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"Instrumental" de James Rhodes
James Rhodes, pianista inglés, está convencido de que los traumas deben convertirse en historias. Él mismo cuenta la historia de abuso sexual que sufrió en la infancia y la presenta en “Instrumental, memorias de música, melodía y locura”, un texto autobiográfico que narra frontalmente su historia
Uno se enfrenta a Instrumental. No es posible leerlo solamente. Estamos hablando de la experiencia biográfica, a ratos autocompasiva, a ratos incluso de difícil digestión, escrita por una víctima de abuso sexual. James Rhodes escribe con la furia del sobreviviente. Ajusticiado por la impotencia o, mejor, por la indefensión, deja constancia de los hechos, esos que tienden a no contarse, a obviarse, a ni siquiera pronunciarlos porque escaldan o dejan un vacío colmado de dolor, de culpa; el carbón ardiente que significa la noticia despierta, en cualquiera, la sensación de lo ominoso, ese pudor salvaje, atávico, que nos regresa al momento de la pérdida del paraíso. James Rhodes intercala la experiencia personal, la íntima, con una lista músical que se convirtió en una suerte de asidero.
Y entonces los hechos no son el centro del cuento sino el inicio. Lo que importa del tránsito memorialístico de Rhodes es la revisión de las consecuencias de esos hechos que, en este caso, son contados desde el sitio, nada envidiable, de la víctima. A Rhodes le interesa él mismo porque él sabe que va con el alma rota, pero también porque es el único que puede contar su historia. Nadie más.
Pienso en la paradójica posición del concertista como personaje público. James Rhodes, que escribe Instrumental y Blackiebooks lo publica en 2015, es uno de los más eminentes concertistas de piano de la actualidad. Es decir, no es una víctima que da su testimonio solamente. Es alguien que alcanza cierto estado y ocupa un espacio como para decir su experiencia y sea escuchada como el triste modelo de lo que no debería suceder por ningún motivo. Escribe una denuncia que ya no pretende ser sólo eso. El purgatorio de la escritura en Instrumental nos revela a un autobiógrafo que acomoda los sucesos de tal manera que no sea sólo un aporte penitente ni un testimonio nada más, sino una convocatoria a poner mucha atención en dos factores importantes. La infancia tiende a ser cruel y silenciosa; doblemente cruel entonces. Y, por más que los adultos sepan, busquen, alienten ese proteccionismo de la inocencia, y que se mantenga intacta en todo niño, el terror siempre respira al lado de la oreja.
Otro factor es el camino de regreso al sitio del sobreviviente, que no es el del que olvida ni de quien supera algo. Se trata de posar la mirada por encima del dolor para verbalizarlo y darle carácter de historia; eludir la tentación dramática de dejar en su carácter de fetiche el trauma incomunicable. Las palabras en esta historia son un vehículo que da una posibilidad a la víctima de buscar decir para ser escuchado.

El estratagema de Rhodes es la música. La furia del sobreviviente es incontrolable. Esa fuerza puede proyectarse en actos suicidas o degradantes, o se puede transformar en firmeza. Podría atribuírsele cierto grado de sublimación al espíritu con el que Rhodes enfrenta la situación confesada. Afirma que la música lo ha salvado, literalmente y describe, explica, ejemplifica, transmite.
Así puede ser enfrentado Instrumental. Como una confesión, pero también como un concierto autobiográfico que explica cómo la música pasa a formar parte de la vida de alguien. Rhodes asume que la música lo une a cada persona de este mundo. Es lo que dota de sentido a una vida que parecía, en algún momento, tan vergonzosa que no valía la pena la lucha.
Instrumental es, también, un índice para entender qué sucede a un individuo cuando la música va exigiendo ser el centro de la vida de alguien. Es un ejercicio necesario de un individuo por situarse, esa labor constante, permanente y complicada para cualquiera.
7 de agosto de 2019, 18:46
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