Eso no lo tenemos que sacar, hay que esconderlo'", dijo que si esto es debido a que "lo internacional" sí puede pagar un impuesto, porque ellos sí hablan chino, inglés, francés, "¿y yo por qué no puedo entrar en ese grupo? ¿Porque yo hablo una lengua materna, indígena? Mi pecado es porque soy indígena. Esa es la gran verdad".

    Por ello pide más espacios para exponer su mercancía, organizar eventos donde puedan participar, que el gobierno construyera un mercado exclusivo de artesanos, con la gente que tiene aquí. "¿Si no, dónde está el orgullo?".

    Joss: “Hablar en otomí te transporta a tu tierra”

    La discriminación fue la piedra en el zapato de Josefina Miguel Pérez, Joss, perteneciente al pueblo otomí.

    Ella nació en la comunidad de Mexquititlán, en Amealco, Querétaro, pero su familia fue de las primeras que llegó a León y se estableció en la colonia Morelos El guaje cuando ella iba a iniciar la primaria. Su papá, comerciante, buscaba mejorar los ingresos de la familia.

    La mudanza representó para Joss un auténtico choque cultural: "Yo me sentía en otro planeta", por personas tan diferentes a lo que conocía: color de piel, vestimenta, el idioma.

    "Yo sufrí muchísima discriminación desde que llegué... Me costó mucho relacionarme con los demás, yo no entendía el español, me costó años". Sin saber el idioma "yo hacía las actividades como Dios me daba a entender, yo así de ¿Qué es un resumen?".

    Joss, al centro, en la presentación del libro "Seguimos Caminando", de Tlioli Ja Grupo Intercultural. Foto: cortesía
    Joss, al centro, en la presentación del libro "Seguimos Caminando", de Tlioli Ja Grupo Intercultural. Foto: cortesía

    Los maestros poco ayudaron para su adaptación pues, piensa Joss, no sabían cómo reaccionar. La presión fue tanta que en secundaria ella terminó por replegarse y dejó de hablar su lengua materna.

    Cada año seguían yendo a su pueblo, a la casa de su abuela, durante las vacaciones de verano. Para Joss cada vez era más difícil regresar a León, siempre bajo la presión de su estricto padre, quien prácticamente la obligó a continuar sus estudios “hasta donde se pudiera”.

    Al concluir la preparatoria, ella pausó unos tres años sus planes universitarios: quería estudiar algo relacionado con la protección a los árboles, carrera que no estaba disponible en León pero sí en Chapingo. Al comentarle a su madre su plan, de irse a vivir al Estado de México con unos tíos para alcanzar su sueño, esta le advirtió: "Tus tíos se van a aburrir de ti, tú qué vas a hacer, y luego allá tú sola, no sabes, vas a ir a algo que no conoces". Esos argumentos terminaron por hacerla desistir de su plan original y decidirse por la carrera de maestra de preescolar, algo que la ha llenado de satisfacciones.

    Su primera oportunidad profesional la tuvo en el Centro Indígena Loyola, en la escuela "Nenemi", cuando todavía era estudiante de la carrera. Sus ganas por salir adelante, bajo la asesoría de profesoras experimentadas que la apoyaron, le hicieron cumplir el reto de estar al frente de un aula.

    "Yo quería hacer sentir a los niños lo que no sentí yo en el momento que llegué aquí, darles más seguridad, brindarles todo para que se puedan abrir aquí en la ciudad y como son niños pequeños…". Estuvo ahí cuatro años.

    ESCUCHA a Joss: ser maestra

    Fue durante este tiempo que se integró al Grupo Tlioli Ja Intercultural, con jóvenes de varias culturas: náhuatl, teenek tzotzil, mazahua. "Fue ahí donde yo acepté mis raíces y las valoré, es que yo no me sentía ni de de allá ni de acá... de que pertenecía a ningún lado".

    Joss ha tenido un contacto más estrecho con su abuelos desde que estos llegaron a vivir a León con ella y su familia, por lo que ha podido practicar con más frecuencia el otomí; actualmente lo domina al 70 por ciento.

    Aunque hoy día cubre interinatos y está tramitando una plaza, Joss está convencida de que su origen indígena, "me ayuda mucho para inculcarle a los niños el respeto a los valores, a las tradiciones, valorar las culturas", que al final de cuentas, tienen mucho en común.

