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La Tercera Guerra Mundial
Por terrible que parezca, ha llegado la hora de abrir los ojos y asumir una verdad tan real como inquietante: es posible que ya estemos en la tercera guerra mundial y ni siquiera nos hayamos dado cuenta.
Cuando hablamos de una “guerra mundial” nos estamos refiriendo a un conflicto bélico internacional a gran escala, no solamente entre dos estados, no solamente en una región, sino con múltiples actores diseminados por todo el globo. Las dos guerras mundiales acaecidas en la primera mitad del siglo XX lo fueron en la medida en que su impacto sacudió a todo el mundo, aunque su epicentro fue básicamente Europa, mientras que otras regiones jugaron un rol menor, subordinado o periférico, limitándose a ser eco de la estridencia europea (con la notable excepción de Estados Unidos y Japón).
En la tercera década del siglo XXI, a más de 100 años de la primera Gran Guerra, las cosas son muy diferentes. Si bien es cierto que Europa sigue siendo escenario de conflictos potencialmente globales, no menos cierto es el hecho de que hay múltiples frentes abiertos alrededor del mundo con una capacidad de expansión similar. La diferencia radica en que lo que está juego ya no es la rivalidad entre potencias por la dominación mundial, sino el mantenimiento de un orden unipolar establecido por EE.UU. desde la década de 1990 como resultado de su victoria sobre la Unión Soviética.
En aquél entonces se pensaba que el mundo había adquirido una forma final: un orden global regido por una civilización superior, la occidental; una ideología universal, el liberalismo; ambos encabezados por un país modelo, los Estados Unidos. Sin embargo, desde entonces han aparecido nuevos actores y tensiones, junto con resabios de conflictos que se creían ya superados.
Sin lugar a dudas, la guerra de la década, hasta el momento, es por mucho aquella que tiene enfrentadas a Rusia y Ucrania. Lo que inició como una “operación militar especial” acaba de evolucionar -según la perspectiva rusa- a un verdadero estado de guerra, donde la confrontación es total, no solo en términos bélicos convencionales, sino también en lo económico, lo energético, lo mediático, lo cultural… llegando incluso al terrorismo (si bien de manera vedada). Como lo señalé en una pasada columna, más que una lucha armada entre dos estados se trata de un combate entre Rusia y la OTAN, liderada por Estados Unidos, quien utiliza a Ucrania como teatro de operaciones, y al pueblo ucraniano como carne de cañón, con el beneplácito del gobierno títere de Zelenski. Cabe recordar que la animadversión de occidente hacia Rusia es de larga data. Apenas iniciando el siglo XX, Mackinder la identificaba con el Heartland, la zona pivote estratégica para el dominio mundial y principal amenaza para los anglosajones. Los llamados recientes de Macron a prepararse para una guerra contra Rusia, amagando con enviar tropas a Ucrania, no hacen sino echar más leña al fuego de un inminente conflicto con potencial nuclear.
Otra rivalidad heredada de la guerra fría es aquella que tiene enfrentadas a las dos Coreas. Lo que empezó como una rivalidad proxy, devino a la postre un conflicto interminable que no ha hecho sino escalar, a tal grado que Corea del Norte ha formalmente abandonado cualquier intento de reconciliación con su contraparte, catalogándola en cambio como “país hostil número 1” y realizando pruebas de misiles que le han valido roces importantes con Japón. A lo largo de esta historia, Estados Unidos- país que cuenta con 30 bases militares y unos 30 000 soldados acuartelados en Corea del Sur- es quien había tenido la última palabra, toda vez que es el único autorizado para negociar un tratado de paz con el norte, ya que fue quien firmó el armisticio de 1953. Pero a EE. UU. no le interesa alcanzar la paz, ya que necesita de una amenaza para justificar su presencia militar en Asia, sobre todo en los mares de China oriental y meridional, por lo que mantener el conflicto le es geopolíticamente rentable.
Mucho se ha escrito en los últimos años sobre el desplazamiento del centro de poder mundial de occidente a oriente. Esto es tan cierto para la economía como para la política internacional. En este sentido, el mar de China en toda su extensión está convertido al día de hoy en el núcleo marítimo global por excelencia. En su parte oriental, la vecindad de China con Japón y Corea del Sur, dos aliados incondicionales -por no decir vasallos- de Estados Unidos, se distingue por ser ríspida y de mutua suspicacia debido la injerencia de este último en su zona de influencia. En la zona meridional la tensión es aún mayor. Para empezar, la relación que guarda la China continental con su provincia renegada, Taiwán, está cada vez más degradada, fruto de sus aspiraciones independentistas, respaldadas por el apoyo militar estadounidense, con el propósito de asegurarse el suministro de semiconductores avanzados y ralentizar el desarrollo tecnológico chino. Por otra parte, los norteamericanos han venido tejiendo una red de alianzas estratégicas con países del Sudeste Asiático como Brunéi, Vietnam, Malasia o Filipinas, aprovechando las disputas territoriales que mantienen con China. De hecho, el Pacto Mejorado de Cooperación en Defensa que tiene con Filipinas le permite el acceso a 9 bases militares situadas estratégicamente en el norte del país (la zona terrestre más cercana a Taiwán), lo que le convierte en uno de sus aliados más importantes fuera de la OTAN. Bajo el pretexto de proteger las líneas marítimas de comunicación y asegurar la “libertad de navegación”, Washington pretende convencer a los países de la ASEAN de que su presencia militar es benigna y les provee de seguridad frente a una inminente agresión china. Considerando la ubicación geográfica de los principales aliados que albergan bases estadounidenses: Japón, Corea del Sur, Taiwán y Filipinas, resulta evidente que estamos frente a una nueva estrategia de contención enmarcada en una suerte de Guerra fría 2.0.
