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Xóchitl o la identidad robada
En México, existen alrededor de 25 millones de personas que se identifican a sí mismas como “indígenas”, de las cuales, apenas poco más de siete millones hablan, de hecho, una lengua indígena como tal.
En los últimos años se ha venido promoviendo, tanto a nivel de gobierno como en los medios, los derechos y causas de ciertos grupos sociales tradicionalmente minoritarios, desempoderados o estigmatizados, sobre todo las mujeres y la comunidad lgbtq+, lo cual, por supuesto, ha de reconocerse y celebrarse. No obstante, existen otros grupos poblacionales que no han tenido la misma suerte y siguen siendo ignorados o excluidos por el sistema. Entre estos se encuentran los pueblos originarios.
En México, existen alrededor de 25 millones de personas que se identifican a sí mismas como “indígenas”, de las cuales, apenas poco más de siete millones hablan, de hecho, una lengua indígena como tal. En gran medida porque muchos padres no les enseñan a sus hijos su lengua materna, prefiriendo que aprendan únicamente el español, con el fin de evitarles la discriminación que ellos mismos han padecido. Y no es para menos. El cúmulo de prejuicios y estereotipos que padece este sector les asocia indefectiblemente a la pobreza, la ignorancia y la falta de clase (el “ser naco”). En definitiva, se trata de una identidad vergonzante en el imaginario social.
Por ello es realmente sorprendente que una política con aspiraciones presidenciales, como lo es la senadora Xóchtil Gálvez, reivindique públicamente dicha identidad étnica, y que además los medios dominantes la respalden. ¿Qué ha pasado? Pues que la oposición baraja la posibilidad de rebasar a MORENA por la izquierda, mediante una candidata con un perfil igual o más izquierdista (!). En otras palabras, fuego contra fuego. Locura o no, la narrativa opositora está más que esbozada: una mujer pobre que, pese a su condición, logra sortear las dificultades y termina convirtiéndose en una empresaria exitosa… hasta llegar a la presidencia. Con este discurso, la derecha pretende legitimar su noción de “aspiracionismo”, entendido como movilidad social alcanzada mediante el puro esfuerzo individual. El hecho de que se trate de una mujer indígena le da a este relato un toque verdaderamente épico.
La propaganda soñada por la oposición estaría más que servida de no ser por el pequeño detalle de que Xóchitl no es de ninguna manera indígena. Se trata de una mujer de tez clara, con apellidos españoles y que -hasta donde tengo conocimiento- no habla ninguna lengua indígena. El único criterio que cumpliría sería precisamente la autoadscripción, es decir, el hecho de que se considera a sí misma como indígena. Por su puesto que es válido y respetable identificarse como indígena o con cualquier grupo social, ya sea por solidaridad, simpatía o por guardar algún tipo de vínculo con el mismo, pero lo que no se vale es pretender lucrar políticamente con dicha identidad. Esto se conoce como “usurpación de identidad étnica”. Se trata de un problema similar a lo que está sucediendo con otro tipo de identidades sociales, como cuando un deportista masculino dice tener una identidad de género femenina para poder sacar una ventaja competitiva.
Hoy en día, se ha puesto de moda retomar hasta cierto punto la cultura indígena. Uno puede encontrar cafés, restaurantes y hasta videojuegos con nombres o temáticas indígenas. Esto forma parte de la cultura hípster presente en las grandes urbes, que tiene cierto interés o aprecio genuino por la cultura indígena. El problema es que no se reivindica a las personas indígenas por sí mismas, como personas, sino solo ciertos aspectos romantizados de su historia y cultura. Algo similar sucede en el caso de Xóchitl, quien utiliza la identidad indígena como una máscara para mostrarse marginal, contracultural, antisistema… pero no es real. Si Xóchitl Gálvez fuera realmente indígena, no la invitarían ni le permitirían participar en el proceso interno de la oposición. La invitan y la alientan a presumir su supuesta identidad indígena precisamente porque no lo es ni lo parece. Los conservadores jamás han simpatizado ni menos aun apoyado a ningún líder indígena ni en México ni en América Latina, antes bien, su actitud se ha caracterizado desde siempre por el racismo, y esto se remonta a los tiempos de Benito Juárez. El supuesto giro indigenista de la oposición no es ninguna conversión ideológica, sino una farsa hipócrita que responde a una mera estrategia de marketing político.
Evidentemente, la “indígena” es una identidad que no se puede ni se debe esencializar. Esta será siempre relativa y discutible. Definir qué y quién se puede considerar legítimamente indígena plantea cuestiones filosóficas, antropológicas y psicosociales por demás complejas, al grado de ser, quizá, irresolubles. Lo que sí es claro es que ser indígena es algo mucho más serio y profundo que una simple afirmación. Se trata de una realidad personal y colectiva, aún estigmatizada, que no debe banalizarse por ningún motivo. Xóchitl Gálvez es una mujer mestiza, como la gran mayoría de mexicanos, y eso no tiene nada de malo. Bien haría en mostrarse como la persona que realmente es, sin pretender robarse una identidad étnica que merece respeto y lucha por ser dignificada.
18 de julio de 2023, 03:27
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