    Algunos integrantes de Tlioli Ja, en la Feria del Libro en Guadalajara, donde presentaron una ponencia. Joss, de mascada azul. Foto: cortesía
    Algunos integrantes de Tlioli Ja, en la Feria del Libro en Guadalajara, donde presentaron una ponencia. Joss, de mascada azul. Foto: cortesía

    En lo que se concretan sus planes profesionales está considerando estudiar una maestría. Además, “me gusta mucho ir al cine con mi esposo y salir los fines de semana a donde hay árboles y aire fresco; estoy aprendiendo a comer saludable”. Además, Joss está tomando terapia para superar la violencia que vivió en su familia.

    ESCUCHA a Joss: recuperar el otomí

    Y con su grupo Tlioli Ja (Tlioli= Granos de maíz, en náhuatl y Ja = agua, en Teneck) ella ha tenido la oportunidad de ir a varios lugares, universidades y bibliotecas en la región, a la Feria del Libro de Guadalajara. "Gracias al grupo tuve la oportunidad la hermosa experiencia que jamás olvidaré de ir a Japón". Esto, para visibilizar a los pueblos indígenas en las ciudades, mostrar el orgullo que representa pertenecer a una de estas comunidades y relacionarse con unas con otras.

    Rebeca siempre fue muy valiente

    Rebeca Salazar Romero es de herencia mazahua. Originaria de Santiago Coachochitlán, en el municipio de Temascalcingo (Edomex), su padre, comerciante ambulante, buscando el sustento hizo emigrar a la familia por varios lugares antes de establecerse hace 32 años en León.

    Como mujer, como indígena, como comerciante, Rebeca ha tenido que luchar porque su opinión y sus derechos sean respetados: fue de las fundadoras del Consejo Consultivo Indígena del Municipio de León y ha participado por 17 años, aunque este apenas fue reconocido oficialmente hace poco más de una década.

    Cuenta que al principio, “la mayoría eran hombres, cinco hombres y yo la única mujer... Los compañeros no tomaban en cuenta mi opinión, era como un cero a la izquierda".

    Rebeca contó a POPLab que siendo muy joven, visitó Nuevo Laredo con una tía y tuvo la fortuna de cruzar a EUA, en Laredo, Texas: "estábamos entre muchachas, vendiendo ahí en la línea para Estados Unidos, dije ¿Qué pasa si nos cruzamos?, «A que no te atreves» me decían y sí, pasamos el riyito, había gente que cruzaba con una llanta, no estaba tan hondo y ya, cruzamos".

    "Enfrente estaba un estacionamiento grandísimo, enseguida estaba una tienda comercial le digo a mi prima mira, nos vemos dentro de la tienda, habíamos encargado la mercancía con una conocida para que no nos regañaran los patrones, y nos fuimos. Anduvimos ahí un ratito, porque nos agarró luego luego la migra y nos sacó para afuera", cuenta con más risas, al recordar su aventura.

    "Al regresar nos preguntaron «¿A dónde se fueron?» les digo 'Nos fuimos a dar una vuelta a la otra línea, pero igual no hay nada, ya nos regresamos nomás', pero fue una aventura de como tres horas que estuvo padre", recuerda con alegría, ya a sus 41 años.

    En el tema de las oportunidades, Rebeca dice que a ella le hubiera gustado estudiar. "Mi papá dijo «tú eres mujer, a ti no se te va a dar estudio, nada más lo de primaria y ya, porque no es bueno invertir en una mujer, que no me va a dar ganancias el día de mañana»". Años después, ella volvió a tocar el tema con su progenitor, ya casada y con tres de sus hijos, "'¿Te has puesto a pensar cómo hubiera sido mi vida si me hubieras ayudado a estudiar?', mi papá se puso a llorar y me dijo, «sí, tienes razón, hija, discúlpame, si a lo mejor no fui el padre que tú querías, pero si te quieres ir (ahora), yo te cuido los niños». Pues no me lo dijo dos veces".

    Buscó una escuela para iniciar sus estudios de secundaria. "Después de que falleció mi papá, me entregaron mi certificado".

    ESCUCHA a Rebeca: el regreso a la escuela

    Rebeca rompió el patrón y apoyó a su hija cuando ésta quiso seguir estudiando, en septiembre inicia la universidad y se siente muy orgullosa de ella.

    De sus cuatro hijos, ninguno es hablantes del mazahua, solo su hija conoce algunas palabras.

    La propia Rebeca se ha superado, porque tras confeccionar aretes y pulseras, asistió a una capacitación en negocios y junto con otras personas indígenas tienen la marca registrada Tierra Maxia, que incluso vende sus productos por internet.