En los momentos en que escribo estas palabras, las fuerzas israelíes continúan con el asedio de más de diez días al hospital Al-Shifa, situado en la parte occidental del norte de la ciudad de Gaza, y acaban de anunciar sus planes para una incursión terrestre en Rafah, ciudad de la que ya no hay escapatoria. Esto a pesar de que -finalmente- hay una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que demanda un cese al fuego inmediato. Mientras tanto, el gobierno israelí está confiscando la mayor parcela de tierra en Cisjordania para establecer nuevos asentamientos (ilegales)... Tal parece que el sionismo no pierde el tiempo cuando de expandir su territorio se trata. El último estado fascista aplica la doctrina del lebensraum a rajatabla, haciéndose por la fuerza de todo lo que considera su “espacio vital”, a expensas de los derechos humanos y colectivos del pueblo palestino. Al igual que los casos anteriores, tampoco estamos aquí frente a una disputa binacional. Todo lo contrario. El gobierno israelí está combatiendo al unísono a diferentes actores estatales y no estatales como Hamás, Hezbollah, los hutíes de Yemen y otros grupos milicianos con presencia en Afganistán, Irak, Siria y Líbano, quienes cuentan a su vez con el respaldo de Irán (el llamado “eje de la resistencia”), mientras continúa su genocidio contra el pueblo palestino. Todo, con el apoyo casi irrestricto de los Estados Unidos. La narrativa occidental plantea que el gobierno de Israel se encuentra en guerra contra Hamás como consecuencia del ataque terrorista del 7 de octubre en el que murieron unas 1200 personas y otras 250 fueron secuestradas, pero en realidad se trata solo de un pretexto para llevar a cabo un proceso de limpieza étnica, ideológicamente motivada, y que persigue en última instancia la anexión total del territorio palestino, junto con sus valiosos recursos naturales, borrando de la faz de la tierra a su población original.
No es que los anteriores sean ni por mucho los únicos conflictos de envergadura en el mundo, manifiestos o latentes. Podemos señalar el enfrentamiento entre India y Pakistán por la región de Cachemira, o entre Azerbaiyán y Armenia por la zona de Nagorno Karabaj, incluso en nuestra región, la disputa territorial entre Venezuela y Guyana por el Esequibo (con una importante injerencia de transnacionales estadounidenses). Sin embargo, la guerra de Ucrania, la tensión entre las dos Coreas, las disputas en los mares de China y el genocidio de Israel son los conflictos -en pleno desarrollo o a punto de estallar- más graves y con mayor potencial de desencadenar la tercera guerra mundial, con un riesgo nuclear. Es importante resaltar cómo en todos estos casos, los Estados Unidos tienen una participación directa y absolutamente determinante al grado de poder inclinar la balanza hacia uno u otro lado. De hecho, la existencia y el mantenimiento de estos conflictos se debe únicamente al apoyo permanente de este país a una de las facciones enfrentadas: Ucrania, Corea del Sur, Taiwán e Israel. De otro modo, ya se habrían resuelto de una u otra forma, o en todo caso, la situación sería muy diferente.
Estados Unidos es un agente de conflicto y desestabilización planetaria que actúa a través de terceros países para salvaguardar sus propios intereses globales. No es de extrañar que en la misma medida se gesten polos de resistencia a sus actividades. Así pues, se configuran dos grandes bandos: por un lado, el bloque de los países del norte, occidentales y aliados, con Estados Unidos a la cabeza; por otro, el resto del mundo, el sur global, donde destacan potencias militares y económicas como Rusia y China. “The west versus the rest”, como dijera Huntington. Se trata ante todo de un choque civilizatorio en el que la multipolaridad intenta abrirse paso frente al orden establecido por los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Contrario a la tesis de Fukuyama, la historia no tiene fin. Antes bien, asistimos a la debacle del liberalismo como modelo económico universal, el desplazamiento de occidente por oriente como nuevo centro neurálgico del comercio mundial y el lento, pero irrefrenable, debilitamiento de Estados Unidos en prácticamente todas las esferas frente a países emergentes. Como todos los imperios, el estadounidense no se ha quedado de brazos cruzados e intenta mantener su dominio mundial por todos los medios posibles: poder blando, operaciones psicológicas, sanciones económicas, intervenciones armadas, guerras proxy, etc. La omnipresencia de EE. UU. a través de sus aliados ultramarinos e incontables bases militares, diseminadas a lo largo y ancho del globo, le permite abrir y mantener diferentes frentes de batalla dondequiera que se vea desafiado, utilizando otros países y regiones para pelear sus batallas so pretexto de la libertad, la democracia, los derechos humanos o cualquier otro casus belli, siguiendo la estrategia diseñada por Spykman hace casi cien años. Ahora mismo, nos encontramos en un escenario de guerras híbridas que tienen lugar de manera simultánea en tres regiones, a saber, Europa Oriental, Oriente Medio y Asia del Este, cada una con sus propias características, pero todas con un claro componente internacional y el influjo de los Estados Unidos como telón de fondo.
Las grandes transformaciones de la humanidad no son tanto acontecimientos como procesos de larga data que se van gestando poco a poco y que, en algún momento, se manifiestan de manera extraordinaria. Entonces se vuelve la vista atrás en un intento por comprender cómo se llegó a ese punto de no retorno. Por terrible que parezca, ha llegado la hora de abrir los ojos y asumir una verdad tan real como inquietante: es posible que ya estemos en la tercera guerra mundial y ni siquiera nos hayamos dado cuenta.
15 de abril de 2024, 17:20
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