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"Street Food Latinoamérica" de Netflix y su visión light del patrimonio gastronómico latinoamericano
La docuserie celebra la gastronomía callejera en América Latina mediante la presentación de historias de lucha de estas mujeres, mostrando los retos que han vencido para encontrarse en donde están ahora
La nueva docuserie de Netflix Street Food: Latinoamérica es un viaje por la comida callejera de América Latina, en el cual se presentan a las cocineras y cocineros que la elaboran, quienes comparten sus recetas e historias de vida. Con una narrativa hábil y fotografía deslumbrante, el show atrapa y antoja, sin embargo, su mirada extranjera enfática en contar historias de superación personal que dejan un buen sabor de boca, omite importantes trasfondos sociales, económicos y políticos que nos gusten o no, forman parte del mundo de la gastronomía callejera latinoamericana.
Estrenado hace apenas unas semanas, el programa es la última creación de los estadounidenses David Gelb y Brian McGinn –creadores de Cheff’s Table, otra exitosa serie documental de Netflix– y es en realidad algo como la segunda temporada de la serie Street Food (la primera estando dedicada a Asia). Cuenta con seis episodios de alrededor de media hora, cada uno enfocado en una ciudad diferente de la región y una selección de sus platillos callejeros típicos: en Buenos Aires hablan de choripán, empanadas, fugazzeta y tortilla de papas; de Salvador, Brasil, presentan a la moqueca, los abarás, el acarajé y la famosa feijoada; en Oaxaca nos antojan memelas, tlayudas, piedrazos y empanadas de amarillo; de Lima presumen ceviches, picarones, anticuchos y platos combinados; en la Plaza La Perseverancia de Bogotá reseñan al ajiaco, al rompe colchón, tamales, arepas y empanadas, bandeja paisa y mote de queso; mientras que en La Paz muestran al relleno de papa, los sándwiches de chola, buñuelos y el helado de canela. Un verdadero festín de manjares tan vistosos como diversos.
En cada ciudad se presenta a una serie de personajes, cocineras y cocineros que hablan de su vida y de la comida que preparan. La selección de los participantes es de lo más diversa, iluminando las realidades de indígenas, lesbianas, afrolatinas y migrantes de los seis países. La serie exitosamente narra estas historias personales de tal manera que públicos amplios pueden conectar y empatizar con ellas. Todos los episodios, exceptuando el de Lima, se centran en un personaje principal femenino, pero también cuentan con la colaboración de otras cocineras y cocineros. En su mayoría los participantes son personas de orígenes humildes y marginales, los cuales han afrontado mil retos y sufrido en carne propia los estragos de la pobreza, el machismo, la discriminación y hasta de la criminalización por dedicarse a vender comida de manera informal en las calles.
Así, la docuserie celebra la gastronomía callejera latinoamericana mediante la presentación de las historias de lucha de estas mujeres, mostrando los retos que han vencido para encontrarse en donde están ahora, muchas de ellas dueñas ya de pequeños puestos en mercados, plazas o banquetas. De una forma muy contrastante, las narraciones de estas protagonistas van entrelazada con las opiniones y puntos de vista de ciertos comentaristas, chefs, académicos y escritores de comida –personas en su mayoría de tez más blanca y con más privilegios que las cocineras callejeras– quienes elogian la comida que se está mostrando y explican su importancia, valor y originalidad.

Varias de estas ‘autoridades’ gastronómicas impulsan la premisa de que la comida callejera elaborada por cocineros y cocineras precarizadas crea, nutre y fortalece la identidad y las tradiciones. Y en efecto, sin duda la comida es uno de los llamados “patrimonios intangibles” que más brinda sentido de pertenencia e inclusión a una cultura o tradición. Sin embargo, es curioso notar cómo hay ciertas diferencias en los diversos discursos que en cada episodio se entretejen: en los correspondientes a ciudades capitales se habla de cómo la comida callejera refuerza la identidad nacional, fungiendo como un aglutinante social; mientras que en los casos de Salvador de Bahía y Oaxaca se apela a una identidad local, más focalizada y sin referencias a la unidad nacional. En este sentido, de los comentarios que más resaltan en la serie es la desatinada participación de una de las comentaristas del episodio sobre Buenos Aires, quien al inicio del capítulo de un tajón simple y sencillamente niega la presencia de los pueblos indígenas y negros en Argentina, borrando toda la influencia que estos grupos han tenido en la conformación de las identidades de dicho país.
Además de estas cuestiones sobre cómo la serie construye y representa identidades, en la formula narrativa empleada encuentro una notable disonancia. En sus discursos y narrativas hay un marcado contraste entre los elogios a la comida callejera y la crudeza de la pobreza, explotación y desigualdad presente en las vidas de las personas que la elaboran. Esta contraposición fomenta la romantización de la pobreza y la desigualdad. El programa toma elementos populares que son producto de una constante lucha por la sobrevivencia y los convierte en folklore, en patrimonios culturales consumibles con los cuales se cuenta una buena historia, se atrae al turismo y se presume y ensalza a la nación.
En cada uno de los episodios, los creadores ponen especial énfasis en historias de éxito individuales, resaltando cómo, a través del esfuerzo y el trabajo duro, los distintos personajes han salido adelante. Son historias que saben bien y dejan un buen sabor de boca. Sin embargo, este enfoque deja muchas cosas fuera. Nada se habla de las condiciones estructurales que generan la desigualdad, pobreza y discriminación que justamente son lo que hay detrás de todas esas dificultades en las vidas de las cocineras que la serie tanto aprovecha. Asimismo, poco se dice sobre los lazos comunitarios y círculos de apoyo que seguramente influyeron en los éxitos retratados en el show. Resaltar esto no busca demeritar las historias de vida que las participantes de la serie comparten, las cuales son muy validas, admirables y dignas de ser contadas y reconocidas. Pero es innegable que el discurso empleado es uno construido a partir de un lente individualista y foráneo. Todo se encuentra enmarcado como una compilación de historias de superación personal con un trasfondo exótico, muy al estilo del entretenimiento mainstream estadounidense.

Street Food: Latinoamérica es una probadita de la diversidad y riqueza gastronómica de algunos lugares de América Latina, en la cual se aplaude la fortaleza y el esfuerzo de quienes cocinan y mantienen dicho patrimonio. Pero es finalmente eso, una degustación, la cual es espectacular y colorida, pero light, hecha para paladares occidentales primermundistas que no aguantan lo picante. La serie explota la precariedad para ensalzar la narrativa, pero ignora las circunstancias sistémicas que generan y sostienen dichas realidades de desigualdad y constante lucha.
12 de agosto de 2020, 14:54
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