    La lengua mazahua tiene tres variaciones de acento, con igual número de regiones donde se practica. La vestimenta de las mujeres es una enagua o falda tableada de seda que llega a incluir cinco metros de tela, encima lleva el delantal con encaje y dos bolsas al frente, además del quesqueme o quesquemetl, una especie de "mañanita" o "poncho" con flecos que es de lana y bordado todo a mano.

    Cuenta que hace unos años acudió con sus compañeros comerciantes al centro comercial Altacia a realizar una sesión de fotos con vestimenta tradicional, sin embargo, escuchaban comentarios de los paseantes que les infantilizaban, minimizaban y se burlaban, sin imaginar que cada vestimenta cuesta una pequeña fortuna.

    Rebeca se visualiza, en los próximos diez años, con un local para montar su negocio y una casa con muchos árboles, lo cual siempre ha sido su sueño, además de que sus hijos estén bien “y estén reunidos los cuatro".

    Se responsabiliza a las mujeres de la transmisión (o no) de la cultura: especialista

    En el tema de las mujeres indígenas residentes en las ciudades sólo hablando con ellas es como puede descubrirse lo que para ellas significa vivir en una ciudad, más en lugares “como León, que no tiene una experiencia de interculturalidad, no es Oaxaca, no es San Cristóbal ni siquiera el Estado de México, que no tiene esa apertura a otras culturas, especialmente hablando de las culturas indígenas, no extranjeras".

    Así lo expone Cristina Magaña, maestra en Estudios para el Desarrollo en la Universidad de Guanajuato, quien ha trabajado el tema desde organizaciones como el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan y el Centro Prodh.

    Por ellas conoce que vivir en un contexto urbano como León es muy difícil: sus hijos e hijas no asisten a escuelas interculturales, entonces han sufrido discriminación y trato diferenciado por parte de personal docente y de sus compañeros y compañeras, por lo que prefieren "no hacer presente" la identidad.

    La especialista también destaca cómo algunas teorías feministas revelan que "no hay una acusación social, abiertamente, explícita, en la que se diga sí, es culpa de las mujeres que los niños o las niñas ya no quieran ser indígenas, pero sí se coloca ahí, en las mujeres, la transmisión de la cultura, por eso justo se llama Lengua materna, ¿no?, si hablas una lengua materna es porque te la pasó tu madre, y la lengua materna no es solamente una lengua, es la cultura, es la cosmovisión, la forma de nombrar y de conocer el mundo... Entonces me parece que socialmente sí se responsabiliza a las madres, a las mujeres, de conservar o no la cultura".

    Este tipo de experiencias es compartido por muchas mujeres indígenas, "eso hace que los mecanismos de configurar identidades, de protección frente a grandes ciudades, se va formando a través de las historias de vida".

    Si bien se busca crear espacios públicos de interculturalidad más allá de las escuelas, como el Consejo Consultivo Indígena, donde convergen dependencias y organismos como el IMUVI, Salud, Educación, Comercio, Magaña reconoce que "no hay pertinencia cultural en la política pública", no hay diferencia entre lo que ahí les ofrecen a estas poblaciones a lo que se ofrecería en cualquier colonia más allá de unos talleres de profesionalización: “aunque la intención puede ser buena, la comprensión de lo que significa una política pública con pertinencia cultural o de interculturalidad no se alcanza a entender por parte de una ciudad como León", concluyó.

    EL CONSEJO

    El Consejo Consultivo Indígena del Municipio de León, Guanajuato, se constituyó en 2011 con el objetivo de dar seguimiento, enriquecer y vigilar "los derechos y prerrogativas de los pueblos indígenas, dirigidos a promover el desarrollo de las lenguas, cultura, usos, costumbres, recursos naturales y las formas específicas de organización social de los pueblos indígenas migrantes asentados" en la ciudad.

    Cada comunidad tiene dos representantes, un hombre y una mujer, con sus respectivos suplentes.

    Sin embargo, dicho consejo no ha sesionado mensualmente desde el inicio de la pandemia: aunque a mediados del año pasado se hizo el intento, con al menos dos sesiones (en julio y en agosto), no ha retomado su regularidad.

    Tampoco la alcaldesa se ha reunido con estas comunidades, grupos prioritarios en la población.

    Y aunque se está buscando renovar el consejo, Rebeca se pregunta "¿Cómo nos están exigiendo cambio de consejeros si todavía no tenemos una visita con ella (la alcaldesa)?", también se refirió a que “ellos -el municipio- siempre han querido interferir en nuestras decisiones, nosotros lo hacemos como nosotros creemos y nosotros lo hemos hecho con nuestros usos y costumbres".

    30 de marzo de 2022, 15:45

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