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Novelas de crecimiento en la literatura mexicana
La novela de Carmen Boullosa coloca a su protagonista en un espacio dentro, en donde lo que pasa a la protagonista pertenece al territorio de la fantasía: no le atraviesa el cuerpo esa realidad y en eso reside el clima angustioso: no pasa nada
Me interesan las novelas de formación. En este cauce podemos situar las existenciales tramas de Hesse o Las desventuras del joven Werther. Suelen ser episodios en los que sus protagonistas sienten que van a la deriva. En México hay una buena muestra de novelas de crecimiento. Podemos enlistar Las buenas conciencias de Fuentes, a mediados del siglo pasado. Ubica a Jaime Ceballos en Guanajuato y muestra las lecciones de demeritarse en adulto del México posrevolucionario; también cabe en este índice Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco -publicada más como relato largo que como novela en los inicios de la década de los ochenta-. Se centra en el enamoramiento de Carlitos, su protagonista. El niño, cruzado por la pulsión de decir lo que siente, abandona el salón de clases y corre intempestivamente para confesarle a Mariana, la madre de un amigo del colegio, que la pulpa roja que tiene en el pecho late por ella. Fiel al estilo de Pacheco, recoge un cambio de época en el México que dibuja como escenario para la aventura de Carlitos. Hilito de sangre de Eusebio Ruvalcaba, cuyo protagonista deja la ciudad para ir a Jalisco, y que se ajusta un tanto a la novela de aventuras también, puede enlistarse porque el crecimiento se da en la peripecia. El maestro Eusebio deja a un Ulises infantil, audaz y curioso, como hombre moderno.
Los episodios comunes al cambio de etapa o al crecimiento, en México, han sido protagonizados por adolescentes varones que se meten en problemas sexuales, religiosos, políticos o morales. En suma, habitan un periodo de reacción ante la realidad que los incomoda.
Acaso hay novelas en el panorama mexicano cuyas protagonistas son mujeres y de las que vemos, en su paso a la edad adulta, una anunciada heroicidad trágica por lo que es difícil pensar en incluir a novelas como Santa o La Rumba en este resumen; también porque son más bien naturalismos didácticos de los que heredaron convenciones, tipos y tramas las telenovelas mexicanas como María Mercedes, Marimar o la célebre Rosa Salvaje. Se trata de novelas escritas por periodistas de la última hora del siglo XIX -observadores de la realidad mexicana y observadores de la novela como experimento social-. Tomás de Cuéllar y Ángel de Campo dieron con un costumbrismo que critica los hábitos de la sociedad del relajo y condena a sus protagonistas a la desgracia: el crecimiento se parece al demérito.
Estos dramas vieron su evolución en la televisión mexicana. La protagonista del melodrama episódico de la cultura de masas encuentra su revancha en los recursos del cuento de hadas, cuento de princesas o del cuento maravilloso en el que, por un Deus Ex Machina (un secreto que solo sabe un mudo o una carta extraviada que llega veinte años tarde, un milagro o una rosa blanca), indefectiblemente, ve el destino en la realización de la felicidad que a novelas por entregas en el porfiriato les era imposible concebir.
En México la novela de formación cuyas protagonistas son mujeres, escritas por mujeres se las puede ubicar en un periodo concreto de los años setenta. De ese momento, una hora importante porque han sucedido cambios sociales en cuanto a derechos civiles, en el territorio de las libertades sexuales y los feminismos, se puede ubicar -sin orden de importancia- a Ausencia Bautista de María Luisa Mendoza, La mañana debe seguir gris de Silvia Molina y, ya en los años ochenta, Antes, de Carmen Boullosa.
La más beligerante y admirable de esta triada es la de la guanajuatense María Luisa Mendoza publicada en 1974. Con su macarrónica escritura expone una premisa de veras adelantada o impactante: Ausencia Bautista, hija de un minero, permanece joven eternamente. Lo relevante para este asunto de las novelas de formación es que ejerce impúdicamente su sexualidad hasta cansarse; hasta sentir la desgracia que significa ser eternamente joven y ayuntar con los nietos de sus primeros amantes, cosa que le provoca tedio o tristeza. Ubicada en el final del siglo XIX, es también un cuadro de costumbre -crítico, hilarante, con aire de retablo de las maravillas- del Guanajuato que todavía podemos palpar si observamos -con detenido tiento- la ciudad de la leyenda de los Carcamanes.
No obstante el pudor con el que ha sido consignada la trama, la novela -autobiográfica- de Silvia Molina es una muestra del cauce de presentación. Con Silvia Molina evoluciona la forma desde quien la escribe hasta las peripecias de su protagonista. Se trata de una novela breve a la que le otorgaran el Premio Xavier Villaurrutia (de escritores para escritores) en 1977. En forma de diario, la narradora y protagonista, recuenta y construye la figura ausente de un muchacho al que ha conocido en Londres, a donde ella ha ido a estudiar. A partir del día en que conoce a José Carlos, la narradora cruza los sucesos a su alrededor (Manifestaciones en Roma, huelgas, luchas sociales en París) con el humo sensual del enamoramiento propio.
Lo que quiero destacar es que hay en la literatura mexicana una novela en la que la protagonista es una mujer y lo que vive le sucede fuera de su casa materna. Reactiva a las limitantes de vivir en casa de familiares en Londres, seguimos su exploración del mundo en primera persona, a diferencia de Antes, cuya trama se reduce a un adentro de la casa, en la ensoñación de la protagonista. La novela de Carmen Boullosa coloca a su protagonista en un espacio dentro, en donde lo que pasa a la protagonista pertenece al territorio de la fantasía: no le atraviesa el cuerpo esa realidad y en eso reside el clima angustioso: no pasa nada.
15 de marzo de 2025, 18:10
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